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5 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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De Hamlet a la dictadura del pajarico

La tragedia venezolana está a la vista; el fraude, también. Sin embargo, Maduro construye una ficción revolucionaria. 
Viernes, 02 de agosto de 2024 01:43
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“Hamlet” es una de las tragedias más famosas de Shakespeare y, con toda probabilidad, es su texto más leído, estudiado y analizado. También es, quizás, su obra menos comprendida. Los meandros mentales del príncipe Hamlet, su indecisión casi enfermiza y su opaca melancolía; ha llevado a expertos a diagnosticarle desde depresión hasta bipolaridad. A este punto se ha llegado a analizar a esta obra y a sus personajes.
Sin embargo, jamás se piensa -en profundidad- sobre el hecho de que Hamlet habla con el fantasma de su padre recién muerto. Que la obra instala, tanto en los personajes como en el castillo de Elsinore donde transcurre el drama, un cerrado secretismo sobre estas conversaciones y, a su vez, genera un clima en el que muchos terminan obrando por los dichos de una aparición en forma de fantasma.
Hamlet no está loco por ver apariciones o por interactuar con ellas; está enfermo por su melancolía; por su procrastinación; por no poder tomar una decisión. Su locura es tangencial; nadie piensa en su locura primera. La central; la que da origen y sustento a toda la trama. Que, a su vez, instala una trampa mental insoslayable: al no poder cuestionar esa locura original, se ataca la secundaria. Esta es la magia de la literatura; el hacernos creer que algo imposible, eso de lo que nadie habla; de verdad ocurre. Pasa. Luego, sobre esa fantasía jamás cuestionada el autor construye un castillo de naipes; que no se cae.
Quizás esta tragedia -hermosa y magnífica- sirva para tratar de tener otra mirada sobre la tragedia -terrible, vergonzante e inhumana- que ocurre en Venezuela. “Algo está podrido en Venezuela” bien podrían haber sido palabras escritas por Shakespeare para ser pronunciadas por un sufrido personaje venezolano.
Hugo Chávez instaló la idea de la Revolución Bolivariana. Su muerte la dejó inconclusa quedando ésta a cargo de su sucesor, Nicolás Maduro. La Revolución, por supuesto, era una primera gran mentira. Como salido de una obra literaria menor, Maduro dijo que habló con el difunto Chávez a través “de un pajarito”. Así como Hamlet hablaba con su padre muerto; Maduro habló a través de un “pajarito chiquitico” con su líder fallecido; quien le dijo: “hoy arranca la batalla. Vayan a la victoria. Tienen nuestras bendiciones”. De allí en más, Maduro se enfundará en ropas con los colores tomados de la bandera de Venezuela y no abandonará más su mundo de fantasía; la cual traslada a la realidad cotidiana de una manera cruel, brutal y perversa.
Falta de energía y apagones en un país bendecido con enormes reservas petroleras. Más de un 90% de pobreza. La diáspora más grande del mundo con una cantidad de emigrantes de 7,7 millones de personas según datos de la ACNUR; algo así como la cuarta parte de su población total. Denuncias de secuestros; de tortura; de violaciones a los derechos humanos y de crímenes de lesa humanidad.

 Denuncias de haberse convertido en un narcoestado y en una narcodictadura. Nada de esto le importa a Maduro. Ojalá vacilara como el príncipe Hamlet. Pero no; Maduro está decidido a imponerse y a dirigirla la dictadura disfrazándola de democracia y de Revolución Bolivariana. Esta es la verdadera fantasía; la primigenia.

¿Cómo se puede hablar de democracia cuando él es la cabeza del aparato estatal, legislativo, judicial, militar y policial? ¿Qué sistema democrático tolera el ejercicio de un poder tan sin límites; sin balance ni contraposición real alguno? Maduro dice que respeta “la voluntad del pueblo que expresa su voz soberana por medio de elecciones transparentes”. ¿Quién -sin estar atrapado en la depravación propia de un sistema así- podría querer o creer que esto es verdad; que siquiera es posible? ¿Quién -con honestidad intelectual- puede creer -de veras- que en Venezuela se vive en democracia? Luego, ¿cómo se puede creer que, bajo un sistema de elecciones siempre amañadas, se podría revocar su mandato a través del ejercicio del voto? En un juego de espejos borgeanos de mentiras y de hipocresías sin fin, diversos Estados y jefes de Estado piden que Maduro “muestre las actas electorales” para dar por cerrada la discusión. Es pedirle a Hamlet que dé pruebas fehacientes de sus conversaciones con el fantasma de su padre. Pero ¿ver las transcripciones resuelve la pregunta de cómo hace para hablar con su padre muerto?
¿No sería más racional aceptar que no existe nada parecido a una democracia en Venezuela y que, desde hace décadas, ese país vive agobiado por una autocracia cruel; quizás una dictadura; o hasta un narcoestado tan penetrado que podría no haber forma de hacerlo caer por medio de elecciones genuinas?
Claro; aceptar eso implica admitir la complicidad de muchos estados de muchas partes del mundo -y de muchos jefes de Estado- que miraron hacia otro lado durante mucho tiempo. Muchos de los mismos que ahora reclaman las actas electorales, con cinismo. Estas reacciones de los “líderes globales” ante la realidad venezolana me hace pensar que tampoco acá -en el mundo real de las personas de carne y hueso-, hay demasiada gente en su sano juicio. Veo que hay muchas personas -muchas más de lo que me gustaría ver- dispuestas a defender que Cuba, Rusia, Hungría, Turquía, o China -por mencionar algunos ejemplos-; u otro montón de teocracias violentas son sistemas de gobierno legítimos. Las piruetas mentales que hace esta gente para justificar lo injustificable de veras me preocupa.
Parece ser cierto nomás que, ante la locura, lo mejor es fingir demencia y encarar sin miramientos hacia adelante. Así, sigan pidiendo las actas que ya aparecerán manchadas de mentiras y de sangre.
“Ser o no ser” se preguntaba Hamlet para evitar actuar. ¿Nos da las actas, o no?; nos preguntamos nosotros; con el mismo propósito. Y, mientras que el perpetrador se victimiza; ¿quién se hace cargo de los padecimientos de toda esa gente linda que sufre, que muere, que resiste y que pelea por su libertad y por su subsistencia?

 

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