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Menos dogmas y mucha más política

La épica libertaria es lo mismo que ya fracasó con los globos macristas y el relato kirchnerista. Es hora de buscar políticas edificadoras para el país.
Sabado, 31 de agosto de 2024 01:39
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Las manifestaciones de Manuel García Mansilla, el posible ministro de la Corte Suprema desenmascara elementos de la política de Javier Milei que encuentra de a poco su lógica.

Primero, García Mansilla contribuye al debate desde la óptica legal de la tradición flexible de la Constitución. En otras palabras, dolarizar no es inconstitucional siempre y cuando el ahorrista no pierda. Los tratados internacionales son como la ley de leyes, pero pueden servir para hacer caer normas argentinas, como la despenalización del aborto. Y, por último, en contraposición con la vicepresidenta Victoria Villarruel, los hechos de violencia durante la dictadura son prescriptibles pero el retorno a la apertura a juicios de lesa humanidad no es deseable o posible. García Mansilla, un académico poco conocido y colaborador del sector privado, también justificó su candidatura a ministro de la Corte a pedido de Santiago Caputo.

La lógica del gobierno se define en la selección ultraconservadora, cercana, de privados y del círculo íntimo del poder. Lo que no cumple con estas descripciones necesarias, el poder no lo valida. El presidente sabe que debe su poder a lo simbólico porque el poder real, más allá de la gestión, es dependiente de alianzas parlamentarias y de milagros económicos. Ni una cosa ni la otra van a poder auxiliar al presidente cuando las necesidades del país requieran de consensos que deben saltar las condiciones del poder real y tangible.

Las soluciones para un país complejo como el nuestro deben partir de la praxis de lo pragmático y coherente, de los consensos y las ganas de concurrir opiniones, no desde la división y el dogma de pocas personas. La elección de García Mansilla y Ariel Lijo, los 100 mil millones de pesos a la SIDE, la timba de las reservas del Banco Central y el oro fugado no son soluciones. Son elecciones dogmáticas. El grandísimo problema de cualquier dogma es que, al llegar a un límite de respuesta, se torna insular, le molesta la crítica y prefiere fracasar a cambiar. Convengamos que la idoneidad de un gran jefe de Estado reside en la capacidad de llegar a la mejor idea, desde las diferencias, no desde el dogma. El segundo grandísimo problema del dogma es que tienden a no funcionar en un mundo como el actual: dinámico, cambiante y desafiante. Por solo dar un ejemplo: Milei prefiere pelearse con los comunistas y socialistas – con Brasil, nuestro principal partner económico – porque leyó un libro publicado en los 60' cuando la Unión Soviética existía.

El mundo postguerra fría ha evolucionado. Las ideas políticas y económicas de Milei son de un mundo pre-Muro de Berlín. Faltaría nomás que el presidente prestara atención a la política exterior de los países que quiere que nos parezcamos para darse cuenta de que lo antiguo y dogmático dejó de ser tomado en serio hace rato.

Una cosa es tener honestidad intelectual y preferencias en un sistema de ideas. Otra cosa es ser ciego a la realidad. Aun así, el dogma del presidente también atiende a una necesidad política puntual: si La Libertad Avanza representa la anti-casta, el diálogo con la casta política seria contraproducente.

Todo esto, claro, desde lo simbólico porque el programa de austeridad económica y fiscal no está siendo abonado por el sector político, más bien, por el grueso de la sociedad que en 7 meses se empobreció en tiempo récord.

La necesidad de mantener el dogma desde lo simbólico es el único insumo real de la figura presidencial. Sacado de eso, al tener que negociar, el presidente se va enterando que es más fácil ser oposición que oficialismo. El presidente solidifica su dogma en las redes aún cuando es pragmático puertas adentro.

Mientras el periodismo discute la última barbaridad posteada en X, la ex Twitter, Milei atiende a Macri en Olivos. Ese juego de límites entre lo simbólico y lo real tiene fecha de expiración y amenaza con la parálisis total del gobierno.

La eterna negociación del consenso desde lo privado no ayuda a la calma y estabilidad política que la economía, por lo menos, necesita. Milei debate si seguir por la senda de la autodestrucción con Caputo o la negociación elegante entre partidos de derecha en el parlamento. No es una decisión fácil, pero si es necesaria para terminar de darle forma a una presidencia que alterna entre lo fugaz, lo mediático y la crisis constante del arco político. La guerra abierta y declarada a su vicepresidenta es parte del mismo diagnóstico.

Si el poder no abarca a aliados, entonces es de disputa. Y cuando el poder se disputa, los dos tercios del Senado en función de un juicio político ya no parecen tan lejanos. La amenaza parlamentaria a la brasilera o paraguaya para remover a Milei del cargo no es algo inteligente, ni deseado ni sensato.

Sería el peor escenario para el país, excepto, por supuesto, si hay claramente un indicio de traición a la patria. Milei debe terminar su mandato y transitarlo con sus elecciones políticas de gestión, con errores y aciertos. Un mandato corto y abrupto para instalar un gobierno frágil dejaría a la Argentina en una situación peor a la actual, inclusive explosiva: una economía argentina y un sistema político parecido a la experiencia en Perú. Todos pierden.

Un alto en la huella Por eso, para no forzar la creatividad de los que piensan la política como una pyme familiar, es necesario abandonar el dogma, dejar vencer los discursos simbólicos vacíos y la batalla cultural como única política de Estado.

Milei y su gobierno deben recapacitar, sentar bases para el dialogo de verdad con la oposición y, si se quiere, utilizar el tan anunciado Consejo de Mayo. Aunque este autor piense que ese rol es del Congreso, si al presidente le sirve para encauzar algún tipo de diálogo estructurado y eficaz, que así sea.

Lo importante es dejar la violencia política de lado, la verborragia y las exageraciones. Buscar las dos o tres políticas transversales y edificadoras para el país, perseguir eso y dejar constancia de una buena gestión.

La épica libertaria es la misma que ya fracasó con los globos macristas, el relato kirchnerista y la tibieza albertista. Es necesario hacer otra cosa. La condición necesaria para esto es abandonar el dogma que ciega de posibilidades a un gobierno, a un país, que no le sobran herramientas para seguir experimentando con políticas económicas y sociales pendulares y la destrucción de la producción.

Aun cuando una leve mayoría elige creer mientras decide qué sacrificar para llegar a fin de mes, la pérdida de tiempo oficialista con el pasado, el dogma económico de 1930 y la batalla cultural nos pasará factura cuando pensemos que estábamos bien, íbamos mejor, pero terminamos peor.

Aun cuando se intente vender la baja de la inflación a un crónico y alto 3-4%, tampoco será suficiente sin atender a las bases productivas que hoy caen a dos dígitos mensuales. El dogma lo único que hace es atrapar a las oportunidades y la inteligencia. Ese gobierno hoy carece de ambas.

 

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