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3 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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¿Hasta cuándo, compañeros?

Viernes, 17 de enero de 2025 01:25
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El justicialismo es, todos lo sabemos, un fenómeno autóctono, imposible de explicar fuera de nuestras fronteras. En sus inicios fue, entre otras cosas, un fenomenal ejemplo de gatopardismo, de cambiar todo para que (casi) nada cambie conforme a la cinematográfica fórmula de Lampedusa. Como no se cansa de repetir el historiador Loris Zanatta, el justicialismo hunde sus raíces en el nacionalcatolicismo, pero el gato era tan pardo que muchos nacional-católicos no lo reconocieron y fueron furibundos opositores (esa paradoja, que muchos de los conservadores de la época no entendieran que el peronismo era en el fondo un fenómeno conservador que venía a salvarles el negocio, ajustando lo que ya era inevitable ajustar, es la que precipitó nuestra decadencia hasta hoy). Con el tiempo esa esencia gatoparda se consolidó, permitiendo que el Movimiento albergue la extrema izquierda (Montoneros) y la extrema derecha (la Triple A), que sea neoliberal en los noventa y pseudochavista en los dos mil, etc.

Con sus aciertos y errores, está claro que el justicialismo forma parte no sólo de nuestras opciones políticas sino, lo que es más perenne y según expresión tomada del escritor Manuel Vázquez Montalbán, de nuestra crónica sentimental como San Martín, la Virgen de Luján, los abuelos italianos, el asado y el dulce de leche (como dijo Borges, todos somos incorregiblemente peronistas). Entre sus orgullosas virtudes, si algo había caracterizado al Movimiento, desde el líder fundador en adelante, era el olfato para captar el runrún social, para identificar en cada momento hacia dónde soplaba el mudable viento de la Historia y encaminar la nave en esa dirección, tirando por la borda a cualquiera que lo ligara con un pasado incómodo. Así, por ejemplo, Isabel Perón era una mancha venenosa, olvidada en su departamento madrileño hasta la reciente visita de la actual vicepresidente (realmente ¿en qué estaría pensando?). Menem terminó sus días aferrado a sus fueros senatoriales para no ir preso mientras que el Movimiento corría un telón o renegaba en histérica catarsis colectiva de su otrora jefe todopoderoso.

Dicho de otro modo, dado su feroz instinto de supervivencia y su hiperflexibilidad ideológica, el justicialismo detectaba el olor a muerto político en cuanto empezaba a emanar y, lenta pero decididamente, se alejaba. Sin embargo, en los últimos tiempos ese poderoso sensor parece haber dejado de funcionar. La designación de CFK como presidenta del PJ es, no hace falta ser Pitoniso, amarrarse a un barco que se hunde entre causas judiciales e índices de pobreza que son cada vez más imposibles de no vincular con sus gestiones. Su última gran esperanza es el conurbano bonaerense, como lo fueron las plantaciones para el infame Lazarus Morell según el cuento de Borges (nuevamente), es decir, una redención a costa de sus principales víctimas. Un verdadero símbolo de la izquierda internacional como es "Pepe" Múgica señaló, con su estilo barrial rioplatense, esta verdad de Viejo Vizcacha, que CFK, la jubilada más cara de este país, debería ejercer como tal.

Renovarse o desaparecer, tal sería la consigna. No solo afecta a la conducción; cada vez parece haber menos tolerancia para un sindicalismo vertical, heredero directo de los modelos del fascismo italiano y del franquismo español, dirigido por "gordos" millonarios y patoteros; para calificar de cipaya y vendepatria a cualquier inversión extranjera en un mundo globalizado; para proteger una supuesta industria nacional cuyos símbolos podrían ser Lázaro Báez o Franco Macri Sr; para los punteros, los bombos, las plazas llenadas a cambio de choripanes, aprietes y planes, etc. La liturgia necesita una actualización urgente para ingresar en la época de la inteligencia artificial, el teletrabajo, los algoritmos y, porqué no decirlo, de todas las injusticias sociales, económicas, ambientales que se están generando y en donde un justicialismo 4.0 podría encontrar su lugar si dejara de mirar obsesivamente al pasado. Parafraseando el inicio de la primera Catilinaria de Cicerón: ¿hasta cuándo, compañeros?

 

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