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Industria del juicio y reforma laboral

Pese a las certezas establecidas como dogma, ningún denunciante aportó datos concretos sobre la mentada industria y ningún juez laboral protagonizó algún escándalo por presunta corrupción.
Jueves, 16 de octubre de 2025 01:26
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En nuestra sociedad se ha instalado la idea de que la eliminación de la "industria del juicio" o la concreción de una "gran reforma laboral", son la panacea que transformarán de raíz la economía argentina. Ello, aunque nadie haya aportado un solo ejemplo concreto de esa supuesta "industria", ni se haya ofrecido precisión alguna sobre el contenido real de la pretendida reforma.

El presidente Milei se ha erigido en paladín de una lucha quijotesca contra los cimientos de esa perversa e ilusoria industria del juicio. La semana pasada, durante su visita a una planta siderúrgica, en San Nicolás, sostuvo: "queremos anunciar una serie de reformas económicas dirigidas a apuntalar este proceso de crecimiento inédito en nuestra historia. Con la macro andando con viento en popa, urgen las reformas que dinamicen la micro. Van a beneficiar a más de medio millón de pymes, empresas grandes y fundamentalmente a los trabajadores. Va a motorizar la creación de cientos de miles de puestos de trabajo en blanco en el sector privado. Esta reforma está orientada a terminar de una vez y para siempre con la nefasta industria del juicio". Días antes el propio Milei había retuiteado este mensaje: "Se viene la motosierra para la industria del juicio y los caranchos". Entre sus planes estaría poner en la mira a los jueces laborales a quienes acusa de haber "colaborado fuertemente en destruir a las pymes argentinas y en desalentar inversiones". Esta amenaza al Poder Judicial pondría la situación en un andarivel institucional sumamente peligroso.

En la década del 90, el periodista Bernardo Neustadt popularizó la expresión de "industria del juicio" que en realidad se refería a toda una trama que involucraba a Jueces Civiles -encabezados por el juez Nicosia-, peritos, y abogados que lucraban con falsos juicios contra Ferrocarriles Argentinos. De modo imperceptible, aunque claramente interesado, la expresión derivó para calificar así a los juicios laborales. En los siete lustros transcurridos hasta la fecha, ninguno de los cientos de periodistas, investigadores o políticos que usaron la expresión aportaron un solo dato concreto sobre la mentada industria. En todo ese tiempo ningún juez laboral fue acusado de corrupción, ni estalló algún escándalo por sentencias sistemáticamente perversas. Eso sí, se han señalado en grandes titulares, algunos casos aislados de fallos que condenaban a opinables cifras exorbitantes; pero de la supuesta "industria", ni rastros. La litigiosidad laboral en Argentina es comparativamente baja respecto de otros países de la región.

"Pese una drástica reforma, Brasil registra cuatro millones de juicios laborales anuales".

A pesar de una drástica reforma laboral en Brasil que recortó considerablemente los derechos de los trabajadores, registra alrededor de cuatro millones de juicios laborales anuales. En comparación, en Argentina se estiman unos 400.000 juicios, lo que representa diez veces menos en proporción a la población, que solo es cinco veces menor que la de Brasil. Las propias reformas se convierten, generalmente, en una fuente de litigios.

Sobre los dogmas sociales falsos

En toda época y lugar, las sociedades producen sus propios dogmas. Actualmente, no son ya teológicos, sino seculares; no prometen la salvación del alma, sino la del mercado, la eficiencia o la felicidad. Su fuerza no proviene de la verdad, sino de la costumbre: nadie los impone, pero todos los repiten. Esas expresiones que se instalan como verdades incuestionables, pese a ser falsas, a fuerza de repetirse, reemplazan el pensamiento por el eco.

Los dogmas sociales falsos se transforman en la religión civil de la modernidad y se instalan por varios factores:

* Repetición mediática: los medios, slogans y discursos políticos los machacan hasta volverlos reflejos verbales;

* Autoridad social: si lo dice "alguien importante" (un político, un periodista, un influencer), se vuelve axioma;

* Simplicidad emocional: ofrecen respuestas fáciles a problemas complejos; 4. Recompensa social: quien repite el dogma es visto como "razonable" o "en onda";

* Ausencia de pensamiento crítico: en tiempos de prisa, las frases hechas reemplazan la reflexión. No se basan en la evidencia, sino en la necesidad de creer en algo que dé orden, seguridad y sentido en un mundo complejo y cambiante.

Las sociedades en crisis tienden a aferrarse con mayor facilidad a tales ficciones colectivas. La incertidumbre, el miedo y la inestabilidad propias de esos períodos provocan que las personas y grupos busquen certezas y respuestas firmes, aunque estas sean erróneas o engañosas. Esto lleva a una aceptación acrítica de creencias rígidas y falsas promesas como formas de sostener una sensación de seguridad, lo que perpetúa dogmas sociales que no reflejan la realidad ni conducen a soluciones auténticas.

Además, en crisis sociales o económicas, es común que se mantengan estructuras ideológicas que favorecen a ciertos grupos privilegiados y que justifiquen desigualdades o injusticias, siendo difícil revertir esas tendencias y cuestionar esos dogmas porque se convierten en elementos consolidados del sistema social y económico.

Estos dogmas cumplen, a la vez, una función psicológica (tranquilizar), social (cohesionar), y política (legitimar el orden existente). Desactivarlos exige pensamiento crítico, memoria histórica y lenguaje propio: no repetir lo que "suena bien", sino preguntar qué intereses, miedos o deseos sostienen cada frase.

Karl Marx fue el primero en mostrar que las ideas no flotan libremente: son productos sociales que encubren las relaciones de poder. "Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época", afirmaba el pensador alemán. En el caso de nuestra vernácula industria del juicio, el dogma invierte los roles y vemos como el debate convierte a la víctima en victimario. El trabajador, "sujeto de preferente tutela constitucional". según ha dicho nuestra Corte Suprema, se convierte así en el asesino serial de la película que viene a aniquilar todo esbozo de recuperación económica. De esta manera se pierden de vista los inauditos grados de explotación a la que muchos trabajadores son sometidos. No habría juicios si no hubiera graves incumplimientos a la legislación laboral por parte de algunos empleadores.

Michel Foucault, por su parte, señalaba que ya no se trata de descubrir quién miente, sino de comprender cómo una sociedad produce lo que considera verdadero. Cada época organiza un "régimen de verdad": un entramado de instituciones, discursos y prácticas que definen lo "normal" y lo aceptable. Los dogmas sociales, en consecuencia, no encubren la realidad: la fabrican.

La "industria del juicio" es, en definitiva, un caso paradigmático de fabricación de sentido: un mito funcional que exime de responsabilidades empresariales, erosiona derechos laborales y legitima políticas regresivas bajo la máscara de la modernización. En nombre de la "eficiencia" se busca despojar de garantías a quienes menos poder tienen.

Pero el verdadero desarrollo no se logra eliminando juicios, sino eliminando las causas que los originan. Ninguna reforma laboral sustentable puede construirse sobre una falsedad erigida en dogma. Porque cuando la mentira se repite como consigna, deja de ser un error: se convierte en un instrumento de dominación.

 

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