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7 de Octubre,  Salta, Centro, Argentina
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Otro triple crimen en la sórdida jungla del Conurbano

Lara, Brenda y Morena cayeron en una trampa que las llevó a ser víctimas de una de las orgías de sangre más aberrantes que se recuerden. La mano del crimen organizado aparece por detrás, más allá de la precariedad de los verdugos de las jóvenes.
Martes, 07 de octubre de 2025 01:45
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En agosto de 2008, en General Rodríguez, pleno conurbano bonaerense, tres jóvenes fueron asesinados a balazos: Leopoldo Bina, Damián Ferrón y Sebastián Forza. Eran empresarios farmacéuticos. Poco antes, un grupo armado los había reunido mediante engaños en un local público, del cual salieron para no volver. En ese caso la palabra clave fue "efedrina".

Pasaron diecisiete años, hasta que en las primeras horas del día 20 de septiembre de este año, tres jóvenes mujeres fueron primero torturadas y luego asesinadas en una sombría casa de Florencio Varela, de nuevo, pleno conurbano bonaerense. Antes, entre varias personas lograron la atención de ellas, mediante la seductora promesa de ganar trescientos dólares cada una por participar en una fiesta, para la que las buscarían en un lugar predeterminado de la localidad donde vivían, Ciudad Evita, Partido de La Matanza. Más precisamente, en la esquina de La Quilla y El Tiburón. En este caso hubo varias palabras claves: "narco", "venganza", "extrema violencia", "escarmiento" y "transmisión en vivo cerrada".

Una historia de horror

La vida de Lara Gutiérrez se apagó a los quince años. La de sus amigas, las primas Brenda del Castillo y Morena Verdi, a los veinte. Lo que las condujo a sus muertes violentas fue algo que pasó pocos días atrás, el viernes 19, más precisamente a las 20:29. Fue entonces cuando las tres subieron voluntariamente a una SUV de color blanco, marca Chevrolet Tucker, que tenía colocado un dominio (chapa patente) que no le correspondía.

¿Qué pudo haber pasado? Por distintas fuentes y en especial, por una entrevista que se hizo para un programa de televisión, en el barrio de Flores, la joven de quince años -Lara- ejercía la prostitución en la zona. Por razones que se tratan de establecer, ella fue relacionada con la presunta sustracción de una suma no precisada de dólares estadounidenses y de unos cuatro kilogramos de pasta base. El mayor interés estuvo en recobrar ese alijo, que habría caído en manos de una banda enfrentada con la del alias Pequeño J.

Sobre la forma de esa sustracción apenas hay conjeturas. Hablan de un acting de "viudas negras", que habrían seducido y dormido a un hombre mayor, en cuyo alojamiento estaban los billetes y el alijo. Si así fuera, ahí puede estar el huevo de la serpiente, esto es, la idea fuerza que precede a la venganza violenta. A ese nivel de criminalidad, no hay diplomacia alguna.

Por ese motivo, se puso en marcha un plan criminal, que requirió de la activa colaboración de varias personas, encargadas por una mente dominante, asignando distintos roles. Unos debían hacer como que contrataban a Lara y sus amigas a una fiesta, a cambio de una suma de dinero en dólares. Otra estaría encargada de acordar un lugar de encuentro con las tres, y trasladarlas desde allí a la casa de Florencio Varela. Para eso haría falta un auto de apoyo. Precisamente antes, alguien ya había conseguido esa casa. Pero todavía faltaba más: un obrero excavador del suelo en el patio de esa casa, las herramientas para trabajar, la ropa adecuada. El personal más operativo y dispuesto a todo se ocuparía del resto, es decir, de interrogar a las jóvenes para obtener la información que necesitaban, después de torturarlas hasta matarlas y de acondicionar los cuerpos para depositarlos en esa tumba clandestina que ya estaba lista cuando llegaron.

Con ironía, un cronista clásico de la sección policiales diría íqué orfandad de logística! A lo que otro, más escéptico, diría que incluso con todos esos medios, algo podría salir mal.

Algo podía salir mal

¿Qué salió mal? Pues que, con todas sus deficiencias de calidad y baja definición, hubo cámaras de seguridad que captaron el momento en que las tres mujeres suben sin novedad a la camioneta blanca. Otras cámaras de seguridad tomaron el momento de la llegada a la casa de Florencio Varela: si bien las mujeres bajan sin novedad, hay por lo menos dos hombres que están ahí para asegurarse de que entren. Hubo testigos que algo dijeron, incluso un chofer de una aplicación.

También salió mal que, entre la madrugada del sábado y la tarde del miércoles siguiente -24- las familias de las mujeres ya habían ganado la calle pidiendo que aparecieran con vida; después ya pedían justicia; últimamente ya prometen ocuparse en persona del principal sospechoso. No ayudó a los criminales que los tres celulares de las víctimas estuvieran activados cuando ya estaban en el lugar donde serían agredidas hasta la muerte. El de Lara emitió la señal en Florencio Varela y fue la orientación más precisa con que contaron los investigadores, empeñados en encontrarlas.

Era de esperar que el mayor impacto fuera producto de ciertos detalles de las autopsias practica das a las víctimas: a Lara alguien le amputó tres (3) dedos de una mano; alguien la quemó; alguien le cortó una de las orejas; alguien la hirió en el cuello. Por si fuera poco, le cortaron de lado a lado el abdomen y le extrajeron los intestinos. A Brenda, alguien le dio varios puntazos de arma blanca en el cuello, la golpeó repetidamente en la cara y la remató con un golpe fuerte y certero. El dictamen fue concluyente: aplastamiento facial letal. Mora, por su parte, tenía golpes en la cara y una grave luxación cervical.

Obviamente, semejante impacto se hizo todavía más extenso cuando el ministro bonaerense Javier Alonso informó que el proceso completo de agresión, de tortura y muerte de las tres jóvenes, fue filmado y subido a la web, con apenas cuarenta y seis personas conectadas. Todo esto debiera esclarecerse. Es de una extrema gravedad filmar la muerte violenta en directo. Hasta ahora, incluso en países de violencia más cruda que la que se vive por estas tierras, los expertos conocieron de otras filmaciones, de otras fotografías; no de su emisión en vivo, en tiempo real.

Para las tres, hubo una sola y desangelada tumba. Antes de arrojarlas ahí, alguien se ocupó de atar sus pies y manos con cinta de embalar; de envolver los cuerpos con frazadas; de cubrirlos con cemento y piedras, a cierta profundidad.

Al tiempo de escribir esta nota, el ciudadano peruano Tony Janzen Valverde Victoriano, de veinte años, nacido en Trujillo, ciudad al norte de Lima, es el principal sospechoso de toda esta compleja trama criminal. Hizo méritos para que Interpol subiera a la base de datos la circular roja, ese pedido para localizar y detener a una persona como paso previo a tramitar su extradición o entrega. Hay algunos expertos en esta clase de criminalidad para quienes el Pequeño J es un eslabón de un grupo criminal peruano autodenominado "Los Pulpos". Como él, sus integrantes son jóvenes, ambiciosos y violentos. Si eso es así, todo lo que mandó hacer estuvo justificado para mandar una advertencia: "aquí estamos, el que nos quita algo nuestro, se muere". Junto a él, aparece su lugarteniente, Mauricio Ozorio, argentino, de 28 años, acusado de haber sido uno de los autores del triple crimen, cuyo radio de acción está en la villa Zabaleta, en CABA. Ambos fueron detenidos en Perú. Ozorio, ciudadano argentino, fue deportado de inmediato y entregado a la Justicia. El enigmático Pequeño J está preso en una cárcel de máxima seguridad de su país, a la espera de la extradición, que demoraría unos nueve meses.

A los otros seis detenidos, Maximiliano Parra, Daniela Ibarra, Miguel Ángel Villanueva Silva, Celeste González Guerrero, Lázaro Víctor Sotacuro y su sobrina, Florencia Ibáñez, acusados de complicidad en los homicidios y de encubrimiento, se agregan, por lo menos otros cinco sospechosos con pedidos de captura.

El conurbano salvaje

Tres crímenes conmocionantes hace diecisiete años. Otros tres, hace veinte días. Nada es coincidencia en el Conurbano salvaje. Su cercanía con la CABA lo hace todavía más atractivo. Si estas chicas salieron de la rotonda de La Tablada, para llegar a la esquina de Río Jáchal y Chañar, en Florencio Varela, hubo que pasar por los partidos de Esteban Echeverría, Lomas y Almirante Brown. ¿Controles, retenes? Negativos. Solo cámaras discontinuadas pero que permiten conocer el trayecto.

Que nadie se ofenda, pero fue poco lo que se hizo en estos años de gobiernos nacidos en elecciones para depurar las fuerzas de seguridad y policiales; para vigilar de cerca a ciertos políticos, a ciertos jueces y a ciertos fiscales penales. A la par de todo eso, la pobreza y la marginalidad, las escuelas sin alumnos o sin maestros, el Estado que hace tiempo está ausente, fueron y siguen siendo la mejor base de poder de los narcotraficantes.

Hasta ahora, punto para set de La Bonaerense y el ministro de Seguridad. Para el partido falta mucho. Digamos que recién empieza. No está mal que, con todos los defectos con los que carga esa gestión y la de su gobernador sobre seguridad, haya buenas señales en la investigación del triple crimen. Una masacre escabrosa cuyo escenario se extiende a lo largo 40 km de la espesura más periférica de la jungla del Conurbano, ya registra avances sólidos, con más rapidez de lo que esperaba el más optimista.

 

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