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El legado de Roberto Romero

Miércoles, 19 de febrero de 2025 02:07
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El 15 de febrero de 1992, primero un rumor y luego la confirmación de la noticia provocaron una enorme conmoción en el pueblo salteño. Roberto Romero había muerto en un accidente de tránsito en Río de Janeiro. Unos meses atrás, por primera vez, perdía una elección popular. El gobierno de entonces coaligado, objetivamente, con la oposición política, contribuyó decisivamente a su derrota mediante la combinación de dos factores centrales…una pésima gestión de los asuntos del Estado provincial a lo largo de su período de cuatro años y la decisión, disimulada por cierto, de sabotear la campaña e irrespetar la voluntad de los afiliados al partido Justicialista. Ellos habían decidido democráticamente, en elecciones libres y masivas, concederle al primer gobernador de la restauración democrática iniciada en 1983 la presidencia de su partido y el apoyo a un nuevo mandato constitucional.

Patéticas miserabilidades de la política, como diría don Hipólito Irigoyen, aunque en realidad lo son también de la naturaleza humana.

Sin embargo a Romero, un verdadero experto en el arte de sortear las piedras que le arrojaban los militantes de las "patéticas miserabilidades", la derrota electoral no lo había derrotado.

Unos días antes de partir a la que serían sus últimas vacaciones, lo encontramos una mañana con mi amigo Sergio Gareca en el bar del diario, adonde había subido a buscar una botella de agua mineral. Nos acercamos a saludarlo y nos comentó con entusiasmo que se tomaba unos días y a la vuelta nos juntaríamos a cambiar fichas sobre la situación política.

"Como propietario del diario El Tribuno, ninguna faceta de la industria de medios le fue ajena".

Aprovechó por cierto para preguntarle con ironía al muchacho que atendía el bar si le habían sacado el teléfono interno y el pibe le contestó con entusiasmo

-No don Roberto, incluso nos pusieron uno nuevo. Ah, le dijo, pensaba que te lo habían sacado porque nadie atiende cuando llamo. Sonrió y se fue,como siempre, con paso apurado. Fue la última vez que lo vimos.

El traslado desde el aeropuerto hasta el diario, donde se velaron sus restos, aquí mismo, al pie de esta escalera, convocó a enormes multitudes que se agolpaba a la vera de la ruta para ver pasar el cortejo y saludarlo con pañuelos blancos dándole el último adiós. Vimos a hombres y mujeres llorando por la pérdida irreparable de quién habían visto caminar por sus barrios en campañas electorales, o fuera de ellas. Desde el gobierno o desde el llano, como oficialista u opositor, Romero disfrutaba manteniendo un contacto directo y sincero con la gente común, con el pueblo llano. Era su cable a tierra, su método, su forma de chequear la eficacia de las políticas del gobierno y la manera también de evaluar el desempeño de sus funcionarios y equipos de trabajo.

Amante del folklore y de su instrumento principal, la guitarra; lo fastidiaba su uso abusivo en el debate político. A veces cuando cubríamos reuniones con sus funcionarios, nos divertía la actitud que adoptaba cuando un interlocutor no iba al punto, divagaba o no aportaba soluciones concretas. Se dormía o simulaba dormirse y al despertar, uno o dos minutos después porque tampoco le gustaba perder el tiempo, lo daba por amortizado al divagador, cambiaba de interlocutor, o finalizaba el debate impartiendo las instrucciones pertinentes.

Como emprendedor fue un visionario formidable.

Ese niño, desde su humilde origen del que se enorgullecía, y vendiendo bollos para ayudar a su familia, llegó a ser uno de los empresarios más importantes del Norte Argentino.

"Fundó la agencia Noticias Argentinas, agrupando como principales clientes a los diarios".

Como propietario del diario El Tribuno, ninguna faceta de la industria de medios le fue ajena. Fundó diarios en otras provincias del NOA y el NEA, siempre asociándose con hombres de negocios locales, canales de televisión de aire y por cable, incursionó en la radio, en la imprenta e impulsó desde Tucumán una fábrica de Papel para diarios, con la intención de liberar a los medios del interior de la asfixia monópolica que imponían con las cuotas de papel los diarios editados en la Capital Federal, cuya cobertura nacional abarcaba, apenas, esa ciudad y sus alrededores.

Fundó la agencia Noticias Argentinas, agrupando como principales clientes a los diarios de las provincias argentinas para ofrecer una perspectiva federal en la cobertura de las noticias nacionales. Nunca tuvo una visión provinciana o aldeana de la cobertura informativa. Viajó por el mundo, siempre atento a las últimas innovaciones tecnológicas de la industria. No fue una casualidad que El Tribuno, la joya de su corona, fuera el primer diario argentino impreso en offset integral en 1967, reemplazando a las viejas linotipos.Tampoco que nuestra redacción fuera una de las primeras en Argentina que cambió el ruidoso tecleo de las "Olivettis", por el silencio de las nuevas computadoras.

"Roberto Romero fue un hombre de Estado. Tenía una visión estratégica del progreso de Salta".

Así las cosas, como político, Roberto Romero fue un hombre de Estado. Tenía una visión estratégica del progreso de Salta. Era pragmático, pero no militaba en el falso pragmatismo con el que algunos políticos se disfrazan para esconder su oportunismo. Sus metas eran claras y sorteaba con inteligencia y determinación los obstáculos que los propietarios de las "patéticas miserabilidades" interponían en su camino.

Fue destinatario de innumerables calumnias, injurias, zancadillas y amenazas. Pero siempre apeló a su tenacidad, disciplina y optimismo para superarlas. No miraba para atrás. No respondía injurias. Nunca lo hizo. Sospechaba, y con razón, que la mayoría de ellas eran hijas de la envidia y el resentimiento.

Para Roberto Romero el progreso de Salta debía anclarse en sus ventajas comparativas: Impulso vigoroso del sector turístico, ampliación de las fronteras agropecuarias, desarrollo sostenible de los enormes recursos mineros de la provincia y un acelerado crecimiento de la industria de servicios. De estas metas se desprendían cada uno de los proyectos ejecutivos que apuntaban en esa dirección. Y por cierto, dos cuestiones lo obsesionaban: la Salud Pública y la Educación. Varias madrugadas Romero aparecía sorpresivamente en la guardia de los hospitales y conversaba con los pacientes para conocer si habían sido atendidos correctamente. Alguna vez dispuso que se colocaran carteles en esos sitios informando a los pacientes sobre sus derechos a una atención digna. Desde luego varios terminaban en cestos de basura, arrojados por quienes pensaban que esa enumeración de derechos vulneraba su status como profesionales.

Sabía que la tarea del progreso de Salta y el bienestar de sus habitantes excedería un período de gobierno. Sería un proceso de largo aliento, decía. Y lo reiteró en cada uno de sus mensajes anuales a las Asambleas Legislativas. Pero confiaba en que finalmente prevalecería el sentido común y la unidad de la dirigencia política, para alcanzar esos objetivos por encima de las diferencias partidarias. Queda una interrogante: a 33 años de la trágica muerte de Romero ¿podrá alcanzarse alguna vez este objetivo? El desafío esta planteado.

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