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El primer rugido del León de Roma marcó el deseo profundo del nuevo Pontífice: "íLa Paz esté con todos ustedes!…", y evocando a su predecesor, en un sentido recuerdo, "seguimos conservando en nuestros oídos esa voz débil, pero siempre valiente del Papa Francisco, que bendijo a Roma", proclamó "necesitamos esa paz desarmada y desarmarte, humilde y perseverante".
El mundo que el Santo Padre vislumbra desde el balcón de la Basílica San Pedro es parecido a un cielo tormentoso con "cumulus nimbus", guerras crueles y sangrientas, amenazas de guerras, masas de ser humanos migrando por el mundo buscando sitios de paz o simplemente para saciar su hambre. Sólo desde la fe pueden mirarse estos reiterados escenarios mundiales con esperanza, con la esperanza de un mundo mejor, como anhelaban los Papas de la post guerra. Enfrentará a un mundo en plena tercera guerra mundial, como decía el Papa Francisco, por pedacitos, sobre los conflictos de Rusia y Ucrania, Israel y Palestina, Paquistan y la India, sumado a la tensión permanente de conflictos a escala mundial por una sucia y ciega guerra comercial entre oriente y occidente.
En el año 2016, mientras nos disponíamos a participar de la misa de Gallo en Roma, leí titulares de periódicos de Italia que el best seller o libro más vendido en Europa fue Mi lucha de Adolf Hitler, ya que expiraron los derechos de autor y se podían editar libremente. Confieso que me generó una sensación preocupante, una sensación que olía a un fuerte retorno del nazismo a la vida política, en el mundo, y ahora, a cara descubierta. En Austria se realizaba, por esos días, con total libertad, un congreso neonazi con la participación de importantes referentes políticos de grandes países del mundo y comenzaban a surgir movimientos en diversas naciones. "Esto viene a América con la misma fuerza y virulencia", comentamos con mi esposa, y por el avance tecnológico en medios de comunicación social, la expansión fue muy rápida. También es un desafío para un pontífice que predica la paz, que debe defender a los pobres y a los inmigrantes, que debe luchar contra cualquier tipo de discriminación. Francisco sembró raíces profundas en Laudato si y Fratelli Tutti, para cosechar frutos de paz y fraternidad.
León XIV eligió su nombre vinculándose directamente a su predecesor León XIII, por su encíclica Rerum Novarum, hoy plenamente vigente en su esencia y principios doctrinales. El nuevo Papa deberá conducir a la Iglesia entre las "cosas nuevas", como el poder la inteligencia artificial, la aparición de líderes mesiánicos con pies de barro y una extendida cultura de muros y cerrazón en la conciencia de los pueblos. Por eso necesita una iglesia fuerte, sin dobleces, sin niñerías, sin censuradores. La primera institución que debe mostrarse abierta al mundo, al diálogo, a la fraternidad humana, es la Iglesia; que sin perder su identidad, su patrimonio de fe y esperanza, debe practicar la caridad con todos.
Aunque ella misma esté cuestionada o sacudida por turbulencias internas, el Papa León XIV le pidió a los curas recientemente ordenados que sean "simplemente creíbles", y eso implica coherencia de lo que se dice y lo que se hace. Y es extensible para los cristianos en general. Hacia dentro de la iglesia, el Papa tendrá una dura tarea para mantener la unidad. Hay corrientes ideológicas que dañan la fe verdadera, grupos integristas o grupos de avanzada, las posturas extremas siembran entre los fieles incertidumbre y miedos infundados e innecesarios. La fe auténticamente cristiana tiene como fuerza el amor, nunca la inquisición y mucho menos el miedo que genera dominación; la fe es servicio, nunca imposición. El Papa lo sabe, pues tuvo que batallar en su ministerio como cura y como obispo, con sectores poderosos que querían utilizar a la iglesia para justificar sus acciones en países pobres; su paso por Perú y la dirección de los agustinos por todo el mundo, lo atemperó para saber resistir y discernir.
Francisco descentralizó a la Iglesia y convocó a su consejo a pastores jóvenes y de toda la periferia mundial y existencial, aún más, el mismo Cardenal Robert Prevost, hoy Papa León XIV, proviene de las filas de cardenales jóvenes y recientes, con una nutrida experiencia pastoral y misionera en la periferia sudamericana, especialmente, en la región amazónica.
Es de esperar también, que León XIV pueda profundizar el ordenamiento de la curia romana y las finanzas del Vaticano. Pero su prioridad es una iglesia misionera. En su discurso inaugural recordó la famosa frase de San Agustín: "con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo", siguiendo así el estilo de Francisco, como un pastor servicial con olor a oveja, sin atributos principescos.
León XIV tiene experiencia curial en su propia congregación, ha recorrido el mundo como superior general de los padres agustinos, conoce la periferia existencial como pocos, y tiene la cultura básica de su país de origen Estados Unidos, pero con alma latinoamericana. Una mirada propia de estadista, conductor, políglota, con gran cintura política, pero al mismo tiempo, un místico hombre de oración.
Frente a un mundo que se descristianiza en un ateísmo práctico, habrá que esperar una iglesia que no se repliegue, sino que camine con humildad como servidora y maestra de humanidad. Al fin de cuentas, una iglesia sin martirio se convierte en tierra árida y estéril. El mundo requiere un mensaje de austeridad como lo hizo Francisco, que fascinó a generaciones de jóvenes con su bondad y sencillez de vida. León XIV tiene la fuerza de los jóvenes y la alegría a flor de piel.
Las corrientes políticas y hasta las guerras son pasajeras. El amor vence al odio, el servicio doblega a la prepotencia, un puño cerrado se abre más rápido con una caricia que con otro puñetazo. León XIV lo sabe y abrevará en el Evangelio de Cristo, lo que la iglesia y el mundo necesitan.