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¿Hacia una era de "guerras interminables"?

Desde el fin de la guerra fría, todas las experiencias bélicas demuestran que las campañas breves, quirúrgicas y exitosas son una ilusión de los estrategas; en la mayoría de los conflictos, siempre se sabe cuándo comienzan, pero nunca cuándo terminarán.
Domingo, 20 de julio de 2025 02:16
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En la Operación Tormenta del Desierto -la campaña de 1991 para liberar Kuwait de la ocupación iraquí-, Estados Unidos y sus aliados desplegaron un enorme poderío militar terrestre, aéreo y naval. El conflicto terminó en pocas semanas. El contraste entre este ataque y la agotadora y fallida guerra de Vietnam -y la de la Unión Soviética en Afganistán- no podía ser más evidente.

Esta rápida victoria llevó a hablar de una nueva era; de una revolución en temas militares. En teoría, de allí en más, los enemigos serían derrotados mediante despliegues veloces y sorpresivos; inteligencia en tiempo real proporcionada por sensores inteligentes y satélites que guiarían ataques imprevistos; y el uso devastador de armas inteligentes. Sin embargo, la campaña militar en Afganistán tras los ataques del 11-S fue la más larga en la historia de Estados Unidos y, al final, resultó fallida: los talibanes regresaron.

El problema no se limita a Estados Unidos. En febrero de 2022, Rusia invadió a Ucrania suponiendo que doblegaría al país en cuestión de días. Hoy, si se lograra un alto el fuego, la guerra habría durado más de tres años tras siniestros combates de desgaste sobre poblaciones civiles en vez de esas acciones imaginadas audaces, rápidas, quirúrgicas y decisivas.

O cuando Israel lanzó su invasión de Gaza en represalia por el salvaje ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, el ataque se anticipaba como una operación "rápida, abrumadora y decisiva". En cambio, el conflicto continúa y habiéndose extendido a Líbano, Siria, Yemen y hasta a Irán tras primero el ataque israelí a Irán y luego el bombardeo estadounidense a las plantas iraníes de enriquecimiento de uranio.

En África, los conflictos prolongados parecen endémicos. A lo largo del continente, estallan guerras civiles que reflejan profundas divisiones étnicas y sociales agravadas por intervenciones externas; así como formas más burdas de lucha por el poder y por el control de los recursos naturales. Además, estos conflictos interminables proporcionan una cobertura ideal al tráfico de armas, personas y bienes.

Así, en reconocimiento de esta tendencia de las guerras a prolongarse, algunos analistas internacionales han comenzado a advertir sobre los peligros de caer en una "Era de guerras interminables".

La "falacia de la guerra corta"

Racionalmente, si los estrategas militares y políticos tuvieran poca o ninguna confianza en que una guerra pueda ser corta, entonces, la única salida sensata sería no librarla. Pero no es así como parece funcionar el mundo.

Al basar sus estrategias en guerras breves y "ataques quirúrgicos", los estrategas políticos y militares dependen demasiado de condiciones ideales que terminan no materializándose en la práctica con consecuencias desastrosas. Y, no prepararse para guerras largas, crea otras vulnerabilidades. Las guerras cortas se libran con los recursos disponibles en ese momento; las guerras largas requieren el desarrollo de capacidades a largo plazo bajo condiciones operativas cambiantes. Las guerras cortas pueden ocasionar disrupciones temporales a la economía y la sociedad de un país y no requieren líneas de suministro extensas; las guerras largas demandan estrategias para mantener el apoyo popular, economías funcionales y formas seguras de reabastecerse, rearmarse y reponer tropas y armamento. Además, cuanto más dura un conflicto, mayor es la presión para dar con resultados que produzcan un quiebre y avance. Incluso para una gran potencia, no estar a la altura de estos desafíos puede ser desastroso. Así, pasar de una guerra corta a una prolongada impone exigencias diferentes tanto a las fuerzas militares como a las sociedades.

No perder no es ganar

Una victoria militar decisiva ocurre cuando las fuerzas del enemigo no pueden funcionar y tal resultado se traduce en una victoria política, porque el bando derrotado tiene pocas opciones que no sean aceptar los términos del vencedor. Un ejemplo es la ofensiva de Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj en 2023, que puso fin a una guerra de tres décadas con Armenia. El contraejemplo es Serbia, cuando llegó a reconocer que no tenía ninguna posibilidad de una victoria en su guerra contra la OTAN en Kosovo, en 1999.

Pero la distinción entre "ganar" y "no perder" es difícil de definir. La diferencia no es intuitiva porque, en cualquier momento, un bando puede parecer estar ganando incluso cuando no es así. La situación de "no perder" tampoco es muy evidente cuando se alcanzan situaciones de "punto muerto". Ambos bandos podrían estar "no perdiendo" y, al mismo tiempo, ninguno podría ser capaz de asestar su fuerza decisiva sobre el otro.

Por eso, las propuestas para poner fin a guerras prolongadas suelen ser "llamados al alto el fuego". El problema es que las partes en conflicto tienden a ver a estos "alto el fuego" como pausas; con poco -o nulo- efecto sobre las causas subyacentes; y que sólo sirven -a ambos bandos- para reagruparse, recuperarse y prepararse para el siguiente ataque. El alto el fuego que puso fin a la guerra de Corea en 1953 ha durado más de 70 años, pero el conflicto sigue sin resolverse; y ambas partes continúan preparándose para "el asalto final".

Incluso en los casos en que se puede alcanzar un acuerdo político, y no solo un alto el fuego, el conflicto podría no resolverse. Pérdidas territoriales o, tal vez, concesiones económicas y políticas sustanciales por parte del bando perdedor, pueden producir resentimiento y un deseo de revancha en la población derrotada. Un país derrotado puede seguir decidido a encontrar formas de recuperar lo que ha perdido. Esta fue la posición de Francia después de perder Alsacia-Lorena ante Alemania en 1871, tras la guerra franco-prusiana. O de Alemania, antes de la Segunda Guerra Mundial.

En contraste con los modelos estándar de guerra, en los que las hostilidades usualmente tienen un punto de inicio claro y una fecha de final igualmente clara, los conflictos contemporáneos suelen tener ahora "bordes difusos". Tienden a pasar por etapas que pueden incluir una guerra explosiva e intensa, para pasar a períodos de cierta relativa calma con ocasionales treguas en el medio mechadas con "ataques híbridos"; sin nunca terminar de resolver el fondo de la cuestión lo que asegura una casi inevitable escalada posterior.

Un nuevo esquema de disuasión

La principal lección que el mundo puede extraer de su larga experiencia en guerras; es que lo mejor sería evitarlas. Pero, de nuevo, no es así como parece funcionar el mundo.

Si Estados Unidos llegara a involucrarse en un conflicto prolongado entre grandes potencias, toda la economía y la sociedad norteamericana tendría que ponerse en pie de guerra. Incluso si tal guerra terminara con algo que se aproximara a una victoria, dada la intensidad y el costo de la guerra contemporánea, probablemente lleve a que la población quede exhausta y el Estado agotado. Terminada la guerra, aumentar el gasto militar para reponer armamento y municiones, quizás podría no ser posible; lo que llevaría al país a una situación de incapacidad de cara a poder sostener otro conflicto armado u otra guerra posterior.

Y por supuesto, siempre está presente el riesgo de una guerra nuclear. En algún momento durante cualquier guerra prolongada que involucre a Estados Unidos, Rusia o China; la tentación de usar armas nucleares para poner fin al conflicto podría volverse irresistible.

Aún después de siete décadas de debate sobre estrategia nuclear, todavía no se ha encontrado una teoría sólida ni creíble que permita imaginar una victoria nuclear sobre un adversario capaz de responder en la misma forma y medida. Al igual que los estrategas de guerra convencional, los planificadores nucleares también se enfocan en la velocidad y precisión de estos "ataques quirúrgicos" buscando eliminar la capacidad de represalia del enemigo; o al menos de confundirlo y paralizarlo lo suficiente como para generar una indecisión crítica y, así, inclinar la balanza a su favor. Pero en ninguna guerra nada es preciso ni quirúrgico. Nunca. Todas estas teorías son especulativas y expresiones de deseos poco fiables. Que, por suerte, no se han puesto a prueba en la práctica.

Una ofensiva nuclear que no produzca una victoria inmediata y que en cambio resulte en intercambios nucleares alternativos no sería prolongada, pero sin duda resultaría devastadora y con resultados espeluznantes. La "destrucción mutuamente asegurada" debería ser un escenario inalcanzable. Es necesario desarrollar nuevos mecanismos disuasorios y de contención.

Uno de los grandes atractivos del poder militar es que siempre promete llevar los conflictos a una conclusión rápida y decisiva pero, en la realidad, rara vez lo hace.

Encuentro poco sostenible afirmar que no se pueda evitar una guerra. Las guerras comienzan y terminan con decisiones políticas. También me parece equivocado decir que "la guerra es la continuación de la política por otros medios". Dados los costos humanos, económicos, sociales y políticos que ocasionaría una "Era de guerras interminables", quizás sea imperativo buscar otros caminos para resolver nuestros conflictos. Quizás sea hora de volvernos más humanos y mucho menos necios y guerreros. ¿Podremos? No lo sé. No lo creo.

 

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