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Sandra, su "héroe sin capa", y una historia con final feliz

Había quedado ciega y una nota en El Tribuno movilizó a un especialista que le devolvió la visión con una entrega profesional plena de altruismo.
Martes, 20 de agosto de 2024 20:43
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"Quiero agradecer a El Tribuno porque me ayudó a difundir mi caso y gracias a eso el doctor Arroyo se enteró y se contactó conmigo", expresaba el 7 de julio de 2017 Sandra Aramayo, una salteña que necesitaba un trasplante de córnea para tener una esperanza de volver a ver.

El 13 de junio de ese año este diario había contado su historia, el drama de una joven y emprendedora mujer que poco a poco fue perdiendo la vista hasta quedar totalmente ciega por una patología que solo tienen 20.000 personas en todo el mundo.

"El mismo día que salió la nota me llamó el doctor y a la noche ya me había revisado. Es un hombre de una generosidad enorme. Gracias a él nací de nuevo", decía entonces Sandra, con la voz quebrada por la emoción. El 28 de junio, solo 15 días después de la primera nota, ya podía distinguir nuevamente luces y colores tras un trasplante de córnea concretado en tiempo récord.

En solo 15 días se habían realizado los trámites legales y administrativos para traer una córnea desde Estados Unidos, con todos los gastos afrontados por el médico oftalmólogo Martín Arroyo, quien además adquirió un oneroso implante intraocular, costeó los insumos necesarios y la operó sin cobrarle un centavo. Un "héroe sin capas", como lo definió el pasado jueves 15 de agosto en una nota en la que el diario La Nación recordó que ella y su esposo habían salido en 2017 a pedir ayuda, "con la desesperación a cuestas", hasta el momento en que su historia fue publicada por El Tribuno y un especialista, conmovido, decidió "conocerla en persona para ver si podía darle una mano".

Desde ese momento Sandra Aramayo y Martín Arroyo, un oftalmólogo que se especializó en el Cornea Service del Wills Eye Institute de Philadelphia (Estados Unidos) recorrieron un largo y esforzado camino con el que ella recuperó la visión en su ojo izquierdo. "Hoy admiro poder contemplar un amanecer, una flor, leer y escribir. Ir sola al centro, cebarme mate, ir al cine, cocinar", cuenta feliz. Por el transplante, Sandra debe alejarse del calor de las hornallas y es su marido quien controla el horno. "Somos un equipo", remarca Sandra, quien antes de perder la vista había trabajado en un supermercado y como azafata de una empresa de ómnibus.

Por estos días le realizan estudios frente a la posibilidad de que pueda recuperar también la vista de su ojo derecho. Por lo pronto, ella emprendió con su compañero la fabricación de Lámparas de Sal del Himalaya que venden con buena aceptación con la marca Kalma. Sandra aclara que ese nombre fue inspirado por la calma que trató de mantener en los amargos tiempos que quedaron atrás.

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