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La historia de Francisco Vacazur comienza en las alturas de San Antonio de los Cobres, en pleno corazón de la Puna salteña. Hijo de una familia trabajadora, pasó su infancia entre la venta de sal y las dificultades de la vida en el altiplano. Un hecho marcó su adolescencia: un hombre mayor solía ir a su casa a pedir algo de comida, vino o coca para coquear. Francisco, con apenas 14 años, le daba a escondidas parte de lo que tenía su madre. Ese gesto lo conmovió y despertó en él una certeza: hacer feliz a los demás podía ser el verdadero sentido de su vida.
Se sumó a un grupo juvenil parroquial, conoció de cerca la labor de los misioneros y encontró inspiración en los franciscanos. En medio de esa búsqueda interior, decidió dejar la vida de salinero y probar un camino distinto. Contra los pronósticos de su familia, ingresó al convento en pleno carnaval y, años más tarde, se ordenó sacerdote.
De Jerusalén a Tartagal: la misión en el corazón
Su vocación misionera lo llevó a recorrer distintas comunidades y hasta a estar en Jerusalén durante un mes, donde predicaba y tocaba el charango. Siempre entendió el sacerdocio como un llamado al servicio, más allá del altar.
En Tartagal, donde fue párroco en 2009, desplegó una intensa tarea comunitaria. Creó un sistema de trueque que llamó la atención de la Iglesia y hasta recibió apoyo del entonces cardenal Jorge Bergoglio, luego consagrado Papa Francisco. “La gente es testigo de mi entrega y del amor a la comunidad”, recordó. .
Sin embargo, en ese tiempo contrajo un parásito (cryptosporidium) a causa del agua contaminada. La enfermedad lo debilitó física y mentalmente, y empezó a experimentar crisis de pánico y un profundo cansancio espiritual. “Me sentí agobiado, sin fuerzas, y ahí comenzó mi crisis de fe”, confesó.
La enfermedad, el accidente y el encuentro con Adriana
Buscando ayuda, se trasladó a Mar del Plata para iniciar un tratamiento psiquiátrico. En medio de ese proceso, sufrió un accidente de tránsito que lo llevó al hospital. Allí se reencontró con Adriana, una mujer que ya conocía, pero con la que nunca había tenido un vínculo cercano.
“Estaba quebrado, y en medio de esa fragilidad, me enamoré. Dios me regaló a alguien especial”, contó. La decisión de dejar los hábitos no fue sencilla: recibió cuestionamientos de su familia, de la Iglesia y de su entorno. Sin embargo, con terapia y acompañamiento, entendió que no podía seguir ocultando lo que sentía. Finalmente se casó con Adriana y juntos formaron un hogar en Mar del Plata.
El apoyo inesperado del Papa Francisco
Lejos de los altares tradicionales, Francisco encontró respaldo en quién fue el líder máximo de la Iglesia Católica: el Papa Francisco.
Cuando todavía era cardenal en Buenos Aires, Bergoglio lo recibió y lo escuchó. Años después, ya como Papa, lo recibió en Roma y mantuvieron un vínculo epistolar constante. “Vos sos sacerdote para siempre. Andá, yo te sostengo”, le dijo en una ocasión.
Inspirado en ese respaldo, creó la comunidad Religiosos Sin Frontera, integrada por unos diez curas casados, además de monjas y laicos que decidieron seguir sirviendo al pueblo, aunque fuera de la estructura oficial.
Una capilla sobre ruedas y una ONG para los más humildes
Hoy, en Mar del Plata, Francisco se moviliza en una capilla móvil: una camioneta ploteada con la imagen de la Virgen, que utiliza para llevar alimentos, ropa y bendiciones a los sectores más vulnerables. Todos los martes recolecta pan en panaderías y lo distribuye en comedores.
A través de la ONG “Amar y sorprender”, organiza ollas populares, jornadas solidarias y repartos en basurales y barrios humildes. “En el basural de Mar del Plata hay más de 300 personas. Cuatro veces al año hacemos ahí comida para todos, en honor a San Francisco”, contó.
Su labor también alcanza a los cartoneros, a quienes lleva bolsones con yerba, azúcar y alimentos básicos. “La vocación no desaparece con la sotana. Seguimos siendo servidores”, sostuvo.
Siempre con la mirada en San Antonio de los Cobres
Aunque hoy vive en Mar del Plata, Francisco mantiene un fuerte vínculo con su tierra natal. Viaja seguido a Salta y promueve proyectos comunitarios en San Antonio de los Cobres, como campañas de forestación y la construcción de un camping con pileta. “Yo crecí en la Puna sin aprender a nadar. Sueño con que los chicos del pueblo tengan un lugar donde hacerlo”, afirmó.
Además, envía mensajes radiales diarios a emisoras del norte salteño, compartiendo reflexiones y valores que llegan a cientos de familias. “Nunca me olvido de mi pueblo. Todos los días estoy conectado con ellos”, aseguró.
Una fe que se reinventa
La historia de Francisco Vacazur pone sobre la mesa un debate sensible: el celibato sacerdotal y las consecuencias de quienes deciden dejar los hábitos. “Algunos obispos y sacerdotes se olvidan de la misericordia. Cuando estás en el altar, todos te reciben; cuando dejás, pareciera que no existieras”, lamentó.
Aun así, él insiste en que no se trata de crear una iglesia paralela: “No armamos otra Iglesia. Conservamos lo nuestro porque la vocación es un llamado de Dios y una respuesta del hombre. Eso no se pierde”.
En tiempos de Milagro en Salta, Francisco envía un mensaje cargado de esperanza: “El verdadero milagro es que estemos unidos en familia, que superemos los terremotos de la vida separaciones, adicciones, corrupción y aprendamos a ayudarnos. Dios nunca abandona”.