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Ciudades con mucho futuro

Sabado, 07 de enero de 2012 22:37


Me permito emitir severos juicios sobre las ciudades americanas que van perdiendo identidad, inundadas por un masacote de edificios enormes, mucho más altos de lo que fuera la media de tiempos antiguos, joyas que van quedando sumergidas.

Por caso Salta, que alguna vez fue colonial y eso la caracterizaba y distinguía y ahora, gradualmente, se va modernizando, lastimosamente.

Las ciudades no se hacen grandes por tener enormes edificios ni cantidad de supermercados, sino por conservar su identidad. El caso salteño es patético, antes era colonial y hermosa, pero ¿hoy qué es?

Me tocó conocer, hace poco tiempo, la hermosa Sevilla, capital de Andalucía, en territorio español, que tiene una cerrada identidad y una antigua tradición y así quieren mantenerla sus habitantes. Una enorme vocación religiosa la enriquece, quizá por comparación con las Fiestas del Milagro de Salta, cuando llega Semana Santa y miles de habitantes se visten con capuchas cerradas y desfilan entre patéticos y tristes cánticos, lo que es cierto, a veces termina por espantar a cantidad de nativos, especialmente por la invasión turística. Hay decenas de cofradías religiosas, cada una tiene además sus bandas propias, para los innumerables desfiles.

Renovada a extremos, gracias a la Expo Sevilla, allá por 1992, cuando se conmemoraron los quinientos años de aquella magnifica gesta que fuera encabezar el descubrimiento del Nuevo Mundo, que se produjo allá por 1492. Sevilla, antes Ixvillia y mucho antes Iberio, parte de Baesca o Hispalis, ciudad administrativa y centro de desarrollo regional, existía en el año 711 antes que la propia España, fundada por los moros y reconquistada de ellos por los hispanos, en 1248, cuando, por la partida y segregación de moros y judíos, cayó gradualmente en una gran pobreza.
Después se recuperó hasta alcanzar sus niveles de riqueza actual, alojando ahora a poco más de 700.000 habitantes que orgullosamente la pueblan. En los alrededores residen otros tres cuartos de millón de habitantes que refuerzan su personalidad.

Cuenta la ciudad con unas 335 hectáreas de casitas y casonas pintorescas, muchas en medio de coloridos patios de flores. Todo es el Viejo Casco, es una de las ciudades mejor conservadas y preservadas del mundo y la segunda en tener tal cantidad de viejas casonas.

Su trazado sigue intacto y marca ambos lados de sus callejuelas bellísimas, donde los andaluces agotan la noche tomando de pie sus copas de vino y masticando sus tapas, suerte de magros bocadillos con diversos contenidos, generalmente quesos o pescadillos y uno que otro saborizante. Se pusieron de moda porque un rey decidió que no se podía tomar vino solo, sino “acompañado”, para disimular el beberaje. “Toma vino y come queso y vivirás hasta viejo”, dice una frase popular repetida hasta el cansancio.

En la hermosa Plaza de los Naranjos, a dos cuadras por detrás de la torre de la Giralda, hay unos cuantos pintores nativos, entre los cuales se destaca uno que usando brillantes colores, al pastel, da vida a escenas de esa ciudad. Sobre el pasillo de la Judería, ahí cerca, nos cruzamos con un exquisito intérprete de guitarra que evoca a Albeniz. Resulta ser una japonesa vestida con ropas locales.

Por ahí cerca pasando el pasillo, caemos en una callecita pintoresca donde hay cantidad de artesanas pintando abanicos o cosiendo vestidos y diseñando zapatos de taco, para bailar flamenco, que no es de ahí, sino de otra zona. Por ser originales y auténticos cuestan más caros, pero por suerte no son “made in China”. Los andaluces se enorgullecen de sus creaciones y su identidad.

En muchos sentidos Sevilla, una de las ciudades más hermosas que jamas visitamos, podría ser un claro ejemplo para los gobiernos de la ciudad de Salta, de lo que hay que hacer bien. Sus organizadas carreteras o autopistas, como la que une el aeropuerto con el centro de la ciudad, de tres carriles y bordos, mejor que la precaria que une, por caso, al aeropuerto de Fiumicino y Roma, en Italia, o la exasperante que va de Roma a Ciampino, aeropuerto accesorio.

Transitan por allí decenas de miles de automovilistas y motociclistas, ninguno sin casco y la mayoría ordenados y cuidadosos a extremos.

Sevilla abunda en templos y capillas, todas hermosas. Hasta los gitanos tienen la propia. Los sevillanos tienen una cerrada vocación católica y el culto a la Virgen de Macarena, dentro del límite de las murallas de la ciudad. Una costumbre incluye el “besamanos”, para pedirle gracias y favores. Esa noche, antes de nuestra partida, había cientos de fieles haciendo cola para cumplir con el ritual. Se cuenta que la imagen no debía salir de ese límite, pues “se la iban a robar los gitanos”.

Parecería que no hay taxis en grado superlativo, los coches, muchos eléctricos, como el Pryus Toyota, ayudan a preservar el medio ambiente.

Todos son amplios y muy cómodos. No pueden tener más de unos años. Todos son amplios y de modelos flamantes. Y no cobran los viajes tan caros. En torno de la hermosa torre de La Giralda, en una zona totalmente peatonal, hay estacionados decenas de cocheros con sus carros pintados de amarillo, con tracción a sangre, remolcados por lindos corceles. Una vuelta de media hora, que rara vez se cumple, cuesta 30 euros. Las consecuencias de ese trafico se dejan ver sobre las calles empedradas de adoquines, con mucho estiércol de los equinos, que, junto a la bosta de los perros, está por doquier, pues los dueños no obedecen recoger tales residuos. “Algún día aprenderemos”, nos dice Javier, un taxista.

A una cuadra escasa de La Giralda, transitan tranvías silenciosos de tres vagones, muy modernos, que hacen recorridas cortas y tienen un precio medianamente aceptable (1,20 euros el viaje), que se compra de máquinas especiales, en las paradas, donde lucen carteles luminosos la hora de arribo del siguiente.
Los taxis son mucho más baratos que en ciudades grandes, como Madrid o Barcelona.

Al borde del río Guadalquivir, que corta la ciudad, hay cantidad de restaurantes y bares donde los locales y visitantes dejan languidecer la noche o beben sin mesura hasta la madrugada.

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Me permito emitir severos juicios sobre las ciudades americanas que van perdiendo identidad, inundadas por un masacote de edificios enormes, mucho más altos de lo que fuera la media de tiempos antiguos, joyas que van quedando sumergidas.

Por caso Salta, que alguna vez fue colonial y eso la caracterizaba y distinguía y ahora, gradualmente, se va modernizando, lastimosamente.

Las ciudades no se hacen grandes por tener enormes edificios ni cantidad de supermercados, sino por conservar su identidad. El caso salteño es patético, antes era colonial y hermosa, pero ¿hoy qué es?

Me tocó conocer, hace poco tiempo, la hermosa Sevilla, capital de Andalucía, en territorio español, que tiene una cerrada identidad y una antigua tradición y así quieren mantenerla sus habitantes. Una enorme vocación religiosa la enriquece, quizá por comparación con las Fiestas del Milagro de Salta, cuando llega Semana Santa y miles de habitantes se visten con capuchas cerradas y desfilan entre patéticos y tristes cánticos, lo que es cierto, a veces termina por espantar a cantidad de nativos, especialmente por la invasión turística. Hay decenas de cofradías religiosas, cada una tiene además sus bandas propias, para los innumerables desfiles.

Renovada a extremos, gracias a la Expo Sevilla, allá por 1992, cuando se conmemoraron los quinientos años de aquella magnifica gesta que fuera encabezar el descubrimiento del Nuevo Mundo, que se produjo allá por 1492. Sevilla, antes Ixvillia y mucho antes Iberio, parte de Baesca o Hispalis, ciudad administrativa y centro de desarrollo regional, existía en el año 711 antes que la propia España, fundada por los moros y reconquistada de ellos por los hispanos, en 1248, cuando, por la partida y segregación de moros y judíos, cayó gradualmente en una gran pobreza.
Después se recuperó hasta alcanzar sus niveles de riqueza actual, alojando ahora a poco más de 700.000 habitantes que orgullosamente la pueblan. En los alrededores residen otros tres cuartos de millón de habitantes que refuerzan su personalidad.

Cuenta la ciudad con unas 335 hectáreas de casitas y casonas pintorescas, muchas en medio de coloridos patios de flores. Todo es el Viejo Casco, es una de las ciudades mejor conservadas y preservadas del mundo y la segunda en tener tal cantidad de viejas casonas.

Su trazado sigue intacto y marca ambos lados de sus callejuelas bellísimas, donde los andaluces agotan la noche tomando de pie sus copas de vino y masticando sus tapas, suerte de magros bocadillos con diversos contenidos, generalmente quesos o pescadillos y uno que otro saborizante. Se pusieron de moda porque un rey decidió que no se podía tomar vino solo, sino “acompañado”, para disimular el beberaje. “Toma vino y come queso y vivirás hasta viejo”, dice una frase popular repetida hasta el cansancio.

En la hermosa Plaza de los Naranjos, a dos cuadras por detrás de la torre de la Giralda, hay unos cuantos pintores nativos, entre los cuales se destaca uno que usando brillantes colores, al pastel, da vida a escenas de esa ciudad. Sobre el pasillo de la Judería, ahí cerca, nos cruzamos con un exquisito intérprete de guitarra que evoca a Albeniz. Resulta ser una japonesa vestida con ropas locales.

Por ahí cerca pasando el pasillo, caemos en una callecita pintoresca donde hay cantidad de artesanas pintando abanicos o cosiendo vestidos y diseñando zapatos de taco, para bailar flamenco, que no es de ahí, sino de otra zona. Por ser originales y auténticos cuestan más caros, pero por suerte no son “made in China”. Los andaluces se enorgullecen de sus creaciones y su identidad.

En muchos sentidos Sevilla, una de las ciudades más hermosas que jamas visitamos, podría ser un claro ejemplo para los gobiernos de la ciudad de Salta, de lo que hay que hacer bien. Sus organizadas carreteras o autopistas, como la que une el aeropuerto con el centro de la ciudad, de tres carriles y bordos, mejor que la precaria que une, por caso, al aeropuerto de Fiumicino y Roma, en Italia, o la exasperante que va de Roma a Ciampino, aeropuerto accesorio.

Transitan por allí decenas de miles de automovilistas y motociclistas, ninguno sin casco y la mayoría ordenados y cuidadosos a extremos.

Sevilla abunda en templos y capillas, todas hermosas. Hasta los gitanos tienen la propia. Los sevillanos tienen una cerrada vocación católica y el culto a la Virgen de Macarena, dentro del límite de las murallas de la ciudad. Una costumbre incluye el “besamanos”, para pedirle gracias y favores. Esa noche, antes de nuestra partida, había cientos de fieles haciendo cola para cumplir con el ritual. Se cuenta que la imagen no debía salir de ese límite, pues “se la iban a robar los gitanos”.

Parecería que no hay taxis en grado superlativo, los coches, muchos eléctricos, como el Pryus Toyota, ayudan a preservar el medio ambiente.

Todos son amplios y muy cómodos. No pueden tener más de unos años. Todos son amplios y de modelos flamantes. Y no cobran los viajes tan caros. En torno de la hermosa torre de La Giralda, en una zona totalmente peatonal, hay estacionados decenas de cocheros con sus carros pintados de amarillo, con tracción a sangre, remolcados por lindos corceles. Una vuelta de media hora, que rara vez se cumple, cuesta 30 euros. Las consecuencias de ese trafico se dejan ver sobre las calles empedradas de adoquines, con mucho estiércol de los equinos, que, junto a la bosta de los perros, está por doquier, pues los dueños no obedecen recoger tales residuos. “Algún día aprenderemos”, nos dice Javier, un taxista.

A una cuadra escasa de La Giralda, transitan tranvías silenciosos de tres vagones, muy modernos, que hacen recorridas cortas y tienen un precio medianamente aceptable (1,20 euros el viaje), que se compra de máquinas especiales, en las paradas, donde lucen carteles luminosos la hora de arribo del siguiente.
Los taxis son mucho más baratos que en ciudades grandes, como Madrid o Barcelona.

Al borde del río Guadalquivir, que corta la ciudad, hay cantidad de restaurantes y bares donde los locales y visitantes dejan languidecer la noche o beben sin mesura hasta la madrugada.

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