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14 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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?La botella de agua boliviana era la firma?

Domingo, 14 de octubre de 2012 10:38

Hay preocupación en los cuadros medios y bajos de las fuerzas de seguridad y miedo en los habitantes del norte. Esas son algunas de las sensaciones que dejó la masacre de Acambuco, donde perdieron la vida, alcanzados por ráfagas de ametralladora, los salteños Tomás Horacio López, Juan Carlos Callejas y el boliviano Andrés Plata. “Nos metemos al monte sin GPS y hacemos guardia de noche sin visores nocturnos. Lo peor que nos puede pasar es encontrar a los sicarios que con armas de guerra nos atraviesan el chaleco antibalas de punta a punta y yo tengo que ahorrar los tiros de mi pistola 9 mm”, dijo un oficial en el lugar del triple crimen.

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Hay preocupación en los cuadros medios y bajos de las fuerzas de seguridad y miedo en los habitantes del norte. Esas son algunas de las sensaciones que dejó la masacre de Acambuco, donde perdieron la vida, alcanzados por ráfagas de ametralladora, los salteños Tomás Horacio López, Juan Carlos Callejas y el boliviano Andrés Plata. “Nos metemos al monte sin GPS y hacemos guardia de noche sin visores nocturnos. Lo peor que nos puede pasar es encontrar a los sicarios que con armas de guerra nos atraviesan el chaleco antibalas de punta a punta y yo tengo que ahorrar los tiros de mi pistola 9 mm”, dijo un oficial en el lugar del triple crimen.

“Nosotros tenemos miedo, acá entra cualquiera y sale sin que nadie le diga nada. Gendarmería solo patrulla la zona. Hace más de un mes que abandonaron el puesto fijo que estaba cerca de donde fue el asesinato. La comisaría no tiene radio para comunicarse y no hay señal de teléfono”, dijo un comerciante de Acambuco. “Acá pasa el que quiere. Se vive con miedo. El auto venía seguido. Hay mucho fulero y ningún control”, dijo un empleado público de El Chorrito. Cuando El Tribuno dejó el viernes la escena de la masacre el movimiento de los investigadores era incesante. Se dejaban ver en el paraje Campo Largo, donde termina la ruta provincial 46, a 76 kilómetros del cruce con la ruta nacional 34, entre Tartagal y Aguaray. Estaban parados sobre un montículo de tierra al pie del valle donde termina la quebrada en la que se perpetró la emboscada. Parecían querer intimidar a posibles cómplices mostrando armas largas, analizando sus movimientos y semblanteando sus rostros. “Mejor que antes de que llegue la noche rajen, porque los policías están muy calientes con la gente del lugar porque no colaboran mucho y piensan que el entregador podría ser de acá”, le había dicho al equipo de El Tribuno el hijo de una vecina del lugar, oriundo de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
Una fuente de inteligencia de la frontera apuntó que los sicarios pasaron por entrenamiento militar. Los verdugos embocaron sus ráfagas de casi 40 tiros en un metro cuadrado y remataron fríamente a dos de las víctimas con disparos en la frente. El hecho de dejar una botella de agua mineral boliviana esconde un mensaje: “Querían que sepan que fueron ellos. Su profesionalismo nunca hubiese permitido esa torpeza”. No tienen miedo y se sienten poderosos.
El viernes, en Salvador Mazza hacían base las camionetas oficiales. A unas cuadras de ahí, en el barrio El Triángulo, se velaban los restos de los difuntos. Ya es un rumor en Salvador Mazza que en el velorio compartido de Callejas y Plata se juró venganza.
La familia de López, el que manejaba, tiene una casa con una plantación de naranjas a unas cuadras de lo de Catalina Chávez de Gareca, en Campo Largo. “Es cercano a la familia. Es tan feo que haya pasado eso. Era bueno conmigo y me visitaba. Pasó hace dos semanas. Estaba volviendo, pero ya no ha llegado. Era muy respetuoso. Antes no era así este lugar. Somos campesinos”, dijo.
A unos 10 metros de la casita de adobe está un arroyito que se puede pasar caminando hasta el país vecino. Es más fácil conseguir cigarrillos y víveres en Bolivia que en Salta. La ruta provincial 46 termina en un control del Ejército boliviano. No dejan cruzar en auto, pero sí a pie. No hay puesto del lado argentino.
“Está un poco medio lejos de la casa para escuchar los tiros. Pero los changos que estaban limpiando el cerco dicen que los sintieron. Luis Ordóñez fue el que dio aviso. No pasan casi autos. Era especial el lugar para hacer ese crimen”, contó Marcelo Gareca Chávez, hijo de Catalina. “Solo la puerta de atrás estaba abierta y colgaba una pierna. El vidrio roto y una gorra en el agua. Decían los policías que eran 45 tiros. No tuvieron tiempo de nada”, agregó.
Se conocieron nuevos datos del temible y prófugo Mario Mansilla, que se fugó en marzo de Tartagal. Tiene tres muertos en su haber. Su hermano, José Luis Mansilla, salió de la cárcel hace unas semanas, después de purgar delitos vinculados con el tráfico de drogas. La Policía no descarta a los hermanos como autores de la masacre. Los Mansilla residían en Tartagal, pero son de Acambuco.

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