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Fuentes y Chavela, adios a dos genios

Domingo, 30 de diciembre de 2012 23:46

 Fueron dos de las grandes figuras fallecidas este año, a quienes El Tribuno tuvo el privilegio de entrevistar. 

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 Fueron dos de las grandes figuras fallecidas este año, a quienes El Tribuno tuvo el privilegio de entrevistar. 

El 2 de mayo de 2012, Carlos Fuentes entraba con paso firme a un elegante salón del porteño Hotel Alvear. Allí lo esperaban periodistas de diferentes medios, El Tribuno entre ellos, para dialogar en exclusiva pocas horas antes de su presentación en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Llevaba una camisa blanca, un suéter negro y una vitalidad en los ojos tan encendida, que recordaba a la mirada de los niños cuando descubren el arco iris o el mar. Quince días después, desde la Ciudad de México, llovían los cables y los flashes informativos repetidos incesantemente en la TV: Carlos Fuentes había muerto y a uno se le agigantaba la sensación de que aquellos 40 minutos de diálogo, en un saloncito afrancesado de Buenos Aires, habían sido un privilegiado sueño. 

 

El novelista murió el 17 de mayo, a los 83 años, en México, su país -aunque había nacido en Panamá-, luego de pasar por la capital argentina con dos nuevas obras bajo el brazo, contagiar su habitual pasión por los libros y dejar sentada su convicción de que, en un mundo vertiginoso, “a veces las crisis ayudan a escribir mejor literatura”.

El autor de “La región más transparente” había paseado durante su visita a Buenos Aires una peripecia vital tan grande, que cualquier sospecha de finitud (o pronta finitud), parecía insostenible. Nadie esperaba la noticia... salvo quizás el mismo Fuentes, que desde hacía varios años, con la actitud precavida de quien pone con tiempo el mantel a la espera de las visitas, tenía lista su lápida y su tumba en un rinconcito de París. La confesión surgió en el contexto de aquella conferencia de prensa en el Hotel Alvear, luego del comentario hecho a El Tribuno por un diplomático chileno que se encontraba en el salón de pasadita, sólo para saludar a “don Carlos”. Este hombre contó que alguna había recorrido en París el cementerio de Montparnasse, donde descansan los restos de Julio Cortázar, Porfirio Díaz, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Durante la visita guiada, había alcanzado a ver el mausoleo de la familia de Fuentes, donde ya había dos nombres estampados: los de los hijos de Carlos Fuentes, fallecidos de muy jóvenes. Y también una lápida grabada a medias, con fecha de nacimiento seguida de un gris silencio. La pregunta acerca de esta extraña “previsión” surgió sobre el final de la conferencia: “Sí, tengo un monumento muy bonito esperándome”, confirmó don Carlos con una sonrisa El Tribuno. Allí descansa hoy el escritor e intelectual mexicano que formó parte del fenómeno editorial conocido como “Boom latinoamericano”, y que escribió hasta el último día de su vida, convencido de que la literatura era una forma de transfiguración.

La llorona, definitiva y eterna

A Chavela es muy difícil imaginársela en ese pozo de ausencia que es la muerte. Por lo general, los artistas siguen vivos en sus obras (la frase es trillada aunque cierta), pero en el caso de “la Vargas”, ella sigue siendo una especie de respiración. Chavela está en su música pero también en quienes se animan a la rebeldía, a la soledad, al abandono y a la resurrección. 

Conocerla en persona fue una mezcla de asombro y de ternura. En ese momento (noviembre de 2009), Chavela era una mujer de 90 años y su lugar en el mundo (lo fue hasta su último día) era su casa en Tepoztlán, un pueblo lleno de misticismo y tradición ubicado 71 kilómetros al sur de la Ciudad de México. Ahí, por lo general, sus horas transcurrían casi idénticas, en una casa rodeada de verde y sombra. Y era así casi siempre, hasta que llegaba alguna invitación, para algún homenaje, que la sacaba de la rutina. Embarcada en una de esas obligaciones la encontró El Tribuno, en Guadalajara, donde se desarrollaba la tradicional Feria del Libro de esa ciudad mexicana. Había sido invitada para la presentación del libro “Las verdades de Chavela”.

El nexo impagable

Dos salteñas fueron el nexo para que se concretara la entrevista: la escritora Ana Gloria Moya y la cantante María Elena Chagra, la Negra. Ambas, amigas entrañables de Chavela por esas cosas mágicas que tiene la vida. El encuentro ocurrió en un hotel sencillo, donde se hospedaba la mítica intérprete de “La llorona”. Salió de la habitación en silla de ruedas, acompañada por sus enfermeras, obligandonos a adivinarle los ojos detrás de unos anteojos oscuros. Ese no había sido un buen año para Chavela, porque el vigor que siempre la había caracterizado a pesar de la edad, venía en franco descenso. Desde dentro de una especie de túnel del tiempo habló, sonrió, bromeó... Confesó, entre otras cosas, que le gustaba lo que veía de su vida al mirar atrás; que su imagen de mujer fuerte y aguerrida no fue una simple coraza, sino una virtud que la ayudó a enfrentarse a una sociedad descarnada; que todavía le quedaban muchas preguntas por responder, entre ellas, “qué es lo que sigue después de la muerte”: “Yo no lo conozco ni le tengo miedo, pero presiento que es encantador. Sé que existe y tengo que pasar allá”, reflexionó “la Chamana”. A partir de 2010, Chavela repuntó casi milagrosamente: volvió a cantar, a grabar, a subirse a un escenario, a viajar en avión... Fue el último eslabón de su inmenso legado. El 5 de agosto de este año, la mujer que “hizo del abandono y la desolación una catedral” -como la describió su amado Almodóvar- detuvo su marcha. Cayó con peso y a la vez ligera, definitiva y eterna.

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