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LA CIENCIA Y LAS PSEUDOCIENCIAS

Lunes, 13 de febrero de 2012 12:57


Aristóteles fue un gran sabio de la antigüedad que dejó sentadas las bases de gran parte del pensamiento actual. Él especulaba hace más de veinte siglos que dos objetos que se arrojaran desde una altura cualquiera, el primero que llegaría al suelo sería el más pesado. Apeló para ello al sentido común. Pero en ningún momento se le ocurrió comprobar si esto era cierto. Galileo Galilei fue más allá y decidió hacer un experimento muy simple. Se subió a la Torre Inclinada de Pisa y desde allí arrojó dos bolas, una de madera y otra de metal comprobando a través de sus observadores que las bolas llegaron al piso al mismo tiempo. Simplemente había experimentado y no se había confiado en el equívoco mensaje de los sentidos humanos.

Quedó allí claro que era muy fácil dejarse engañar por los sentidos. Habían pasado casi 2000 años entre el razonamiento de Aristóteles y el experimento de Galileo. Cuando el hombre llegó a la Luna realizó el experimento de Galileo en ausencia de gravedad y allí pudo comprobar que una pluma y un martillo arrojados desde ambos brazos del astronauta tocaban el suelo lunar al mismo tiempo. Hay mucha diferencia entre “creer” algo y “saber” de algo. Allí nace el campo de la ciencia (saber), que se distingue del campo de las creencias, por más legítimas que sean estas últimas cuando apelan a un conocer teológico o metafísico que está más allá de lo físico.

Veamos como ejemplo un caso paradigmático: El Diluvio Universal. Todos conocen el tema de las lluvias permanentes, la inundación de las tierras hasta cubrir las montañas más altas, el Arca de Noé y la salvación de los animales en parejas, la extinción catastrófica de los animales que todavía hoy se llaman “antediluvianos”, entre otros elementos. Mucha gente “cree” que efectivamente el diluvio ocurrió y que fue un castigo divino. El hallazgo de conchillas marinas en los picos más altos de Europa y más tarde de los Andes parecía una prueba irrefutable de que alguna vez las aguas habían alcanzado las altas cumbres.

La ciencia demostró que no fueron las aguas las que llegaron a las altas cumbres sino que fue el fondo del océano el que se levantó cuando se plegaron las cordilleras. Precisamente el “Diluvio Universal”, ni fue diluvio ni fue universal, y lo que verdaderamente aconteció fue un evento geológico. Por supuesto que tampoco hubo ningún castigo divino, ni nada que se le parezca. La ciencia busca descubrir las leyes de la naturaleza. Las leyes de la naturaleza son el esqueleto del universo. Las pseudociencias o falsas ciencias explotan conceptos que no requieren demostración ni experimentación como al que llaman “milagro”. Un milagro es por definición “la suspensión momentánea de las leyes naturales”. Pero ¿Pueden suspenderse momentáneamente las leyes naturales? ¿Puede frenarse el sol, “caer” la manzana hacia arriba, o abrirse de par en par las aguas del mar? Desde luego que no, ya que las consecuencias serían trágicas y terminales. Sin embargo encontramos esos relatos anticientíficos poblando las páginas de textos creacionistas, míticos, mágicos, entre otros. Se dice en algún texto bíblico que fue un “milagro” el que una ballena se tragara a Jonás. El filósofo escocés David Hume decía que ¡el verdadero milagro hubiese sido que Jonás se tragara una ballena!

Karl Popper, uno de los grandes filósofos del siglo XX, elaboró un criterio de demarcación entre las proposiciones científicas y las proposiciones no científicas, a lo que llamó el criterio de “falsabilidad”. Esta palabra rara tiene que ver con lo falso y más concretamente con demostrar que algo puede necesariamente ser falso, aún cuando todo indique su carácter de verdadero. Las pseudociencias no son “falsables” porque son temas cerrados que contienen su propia verdad y por lo tanto no son susceptibles de ser invalidados mediante experiencias.

Hay disciplinas que no tienen base científica pero tampoco la reclaman implícita ni explícitamente, por lo cual no se las considera como pseudociencias. Una pseudociencia es entonces una disciplina, determinada por un conjunto de prácticas, creencias, conocimientos y metodologías no científicos, pero que reclaman dicho carácter. Algunos ejemplos son: la astrología, la rabdomancia, la homeopatía, la ufología, el feng shui, el tarot, la numerología, la parapsicología, la telepatía, la telequinesia, etcétera. ¿Podemos “falsar” estos conocimientos? Imposible. No se trata, pues, de mostrar que un enunciado es verdadero, sino de concluir que puede serlo porque se ha tratado de mostrar, sin conseguirlo, que era falso. Cuando los pseudocientíficos se ven atrapados en sus propios argumentos disparan frases en contra de la “ciencia oficial” o ‘el establishment científico‘. Un ejemplo concreto es endilgar culpas a los gobiernos de las potencias diciendo que estos tienen pruebas concretas de la visita de extraterrestres (platos voladores que se estrellaron en nuestro planeta, cadáveres de alienígenas, etc.), pero que no los muestran o los ocultan por una rara confabulación en donde ni el propio presidente del país tiene acceso.

Cuando se desmoronan sus argumentos entonces la acusación es contra el escéptico que ‘tiene la mente cerrada‘ o es un ‘positivista dogmático‘. Los ‘conocimientos‘ que suponen las pseudociencias se basan generalmente en la tradición o en dogmas arbitrarios establecidos hace tiempo, o bien en revelaciones transmitidas por supuestos ‘sabios‘ o ‘expertos‘ que se autoproclaman como tales. Nunca se basan en investigaciones reales que puedan ser citadas, estudiadas y quizá refutadas por otros, tal como se hace en toda disciplina científica seria. A veces su ambigüedad o su misma falta de contacto con la realidad hace imposible probar que no funcionan (falsabilidad); otras, la prueba clara de que son falsedades es rechazada por los pseudocientíficos con argumentos ridículos o simplemente ignorada.

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Aristóteles fue un gran sabio de la antigüedad que dejó sentadas las bases de gran parte del pensamiento actual. Él especulaba hace más de veinte siglos que dos objetos que se arrojaran desde una altura cualquiera, el primero que llegaría al suelo sería el más pesado. Apeló para ello al sentido común. Pero en ningún momento se le ocurrió comprobar si esto era cierto. Galileo Galilei fue más allá y decidió hacer un experimento muy simple. Se subió a la Torre Inclinada de Pisa y desde allí arrojó dos bolas, una de madera y otra de metal comprobando a través de sus observadores que las bolas llegaron al piso al mismo tiempo. Simplemente había experimentado y no se había confiado en el equívoco mensaje de los sentidos humanos.

Quedó allí claro que era muy fácil dejarse engañar por los sentidos. Habían pasado casi 2000 años entre el razonamiento de Aristóteles y el experimento de Galileo. Cuando el hombre llegó a la Luna realizó el experimento de Galileo en ausencia de gravedad y allí pudo comprobar que una pluma y un martillo arrojados desde ambos brazos del astronauta tocaban el suelo lunar al mismo tiempo. Hay mucha diferencia entre “creer” algo y “saber” de algo. Allí nace el campo de la ciencia (saber), que se distingue del campo de las creencias, por más legítimas que sean estas últimas cuando apelan a un conocer teológico o metafísico que está más allá de lo físico.

Veamos como ejemplo un caso paradigmático: El Diluvio Universal. Todos conocen el tema de las lluvias permanentes, la inundación de las tierras hasta cubrir las montañas más altas, el Arca de Noé y la salvación de los animales en parejas, la extinción catastrófica de los animales que todavía hoy se llaman “antediluvianos”, entre otros elementos. Mucha gente “cree” que efectivamente el diluvio ocurrió y que fue un castigo divino. El hallazgo de conchillas marinas en los picos más altos de Europa y más tarde de los Andes parecía una prueba irrefutable de que alguna vez las aguas habían alcanzado las altas cumbres.

La ciencia demostró que no fueron las aguas las que llegaron a las altas cumbres sino que fue el fondo del océano el que se levantó cuando se plegaron las cordilleras. Precisamente el “Diluvio Universal”, ni fue diluvio ni fue universal, y lo que verdaderamente aconteció fue un evento geológico. Por supuesto que tampoco hubo ningún castigo divino, ni nada que se le parezca. La ciencia busca descubrir las leyes de la naturaleza. Las leyes de la naturaleza son el esqueleto del universo. Las pseudociencias o falsas ciencias explotan conceptos que no requieren demostración ni experimentación como al que llaman “milagro”. Un milagro es por definición “la suspensión momentánea de las leyes naturales”. Pero ¿Pueden suspenderse momentáneamente las leyes naturales? ¿Puede frenarse el sol, “caer” la manzana hacia arriba, o abrirse de par en par las aguas del mar? Desde luego que no, ya que las consecuencias serían trágicas y terminales. Sin embargo encontramos esos relatos anticientíficos poblando las páginas de textos creacionistas, míticos, mágicos, entre otros. Se dice en algún texto bíblico que fue un “milagro” el que una ballena se tragara a Jonás. El filósofo escocés David Hume decía que ¡el verdadero milagro hubiese sido que Jonás se tragara una ballena!

Karl Popper, uno de los grandes filósofos del siglo XX, elaboró un criterio de demarcación entre las proposiciones científicas y las proposiciones no científicas, a lo que llamó el criterio de “falsabilidad”. Esta palabra rara tiene que ver con lo falso y más concretamente con demostrar que algo puede necesariamente ser falso, aún cuando todo indique su carácter de verdadero. Las pseudociencias no son “falsables” porque son temas cerrados que contienen su propia verdad y por lo tanto no son susceptibles de ser invalidados mediante experiencias.

Hay disciplinas que no tienen base científica pero tampoco la reclaman implícita ni explícitamente, por lo cual no se las considera como pseudociencias. Una pseudociencia es entonces una disciplina, determinada por un conjunto de prácticas, creencias, conocimientos y metodologías no científicos, pero que reclaman dicho carácter. Algunos ejemplos son: la astrología, la rabdomancia, la homeopatía, la ufología, el feng shui, el tarot, la numerología, la parapsicología, la telepatía, la telequinesia, etcétera. ¿Podemos “falsar” estos conocimientos? Imposible. No se trata, pues, de mostrar que un enunciado es verdadero, sino de concluir que puede serlo porque se ha tratado de mostrar, sin conseguirlo, que era falso. Cuando los pseudocientíficos se ven atrapados en sus propios argumentos disparan frases en contra de la “ciencia oficial” o ‘el establishment científico‘. Un ejemplo concreto es endilgar culpas a los gobiernos de las potencias diciendo que estos tienen pruebas concretas de la visita de extraterrestres (platos voladores que se estrellaron en nuestro planeta, cadáveres de alienígenas, etc.), pero que no los muestran o los ocultan por una rara confabulación en donde ni el propio presidente del país tiene acceso.

Cuando se desmoronan sus argumentos entonces la acusación es contra el escéptico que ‘tiene la mente cerrada‘ o es un ‘positivista dogmático‘. Los ‘conocimientos‘ que suponen las pseudociencias se basan generalmente en la tradición o en dogmas arbitrarios establecidos hace tiempo, o bien en revelaciones transmitidas por supuestos ‘sabios‘ o ‘expertos‘ que se autoproclaman como tales. Nunca se basan en investigaciones reales que puedan ser citadas, estudiadas y quizá refutadas por otros, tal como se hace en toda disciplina científica seria. A veces su ambigüedad o su misma falta de contacto con la realidad hace imposible probar que no funcionan (falsabilidad); otras, la prueba clara de que son falsedades es rechazada por los pseudocientíficos con argumentos ridículos o simplemente ignorada.


Por definición, “ciencia es la descripción y correlación de aspectos de lo real obtenidos mediante la observación, la abstracción y la lógica”. Es el conocimiento verdadero de las cosas por sus principios y sus causas. Es la ciencia la que ha impulsado al hombre hasta límites insospechados. En el último siglo y gracias a la ciencia se han erradicado enfermedades devastadoras, los humanos han aterrizado en la Luna, se han enviado sondas robóticas hasta Marte, se han impulsado sondas que ya dejaron el sistema solar y llevan como en una botella cósmica el mensaje de los humanos hacia las estrellas, se ha descubierto la estructura subatómica de la materia, se puede viajar en forma segura entre continentes y en pocas horas en modernas aeronaves, se realizan trasplantes de órganos, se decodificó el genoma humano, la computación, internet, y otras maravillas son productos de la ciencia que descubre y de la tecnología que inventa. ‘Tengo la firme creencia que el mejor antídoto para la pseudociencia, es la ciencia‘, decía Carl Sagan.

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