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La billetera mató el relato

Domingo, 15 de abril de 2012 03:19

Esteban Righi es mucho más que el exministro del Interior de Héctor Cámpora: es el mayor ícono vivo de la idealizada, plagiada y tergiversada época en la que una generación, entonces de entre 20 y 35 años, pensaba que la revolución socialista era posible.

En 1973 era un político con posiciones firmes, que pagó muy caro por algunas decisiones que no tenían el respaldo del dueño del poder, de los votos y del carisma: Juan Domingo Perón.

Esta semana, todos los blasones setentistas de Righi, incluido el exilio, no tuvieron ningún peso cuando permitió a un fiscal investigar al vicepresidente Amado Boudou en el insalvable caso Ciccone.
Para reemplazarlo fue elegido Daniel Reposo, anónimo casi, a pesar de ser el titular de la Sigen: abogado todoservicio de Boudou, twitero ultra k y con más pergaminos de barrabrava que de abogado. Todavía, el oficialismo no tiene los votos que necesita para el acuerdo.

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Esteban Righi es mucho más que el exministro del Interior de Héctor Cámpora: es el mayor ícono vivo de la idealizada, plagiada y tergiversada época en la que una generación, entonces de entre 20 y 35 años, pensaba que la revolución socialista era posible.

En 1973 era un político con posiciones firmes, que pagó muy caro por algunas decisiones que no tenían el respaldo del dueño del poder, de los votos y del carisma: Juan Domingo Perón.

Esta semana, todos los blasones setentistas de Righi, incluido el exilio, no tuvieron ningún peso cuando permitió a un fiscal investigar al vicepresidente Amado Boudou en el insalvable caso Ciccone.
Para reemplazarlo fue elegido Daniel Reposo, anónimo casi, a pesar de ser el titular de la Sigen: abogado todoservicio de Boudou, twitero ultra k y con más pergaminos de barrabrava que de abogado. Todavía, el oficialismo no tiene los votos que necesita para el acuerdo.

Ezeiza

Righi no es solo un símbolo: cumplía una función muy importante para aceitar los vínculos entre los poderes Ejecutivo y Judicial.

Su brillo personal como político y como jurista le otorga un prestigio especial entre los sobrevivientes famosos.
Aquella época, que algunos piensan dorada pero que está teñida de sangre, se ha convertido en una especie de “tiempo primordial” (en los mitos ancestrales, el origen de todo lo que existe). Para una generación que sueña con revoluciones que no fueron ni serán y que disfruta sin vergüenza de las ventajas del empleo público y la sociedad consumista, los setenta son una ilusión vivificante y evasiva. Un autoengaño. Por eso se sacraliza la memoria de Héctor Cámpora y se lo imagina como un ejemplo de lealtad a Juan Domingo Perón. Lo cierto es que Cámpora fue un presidente efímero y oscuro, a quien el fundador del peronismo nunca le perdonó que se haya dejado manejar por la Tendencia Revolucionaria.

Cámpora, un conservador sin destellos, duró muy poco, pero Righi, su ministro revolucionario, duró menos.
Dos hechos los tuvieron como grandes protagonistas: la liberación de los presos políticos, el 25 de mayo de1973; y la masacre de Ezeiza, el 20 de junio.

La amnistía para los presos fue muy cuestionada por algunos sectores, pero lo cierto es que la situación lo imponía: pocos meses antes, abundaban las detenciones ilegales y la tortura, y la dictadura de Alejandro Lanusse había llevado a cabo la masacre de Trelew. Es cierto que fue una amnistía caótica y también salieron presos comunes, como Aníbal Gordon, que luego se sumaría a la Triple A.

Después, Ezeiza. Righi sabía que para la JP y el sindicalismo, en el retorno de Perón se jugaba el poder. Todos sabían que en el palco sería la gran batalla, y que habría armas de fuego en abundancia y en ambos bandos.
Righi no quiso que la Policía se hiciera cargo de la seguridad de un acto que reunió a más de dos millones de personas. El resultado fue nefasto y el ministro dejó el cargo esa misma noche.
Era un setentista y por eso se fue. Renunció, sin buscar protecciones improcedentes. Y luego pagó con el exilio su compromiso.

Boudou, un cincuentón forjado en la fragua de Alvaro Alsogaray no solo no renunció, sino que denunció a Righi y a su familia asegurando que le habían ofrecido “tráfico de influencias”, cuando se acercó a un ministro, en su condición de procurador, para cumplir las funciones habituales en ese cargo. Es curioso: eso habría ocurrido hace más de dos años.

Boudou acusó a Righi y al juez Daniel Rafecas, enojado por la investigación del fiscal Rívolo, pero en ambos casos les achaca conversaciones que le parecían apropiadas cuando pensaba que lo iban a salvar. ¿Alguien le confiará algo al vicepresidente en el futuro?

Lo que no se puede tocar

Frente al caso Ciccone, se derrumbó el “relato”. El episodio es turbio y tiene como protagonista principal a Boudou, en una maniobra destinada a recaudar miles de millones de dólares con el monopolio de la emisión de billetes, la digitalización del registro de firmas para cheques y las estampillas que reemplazarán a los troqueles en el nuevo sistema de trazabilidad de medicamentos.

Boudou es el compañero de fórmula de Cristina y se esperaba que Righi le pusiera límites al ímpetu del fiscal Carlos Rívolo.
Encima, el juez del caso, Daniel Rafecas, parecía disciplinado hasta que se dio cuenta de que la conducta del vice era insalvable.

Ahora ya no está el procurador y lo reemplazará alguien que se considera a sí mismo como “hombre del vicepresidente”. Y la defensa va por el juez y el fiscal.
El texto de la renuncia de Righi tiene resonancias de epitafio para el mito setentista.

“La naturaleza del cargo de procurador general de la Nación no es compatible con las manifestaciones propias de la militancia partidaria. Formé parte de este proceso con la certidumbre de estar contribuyendo a convertir en realidad los sueños de liberación de varias generaciones; los mismos sueños que a veces fueron ahogados en sangre y otras traicionados. Es mi deber no polemizar con relación a hechos que son del dominio público, toda vez que su única consecuencia sería afectar las instituciones republicanas. Lo que corresponde es que cada protagonista explique su comportamiento en el ámbito previsto en el derecho vigente, donde inexorablemente se demostrará la falsedad de las afirmaciones e imputaciones con las que se me ha agraviado”.

Boudou, en cambio, no se va y está seguro de que la causa Ciccone terminará en el archivo.

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