Es imposible que el niño que todos llevamos dentro no se escape por un instante cuando aquellos personajes que fueron parte de nuestra infancia se ponen frente a nuestros ojos para demostrarnos que en la memoria sigue intacto el recuerdo de aquella época en la que nos sentíamos capaces de soñar sin límites, sin espacios, sin tiempos. ¿Quién no tuvo alguna vez un amigo imaginario o sintió miedo a la oscuridad o los fantasmas? Podemos ser diferentes, pero lo que todos tenemos en común es que alguna vez fuimos niños. A la memoria emotiva de los más grandes y al presente de los más chicos apela “Momo”, la obra que La Morisqueta presenta todos los días de vacaciones, a las 17.30, en la sala Juan Carlos Dávalos de la Casa de la Cultura (Caseros 460), en el marco del ciclo “Cultura a la vista”.
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Es imposible que el niño que todos llevamos dentro no se escape por un instante cuando aquellos personajes que fueron parte de nuestra infancia se ponen frente a nuestros ojos para demostrarnos que en la memoria sigue intacto el recuerdo de aquella época en la que nos sentíamos capaces de soñar sin límites, sin espacios, sin tiempos. ¿Quién no tuvo alguna vez un amigo imaginario o sintió miedo a la oscuridad o los fantasmas? Podemos ser diferentes, pero lo que todos tenemos en común es que alguna vez fuimos niños. A la memoria emotiva de los más grandes y al presente de los más chicos apela “Momo”, la obra que La Morisqueta presenta todos los días de vacaciones, a las 17.30, en la sala Juan Carlos Dávalos de la Casa de la Cultura (Caseros 460), en el marco del ciclo “Cultura a la vista”.
Fui a ver una obra para chicos pero me encontré con un viaje fantástico hacia mi infancia. La historia, escrita y dirigida por Cristina Idiarte, es simple: una niña llamada Momo descubre que un ladrón se robó el tiempo de diversión de todas las personas y se sumerge en una incansable búsqueda para recuperarlo. En el camino se encuentra con diferentes personajes como una princesa que vive aburrida y sola en su palacio; un fantasma rapero; un grupo de escurridizos piratas; una verborrágica televisión, un payaso y una simpática supervaca que la ayudan a develar el misterio del ladrón del tiempo. El argumento es sencillo, pero tiene un significado profundo y sincero que tiene que ver con la importancia de estimular la imaginación de los más chicos y no subestimar su capacidad de racionamiento y creatividad. “La obra habla sobre recuperar el tiempo para leer un cuento o compartir momento con amigos, y también fomentar la escucha, que es un tema al que siempre volvemos porque nos parece que los chicos están tan llenos de estímulos que tienen poco tiempo para escuchar un cuento”, explica.
“Momo” está protagonizada por Zoe Subelza, Samanta Scala, Nadia Kriwol y Soledad Sosa. El diseño de escenografía y vestuario es de Andrea Di Salvo, el diseño sonoro de Fernando Subelza, el diseño de luces de César Cánepa, el diseño gráfico de Sergio Mendoza y las coreografías son de Laura Aramburu Ojeda. Natalia Aparicio es la couch dramatúrgica y Mariano Carbonetti es el asesor de esgrima. La producción ejecutiva es de Inés López.
De princesas, payasos, vacas y piratas
Para escribir una obra para niños necesariamente hay que ponerse en su lugar. En la construcción del relato de “Momo”, Cristina Idiarte cuenta que rescató de su memoria a aquellos personajes que fueron parte de su infancia como Angueto, el perro invisible de su ídolo, Carlitos Balá, o los piratas de los cuentos que leía cuando era chica. “Este recurso tiene que ver con dejar abiertas las puertas de la imaginación porque últimamente, en la mayoría de las propuestas para los chicos, no hay espacios para deliberar con la mente. Se les da todo resuelto y envasado”, destaca la Negra. Pero también aparecen aquellos seres que, de alguna u otra forma, fueron parte de nuestra infancia como los amigos imaginarios, los payasos, las princesas que viven en palacios o los fantasmas adentro del ropero, pero desde una mirada diferente. Solo que en “Momo”, la princesa no es la muchacha perfecta, ni los monstruos son tan malos como se cree y los amigos inventados son esos compañeros incondicionales que nos hacen dar cuenta de que la imaginación no tiene límites. “Esta bueno desmitificar la cuestión de los cuentos, ubicarse en un lugar que no sea común para los chicos. La idea es que el teatro despierte razonamiento. Pensar en el público nos hace plantear una puesta en escena distinta, porque queremos que ellos activen su imaginación. Estamos como en un constante trabajo de seducción”, concluye Idiarte.