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Crismanich, la bandera del deporte argentino

Sabado, 18 de agosto de 2012 21:10

 vArgentina, cuna del tango, del buen vino, del dulce de leche. De Diego Armando Maradona y de Lionel Messi. Tierra regada de gloria futbolística y de grandes cracks que nos hicieron y nos hacen grandes en todo el planeta, encontró su mayor alegría deportiva del año en un deporte amateur, lejano a nuestras raíces, carente de popularidad y de pasión como lo es el taekwondo. Como nunca antes había sucedido, la bandera celeste y blanca se plantó firme en la máxima excelencia mundial de una disciplina lúdica cuyo representante fue nada menos que un ejemplo elocuente de la superación y la valoración del esfuerzo a pulmón, como lo es este humilde correntino del que habla el país y el mundo: Sebastián Crismanich.

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 vArgentina, cuna del tango, del buen vino, del dulce de leche. De Diego Armando Maradona y de Lionel Messi. Tierra regada de gloria futbolística y de grandes cracks que nos hicieron y nos hacen grandes en todo el planeta, encontró su mayor alegría deportiva del año en un deporte amateur, lejano a nuestras raíces, carente de popularidad y de pasión como lo es el taekwondo. Como nunca antes había sucedido, la bandera celeste y blanca se plantó firme en la máxima excelencia mundial de una disciplina lúdica cuyo representante fue nada menos que un ejemplo elocuente de la superación y la valoración del esfuerzo a pulmón, como lo es este humilde correntino del que habla el país y el mundo: Sebastián Crismanich.

El siempre soñó con la chance de que la pasión de toda su vida deje de ser un deporte anónimo y pase a convertirse en una bandera que irradie orgullo sin fronteras. Ese sueño del pibe se cumplió de una manera inimaginada desde sus sacrificados y austeros inicios.
Al hiperactivo integrante de la familia Crismanich muchos lo miraban con desconfianza cuando desde muy chico, a los 6 años, eligió practicar la disciplina que le cambiaría la vida por siempre. La pelota de cuero, el primer juguete de todo niño argentino, en él se reemplazaría por el solemne y marcial atuendo blanco que representa a la milenaria disciplina luctatoria.
Tenía 6 años cuando empezó a practicar el más impopular deporte de las artes marciales para la civilización de Occidente.
Pero su elección no fue caprichosa, sino que contaba con un vital y genealógico argumento. Su padre ya arrastraba una historia dentro de las artes marciales y Sebastián, junto a su hermano Mauro, se volcó de lleno al taekwondo de competición logrando resultados con paciencia titánica.
Tal es así que en un Mundial, Mauro tuvo la gran oportunidad de obtener la primera y única medalla que tiene el taekwondo argentino en un Campeonato del Mundo. La dinastía Crismanich no se detuvo en su coherente y disciplinada marcha hacia sus objetivos de superación, y obtuvo así de la mano de Sebastián el mayor logro en la historia nacional de esta poco reconocida actividad.
Fueron esos seis minutos sublimes, breves y eternos a la vez, los que marcaron su vida, y para los cuales se preparó durante casi 20 años. Fue preparado para competir sabiendo que todo se definía en un solo día. Fue estudiando a los rivales a medida que le iban tocando, como al neocelandés al que persiguió por toda la villa olímpica durante su gloriosa estadía en Londres. 
Desde aquel glorioso e inolvidable 10 de agosto del 2012, los argentinos, acostumbrados desde la edad más tierna a forjar potreros con rodillas descascaradas y un esférico de cuero en los pies, empezamos a aprender y a interesarnos sobre el arte de la atípica disciplina. Con inocente arrogancia y simpática soberbia, atributos que pintan de cuerpo entero a nuestro cromosoma argento, los nativos de estos pagos empezamos a discutir sobre terminologías que, increíblemente, hasta las adoptamos como familiares: chong hong, charyot, joon-bi, keuman o shijak son algunos de los vocablos técnicos que este amante de la pesca y del dorado a la parrilla nos enseñó casi a la fuerza, para reemplazarlas por las anglosajonas off side o córner. Y entremezclando el pasional fulgor del tablón futbolero con la representatividad nacional de un exponente nuestro en un mundo desconocido, varios sanguíneos de nuestro país hicieron retumbar al unísono un grito de “¡gol!” frente al televisor en el momento que el Seba le asestó el último golpe con destino dorado al favorito español Nicolás García, en la final olímpica en Londres.
Por lástima -o por fortuna, según la óptica desde donde se mire- el encomiable esfuerzo individual y altamente solitario de un atleta capaz de sortear mil y un tormentas, y de gambetear la apatía, la desidia y la falta de apoyo, muchas veces termina siendo “explotado” o aprovechado oportunamente por los entes oficiales en el afán de fortalecer la imagen de una gestión. Válidos fueron los apoyos, pero más cautivante es el orgullo de un representante argentino que entregó su cuerpo, su vida y su espíritu en busca de un oro cuyo valor trasciende el peso de un metal.
El taekwondo no fue valorado en muchos años a esta parte, y hoy el reconocimiento llega con el éxito. Sebastián, con su perfil que lo caracteriza, al quitarse el traje de guerrero, tuvo que pendular para buscar un equilibrio entre el deportista “políticamente correcto” ante los aparatos oficiales (fue recibido en la Casa Rosada por la presidenta Cristina Kirchner), y aquel consciente que, de no haber ganado, hoy sería uno más de los miles de deportistas anónimos cuyos nombres quedan en un olvidado archivo.
 
Un luchador
 
Aferrado a su cultura ancestral del trabajo y del estudio, Sebastián dejó su Corrientes natal para radicarse en Córdoba a los 20 años, en 2007, para estudiar Agronomía en la Universidad Nacional, y además practicar taekwondo en el área de deportes de esa institución. 
Obtuvo medallas de oro en los Panamericanos de Guadalajara 2011 y en el campeonato de Querétaro 2011, clasificatorio para los Juegos Olímpicos. Cuenta con un beca de la Secretaría de Deportes de la Nación y fue declarado ciudadano ilustre de Corrientes por el Concejo Deliberante tras su gran éxito en Londres.
 
Un fenómeno que sobrepasó al deporte
 
La medalla de oro conseguida por Sebastián Crismanich en los Juegos Olímpicos de Londres tuvo repercusiones inimaginadas y sobrepasó las fronteras del deporte. El nombre del taekwondista correntino estuvo en boca de todos en los últimos diez días y hasta fue utilizado como un oportuno slogan de campañas políticas. Su presencia en Show Match, el programa más exitoso de la televisión argentina, marcó más de 30 puntos de rating, números impensados para el nivel de convocatoria y magnetismo de un deporte relegado, postergado, lejano a la masiva popularidad y tan distante a los sentimientos de la idiosincrasia nacional.
La TV pública y el formato televisivo que responde al aparato oficial le dedicaron bloques enteros a la figura del litoraleño, exponiéndolo más como fruto de una política deportiva que por sus méritos propios.
A tal punto llegó su fama que los hermanos Ursini le dedicaron un chamamé (no podía ser de otra manera) que lleva su nombre.
 
El Seba y los amigos del deporte
 
Para el correntino, además de lograr la medalla de oro y subirse a lo más alto del podio, una de las experiencias que nunca olvidará fue el haber compartido con los otros deportistas argentinos su paso por la Villa Olímpica. “Es algo impagable y solamente lo pueden contar quienes han tenido el privilegio de ser atletas olímpicos. Compartir vivencias, alegrías y tristezas con todos los deportistas de tu país y con otros grandes de todo el mundo es algo magnífico. La delegación argentina en estos Juegos fue realmente genial, todos nos fuimos alentando a medida que iban dándose las competencias, pero también compartimos otras cosas, como charlas en el comedor, en los pasillos de la Villa. A mi me pasó de poder conocer ahí en Londres al Yacaré Kammerichs, que es correntino como yo y todos nos dicen que parecemos parientes, porque tenemos la misma forma de ser y de actuar. La verdad que Fede es un fenómeno, porque me alentó y me apoyó siempre”, expresó el taekwondista más famoso de estas pampas, quien a su vez no dejó de deslumbrarse con la confraternización que adquirió con las megaestrellas de la Generación Dorada, por ejemplo. “Fue un orgullo enorme haber compartido los mejores momentos de mi vida con grandes como Manu Ginóbili, Carlos Delfino, el “Chapu” Nocioni y Luis Scola, que además tuvo la deferencia de cederme la bandera en el desfile de clausura, un gesto que lo pinta como lo que es”, manifestó con admiración y sorpresa el único oro argentino en Londres.
 
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