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El impacto real del cacerolazo recién se medirá en octubre

Sabado, 20 de abril de 2013 23:37

Tuvo masividad, contundencia, pacifismo y reclamos puntuales. En muchas partes del mundo, un cacerolazo con todos esos condimentos como el del jueves pasado tendría consecuencias políticas inmediatas en las más altas esferas del poder. Sin embargo, es muy probable que aquí no ocurra lo mismo: su impacto real en las acciones del Gobierno nacional difícilmente se verá plasmado en el corto plazo.

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Tuvo masividad, contundencia, pacifismo y reclamos puntuales. En muchas partes del mundo, un cacerolazo con todos esos condimentos como el del jueves pasado tendría consecuencias políticas inmediatas en las más altas esferas del poder. Sin embargo, es muy probable que aquí no ocurra lo mismo: su impacto real en las acciones del Gobierno nacional difícilmente se verá plasmado en el corto plazo.

La protesta caló hondo en el kirchnerismo, eso no está en tela de juicio, pero no habrá un cambio de políticas ni de formas, al menos hasta las elecciones de octubre próximo, fecha en la que la presidenta Cristina Fernández se juega a todo o nada el futuro “del modelo”.

El oficialismo, pese a la minimización que intentaron algunos dirigentes de tercera línea, tuvo una reacción mucho más inteligente que en los dos cacerolazos del año pasado. No se escucharon descalificaciones groseras a los manifestantes ni una puesta en escena burda para ignorar la protesta. ¿Qué cambió desde entonces? Básicamente, la lectura política y la eventual influencia de la movilización en las encuestas. El Gobierno había pisado dos veces la misma piedra, pero parece que ahora se dio cuenta que atacar a los que se le oponen es una pésima estrategia. La idea es que el retumbar de las cacerolas se apague lo antes posible, y para eso no hay que echarle más leña al fuego.
Minimizando las descalificaciones, la estrategia oficial para los próximos días será moverse políticamente como si nada hubiese ocurrido. En tres días tendrá sanción definitiva la mayoría de la polémica reforma judicial y no se descarta por estas horas una convocatoria del kirchnerismo para marchar en apoyo a la Presidenta. Esa última jugada, con un alto riesgo político, no tiene un consenso total dentro de las filas oficiales, pero nadie se anima por ahora a descartar esa hipótesis. Ocurre que el cacerolazo del jueves fue tan masivo y autoconvocado -pese a la asistencia de líderes opositores- que la llegada de muchos micros con militantes de La Cámpora y del Movimiento Evita podría desentonar bastante con lo que se vio hace tres días en Plaza de Mayo.

Realizar una movilización así a tan pocos días del cacerolazo pomposo que sufrió el Gobierno esta semana podría terminar irritando aún más a los manifestantes e incitarlos a volver a salir a las calles. No hay que olvidar que el conflicto con el campo, el más grave que le tocó afrontar al kirchnerismo en una década, estuvo plagado de marchas y contramarchas: terminó muy mal para la Casa Rosada.

La otra vereda

La extrema división y falta de iniciativa que reina dentro del espectro opositor es desde hace tiempo la principal arma con la que cuenta Cristina para neutralizar los problemas graves de su gestión. Su valoración ante la opinión pública fluctúa dependiendo del momento que atraviese su Gobierno, pero al no haber nadie que capitalice palpablemente sus traspiés, éstos tienden a irse apagando con el paso de los días.

De hecho, la oposición no quiso generar falsas expectativas que después puedan transformarse en un bumerán ante los ojos de la sociedad. Pese a los pedidos explícitos que hubo en la marcha para que la mayoría del espectro anti-K confluya en un solo espacio electoral, los principales detractores del Gobierno salieron a avisar que eso no ocurrirá. ¿Por qué no aprovechan esta oportunidad para las primarias de agosto? La respuesta parece más simple de la que muchos creen: por conveniencia política y por diferencias insalvables entre muchos de sus dirigentes.

En el caso hipotético de una eventual alianza de varias fuerzas opositoras, no sería descabellado imaginar un triunfo electoral en octubre próximo. Sin embargo, eso no sucederá: quien lidere esa supuesta lista triunfadora en 2013 quedará muy bien posicionado para las presidenciales de 2015, relegando así las chances de los otros candidatos opositores que aspiran a la sucesión de Cristina. Nadie quiere acompañar, todos quieren liderar.

Mauricio Macri será candidato a presidente en 2015, eso ya es un hecho. Hermes Binner también peleará por ese lugar y el peronismo no kirchnerista -dependiendo de que haga Daniel Scioli- también tendrá un postulante, que podría ser José Manuel de la Sota. Además, casi con seguridad el radicalismo propondrá algún candidato, persona que hasta ahora no se avizora con gran claridad. ¿Será Julio Cobos, Ernesto Sanz o algún extrapartidario con respaldo de la UCR? Falta mucho para eso, pero es poco probable que el partido centenario vaya a ir diluido en un espacio electoral que no encabece alguno de los suyos.

El reclamo de los caceroleros de un frente opositor tiene mucho de abstracto, y grafica con nitidez la falta de representación que hoy padece un amplio espectro de la sociedad. Allí lo único que está claro es que no quieren al kirchnerismo y que, tome la medida que tome el Gobierno, eso no cambiará y hasta se profundizará.

Muchos creen que la reforma judicial fue un elemento clave para la convocatoria. Eso es imposible de medir con exactitud, pero la protesta nacional se venía convocando por las redes sociales desde antes de esa fecha. Una gran cantidad de gente pidió por una justicia independiente, pero ese reclamo ya había sonado con fuerza también en el 13S y el 8N, cuando todavía los cambios en el Poder Judicial no estaban ni siquiera en un borrador.

 

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