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Una pesadilla con gallinas

Sabado, 25 de mayo de 2013 12:43

Se jugaba una linda partida de truco de cuatro en el reservado del almacén y venta de vino por copeo de don Nicolás Chirimbas. Trenzadas estaban dos parejas. Una integrada por don Apolinar, el carpintero, y don Pío Vega, y otra compuesta por el herrero Costilla y don Bruto Moreno, vendedor de lotería y soldador de ollas.

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Se jugaba una linda partida de truco de cuatro en el reservado del almacén y venta de vino por copeo de don Nicolás Chirimbas. Trenzadas estaban dos parejas. Una integrada por don Apolinar, el carpintero, y don Pío Vega, y otra compuesta por el herrero Costilla y don Bruto Moreno, vendedor de lotería y soldador de ollas.

Ya estaban jugando el bueno, y la diferencia era poca. Los porotos no se inclinaban por uno ni otro lado. Don Apolinar dio cartas y el herrero Costilla, después de hojearlas, carraspeó y entonó victorioso: “Canto, canto triunfador / en esta o cualquier esquina! / El gallo, para ser gallo, / canta flor, si no es gallina!” Al herrero Costilla le gustaba pavonearse con sus improvisaciones.

Y en ese momento se vino abajo don Pío Vega. Quiero decir que cayó duro, como si le hubiesen dado un garrotazo.

--­Le dio un ataque!, alertó Bruto Moreno.

--­Tranquilos!, serenó don Apolinar. Le sucede eso cada vez que alguien nombra a las gallinas. Ya se le pasará. Ayuden a levantarlo.

Y así fue. Lo sentaron en la silla y lo reconfortaron con un trago de morao. Apenas se compuso, don Vega preguntó qué hora era, se levantó y se fue más que apurado. NI chau dijo.

--¿Qué fue eso, un ataque? ¿Qué le pasó?, preguntaban todos.

--­Pobre, pobre hombre!, dijo don Apolinar. Tiene un problema serio en su casa, si es verdad lo que me contó el otro día. Me dijo que su mujer, doña Cleta, a la que las vecinas llaman Doña Leona, cuando se enoja con él, lo mete en una jaula y lo hace dormir con las gallinas. Me dijo que las hijas la ayudan. ­Qué sé yo!

Pasaron varios días y el incidente parecía haber sido olvidado. Pocos creyeron en lo que contó don Apolinar. ­A quién se le ocurre que doña Cleta puede hacer eso!, dijeron las vecinas, olvidándose que si ellas mimas la habían motejado “doña Leona”, por algo habría sido.

Hasta que una noche la Aurora, la vecina de los Vega, fue a la policía y denunció que doña Cleta y sus dos hijas lo habían encerrado a don Pío en una jaula, junto a las gallinas.

--­Yo lo vi, yo lo vi!, decía. Contó que se había subido a la tapia medianera para rescatar una enagua que se le había volado de la soga, cuando vio cómo las mujeres lo metían a la fuerza en la jaula a don Pío. --­El hombre lloraba!, graficó.

La policía irrumpió en la casa y comprobó la veracidad de la denuncia de la Aurora. Encerrado en una jaula, en el gallinero, estaba don Pío. A su lado una bataraza parecía dormir.

Doña Leona y sus hijitas durmieron esa noche en el Buen Pastor. Don Pío fue atendido en la Asistencia Pública y esa noche pudo descansar en una cama sin que las itas lo molestaran.

Despertó de la pesadilla.

Hubo juicio y separación (divorcio no había).

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