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Dos muertes absurdas en las calles porteñas

Lunes, 04 de abril de 2016 01:30
Sus vidas eran iguales a la de tantos argentinos. Los días monótonos y similares transcurrían sin ninguna alteración. Del trabajo a la casa, apenas un respiro, una distracción y empezar de nuevo.
Eduardo Ceballos y Daniel De Negri no se conocían; uno era un joven soñador y apasionado paseador de perros, el otro un cerrajero que le peleaba todos los días a la vida, a veces perdía pero ganaba en el cariño de su gente. Bastó que sus imágenes se instalarán en los medios para que las secuencias televisivas hieran y duelan, casi en idéntica proporción.
El 24 de marzo, Eduardo, de 24 años, volvía caminando de visitar a su padre en su trabajo a tres cuadras de distancia, de pronto sintió un ruido a sus espaldas y se dio vuelta. No tuvo tiempo de atinar a una defensa porque un auto lo embistió brutalmente y lo despidió varios metros. Murió en el acto.
Daniel también iba caminando en el microcentro de Buenos Aires. Se dirigía a la cerrajería donde lo habían llamado por un trabajo. Por la televisión se lo ve avanzar tranquilamente, después de hablar por teléfono con una de sus hijas. También sintió un ruido, pero no le prestó atención. Siguió su rumbo hasta que, sorpresivamente, se lo ve caer al piso como consecuencia de recibir un disparo que le ingresó por la espalda.
Murió en el acto y nadie le podrá decir de la mala jugada del destino que lo llevó a estar en el lugar equivocado.
Son solo dos ejemplos de lo que ocurre a diario en cualquier ciudad de un país, penosamente acostumbrado a estos incomprensibles accidentes.
Desidia, indiferencia, complicidad en hechos lamentables y que enlutan a muchas familias argentinas que -a veces- deben llorar sus muertos en absoluta soledad.
El mismo Federico Storani (dirigente radical) sufrió en carne propia la muerte de su esposa en un choque de lanchas en una zona donde el control brilla por su ausencia. Hoy sigue buscando a su pequeño hijo, de 14 años, otra víctima inocente del fatal accidente.
El paseador de perros
Eduardo Ceballos era paseador de perros y había ido a visitar a su papá, Jorge, a la remisería "La Estación", donde trabaja desde hace 26 años. Después de saludar, decidió volver a su casa caminando. En Campos y Catamarca, a solo seis cuadras de la remisería, un auto que iba a más de 100 kilómetros por hora lo atropelló y perdió la vida en el momento. Según el informe policial, el Chevrolet que mató al joven iba por Campos y perdió el control. El conductor fue identificado como Gabriel Di Menna, también de 24 años. El momento fue registrado por cámaras del municipio y las imágenes eran impactante.
Abogado a los tiros
Daniel De Negris era un cerrajero de 55 años. El hombre caminaba sin prisa por el microcentro porteño y cayó abatido por un disparo que en principio no lo tenía como destinatario. Otro daño colateral, la definición que está de moda.
Las cámaras de seguridad de la zona filmaron la secuencia: la caída de bruces de Daniel; la aparente indiferencia de varios transeúntes y, enseguida, la marcha a la carrera del tirador, Silvio Guillermo Martinero, a dos motochorros que momentos antes le habían robado.
El autor, un abogado y expersonal civil del Ejército, apareció mencionado en la causa del triple crimen de la efedrina.

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Sus vidas eran iguales a la de tantos argentinos. Los días monótonos y similares transcurrían sin ninguna alteración. Del trabajo a la casa, apenas un respiro, una distracción y empezar de nuevo.
Eduardo Ceballos y Daniel De Negri no se conocían; uno era un joven soñador y apasionado paseador de perros, el otro un cerrajero que le peleaba todos los días a la vida, a veces perdía pero ganaba en el cariño de su gente. Bastó que sus imágenes se instalarán en los medios para que las secuencias televisivas hieran y duelan, casi en idéntica proporción.
El 24 de marzo, Eduardo, de 24 años, volvía caminando de visitar a su padre en su trabajo a tres cuadras de distancia, de pronto sintió un ruido a sus espaldas y se dio vuelta. No tuvo tiempo de atinar a una defensa porque un auto lo embistió brutalmente y lo despidió varios metros. Murió en el acto.
Daniel también iba caminando en el microcentro de Buenos Aires. Se dirigía a la cerrajería donde lo habían llamado por un trabajo. Por la televisión se lo ve avanzar tranquilamente, después de hablar por teléfono con una de sus hijas. También sintió un ruido, pero no le prestó atención. Siguió su rumbo hasta que, sorpresivamente, se lo ve caer al piso como consecuencia de recibir un disparo que le ingresó por la espalda.
Murió en el acto y nadie le podrá decir de la mala jugada del destino que lo llevó a estar en el lugar equivocado.
Son solo dos ejemplos de lo que ocurre a diario en cualquier ciudad de un país, penosamente acostumbrado a estos incomprensibles accidentes.
Desidia, indiferencia, complicidad en hechos lamentables y que enlutan a muchas familias argentinas que -a veces- deben llorar sus muertos en absoluta soledad.
El mismo Federico Storani (dirigente radical) sufrió en carne propia la muerte de su esposa en un choque de lanchas en una zona donde el control brilla por su ausencia. Hoy sigue buscando a su pequeño hijo, de 14 años, otra víctima inocente del fatal accidente.
El paseador de perros
Eduardo Ceballos era paseador de perros y había ido a visitar a su papá, Jorge, a la remisería "La Estación", donde trabaja desde hace 26 años. Después de saludar, decidió volver a su casa caminando. En Campos y Catamarca, a solo seis cuadras de la remisería, un auto que iba a más de 100 kilómetros por hora lo atropelló y perdió la vida en el momento. Según el informe policial, el Chevrolet que mató al joven iba por Campos y perdió el control. El conductor fue identificado como Gabriel Di Menna, también de 24 años. El momento fue registrado por cámaras del municipio y las imágenes eran impactante.
Abogado a los tiros
Daniel De Negris era un cerrajero de 55 años. El hombre caminaba sin prisa por el microcentro porteño y cayó abatido por un disparo que en principio no lo tenía como destinatario. Otro daño colateral, la definición que está de moda.
Las cámaras de seguridad de la zona filmaron la secuencia: la caída de bruces de Daniel; la aparente indiferencia de varios transeúntes y, enseguida, la marcha a la carrera del tirador, Silvio Guillermo Martinero, a dos motochorros que momentos antes le habían robado.
El autor, un abogado y expersonal civil del Ejército, apareció mencionado en la causa del triple crimen de la efedrina.

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