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Delicia, la historia detrás de los mejores tamales

Sacó adelante a su familia preparando masas regionales y las imperdibles humitas mágicas
Sabado, 07 de octubre de 2017 21:03
Foto: Javier Corbalán

Delicia Mendizábal es una mujer grande. Su grandeza consiste en juntar a todos sus hijos, nueras y yernos en torno de una mesa de trabajo. Delicia comanda un escuadrón que cocina los mejores tamales y humitas de toda la zona oeste de la ciudad de Salta.
Sólo que ella manda siempre con sonrisa, nadie se le queja y todos cumplen al pie de la letra las órdenes precisas. Hasta los niños se portan bien. Resulta que Delicia tiene 65 años y sus hijos grandes ya, con muchos nietos dando vuelta entre las chalas, lejos de los cuchillos y cucharones.
Una foto de Perón, las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro, los coyuyos que ya aturden el techo, un quirquincho, una gomera visca, un ramo de domingo y una colección de ollas de distintos tamaños ornamentan la cocina. Ella nació en el departamento de San Lorenzo, en Finca Las Costas. Se casó muy chiquita, a los 16 años, y como era típico en esos tiempos se dedicó a las tareas del hogar mientras que su compañero salía a trabajar. Tenían sólo un ingreso económico y por un tiempo vivieron bien así.A partir de 1986 la situación económica del gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín comenzó a complicarse y los salarios perdieron paulatinamente el poder de compra. Fue su suegra Gudelia Liendro quien le dijo que como un sueldo no alcanzaba tendría que probar con salir a vender comidas en la calle. Ella misma le regaló su primer cayote y le enseñó a preparar el dulce para el relleno de las empanadillas. A la primera tanda las vendió en un ratito; fue un éxito.Compró más materia prima y comenzó a aprender a hacer gaznates, turrones y rosquetes.
Todo lo que hacía Delicia se vendía, pero ella quería ir más allá. 
Gudelia luego le enseñó a preparar unas humitas mágicas. Da fe el que escribe. “Son mágicas porque tienen un componente secreto que nunca será revelado salvo a una persona. Mi suegra me lo enseñó porque me quería mucho y sólo a una persona se lo voy a pasar”, dijo la mujer sentada con las manos en el delantal.
Entre las masas artesanales y las humitas, la familia comenzó a mejorar la situación económica y a afrontar los históricos desbalances de la historia de la economía argentina. 
En la hiperinflación de la coyuntura Alfonsín-Menem tuvieron que recurrir a otra cosa.
“En plena crisis de comienzos de los 90, la gente lo primero que dejó de comprar fueron las cosas dulces. Se terminaba el negocio de masas artesanales y todo se puso mal. Fue entonces que mi abuela Tomasa Calisaya me enseñó a preparar los tamales típicos de San Lorenzo. Ya ahí fue que comenzamos a caminar la calle vendiendo en casi todas las oficinas públicas”, relató Delicia.
Los ministerios, los tribunales que antes estaban en la Belgrano y Sarmiento, y hasta los destacamentos y reparticiones públicas.
Como ya tenía los changos más grandes, a algunos ya los usaba de chasqui y a otros de repartidores. Entonces comenzó a distribuir roles de trabajo ya que los más grandes ayudaban en la cocina. Hay, hasta ahora, peladores, cortadores, armadores, chasquis y repartidores. Delicia manda, prueba y aprueba cada paso en la preparación. Es la que sala y la que sabe cuándo está cocinado el tamal. Nadie hace nada sin su autorización.
“Los tamales fueron un boom”, dijo levantando las manos. “Le vendíamos a los Cornejo, cuando estaban en la Gobernación. También teníamos de clientes a la familia de don Roberto Romero y su hijo Juan Carlos y otros tantos políticos y famosos de la vida pública salteña”, confirmó.
En el 2001, en otro crack económico y social de la Argentina, Delicia fue convocada para enviar sus tamales y humitas al festival folclórico de Cosquín. Delicia debutaba en primera división y todo el equipo fue protagonista. 
Es que prepararon 1500 tamales y mil humitas en casi tres días de trabajo intenso. 
“Yo no podía creer que todos en Cosquín estaban comiendo mis tamales y humitas y me nombraban por la tele”, dijo Delicia.
La fábrica tamales y de humitas mágicas aún funciona a todo vapor. Hoy produce al menos 600 tamales y trabaja con unos 500 choclos por semana. Hay tamales según la semana ya que para los fines de mes baja un poco la demanda. Y para el invierno es más difícil encontrar buenos choclos. Actualmente trabaja con 7 personas y se puede decir tranquilamente que sus dos manos no son precisamente sus hijos. Su derecha es Cintia, su nuera y su siniestra es Marcelo (“el entenao”); que a su vez es compadre con Cintia.
 “Yo me voy a trabajar hasta que Dios me diga basta. Mientras tanto voy a disfrutar con mi familia que se mantiene unida. Yo críe a mis hijos con este negocio y si se administra bien da para que se viva bien y uno llegue tranquilo a fin de mes. Yo ahora quiero terminar mi ranchito y preparar una nueva cocina mucho más cómoda. Por la calle ya pasa el gas natural y quiero ver la posibilidad de realizar la instalación de ese servicio”, dijo Delicia mirando a su mano de obra.
Ahora bien, el secreto de las humitas mágicas está asegurado. 
Cintia levanta la basura de lo que va quedando en el piso tras el intenso trabajo de pelar choclos. Ella ya está destinada para recibir ese secreto y guardarlo como parte de un legado familiar que ya supera las tres generaciones.

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Delicia Mendizábal es una mujer grande. Su grandeza consiste en juntar a todos sus hijos, nueras y yernos en torno de una mesa de trabajo. Delicia comanda un escuadrón que cocina los mejores tamales y humitas de toda la zona oeste de la ciudad de Salta.
Sólo que ella manda siempre con sonrisa, nadie se le queja y todos cumplen al pie de la letra las órdenes precisas. Hasta los niños se portan bien. Resulta que Delicia tiene 65 años y sus hijos grandes ya, con muchos nietos dando vuelta entre las chalas, lejos de los cuchillos y cucharones.
Una foto de Perón, las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro, los coyuyos que ya aturden el techo, un quirquincho, una gomera visca, un ramo de domingo y una colección de ollas de distintos tamaños ornamentan la cocina. Ella nació en el departamento de San Lorenzo, en Finca Las Costas. Se casó muy chiquita, a los 16 años, y como era típico en esos tiempos se dedicó a las tareas del hogar mientras que su compañero salía a trabajar. Tenían sólo un ingreso económico y por un tiempo vivieron bien así.A partir de 1986 la situación económica del gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín comenzó a complicarse y los salarios perdieron paulatinamente el poder de compra. Fue su suegra Gudelia Liendro quien le dijo que como un sueldo no alcanzaba tendría que probar con salir a vender comidas en la calle. Ella misma le regaló su primer cayote y le enseñó a preparar el dulce para el relleno de las empanadillas. A la primera tanda las vendió en un ratito; fue un éxito.Compró más materia prima y comenzó a aprender a hacer gaznates, turrones y rosquetes.
Todo lo que hacía Delicia se vendía, pero ella quería ir más allá. 
Gudelia luego le enseñó a preparar unas humitas mágicas. Da fe el que escribe. “Son mágicas porque tienen un componente secreto que nunca será revelado salvo a una persona. Mi suegra me lo enseñó porque me quería mucho y sólo a una persona se lo voy a pasar”, dijo la mujer sentada con las manos en el delantal.
Entre las masas artesanales y las humitas, la familia comenzó a mejorar la situación económica y a afrontar los históricos desbalances de la historia de la economía argentina. 
En la hiperinflación de la coyuntura Alfonsín-Menem tuvieron que recurrir a otra cosa.
“En plena crisis de comienzos de los 90, la gente lo primero que dejó de comprar fueron las cosas dulces. Se terminaba el negocio de masas artesanales y todo se puso mal. Fue entonces que mi abuela Tomasa Calisaya me enseñó a preparar los tamales típicos de San Lorenzo. Ya ahí fue que comenzamos a caminar la calle vendiendo en casi todas las oficinas públicas”, relató Delicia.
Los ministerios, los tribunales que antes estaban en la Belgrano y Sarmiento, y hasta los destacamentos y reparticiones públicas.
Como ya tenía los changos más grandes, a algunos ya los usaba de chasqui y a otros de repartidores. Entonces comenzó a distribuir roles de trabajo ya que los más grandes ayudaban en la cocina. Hay, hasta ahora, peladores, cortadores, armadores, chasquis y repartidores. Delicia manda, prueba y aprueba cada paso en la preparación. Es la que sala y la que sabe cuándo está cocinado el tamal. Nadie hace nada sin su autorización.
“Los tamales fueron un boom”, dijo levantando las manos. “Le vendíamos a los Cornejo, cuando estaban en la Gobernación. También teníamos de clientes a la familia de don Roberto Romero y su hijo Juan Carlos y otros tantos políticos y famosos de la vida pública salteña”, confirmó.
En el 2001, en otro crack económico y social de la Argentina, Delicia fue convocada para enviar sus tamales y humitas al festival folclórico de Cosquín. Delicia debutaba en primera división y todo el equipo fue protagonista. 
Es que prepararon 1500 tamales y mil humitas en casi tres días de trabajo intenso. 
“Yo no podía creer que todos en Cosquín estaban comiendo mis tamales y humitas y me nombraban por la tele”, dijo Delicia.
La fábrica tamales y de humitas mágicas aún funciona a todo vapor. Hoy produce al menos 600 tamales y trabaja con unos 500 choclos por semana. Hay tamales según la semana ya que para los fines de mes baja un poco la demanda. Y para el invierno es más difícil encontrar buenos choclos. Actualmente trabaja con 7 personas y se puede decir tranquilamente que sus dos manos no son precisamente sus hijos. Su derecha es Cintia, su nuera y su siniestra es Marcelo (“el entenao”); que a su vez es compadre con Cintia.
 “Yo me voy a trabajar hasta que Dios me diga basta. Mientras tanto voy a disfrutar con mi familia que se mantiene unida. Yo críe a mis hijos con este negocio y si se administra bien da para que se viva bien y uno llegue tranquilo a fin de mes. Yo ahora quiero terminar mi ranchito y preparar una nueva cocina mucho más cómoda. Por la calle ya pasa el gas natural y quiero ver la posibilidad de realizar la instalación de ese servicio”, dijo Delicia mirando a su mano de obra.
Ahora bien, el secreto de las humitas mágicas está asegurado. 
Cintia levanta la basura de lo que va quedando en el piso tras el intenso trabajo de pelar choclos. Ella ya está destinada para recibir ese secreto y guardarlo como parte de un legado familiar que ya supera las tres generaciones.

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