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El aguilucho tribunicio

Soldado que huye sirve para otra guerra. Ave de presa llamado Gavilán pollero (Buteo magnirostris) 
Sabado, 25 de noviembre de 2017 23:00

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Eran aproximadamente las cinco de la tarde y los primeros calores de la primavera habían llegado. Los árboles del parque que rodean la redacción de El Tribuno se veían tranquilos, inmóviles. Ni una brisa lograba sacudir los primeros brotes, color verde tierno. 
En la redacción reinaba el bullicio de siempre, voces mezcladas con el ruido de los teclados, con el timbre de los teléfonos o el sonido de los celulares. Era una tarde normal, tranquila y sin un nuevo caso de corrupción. De pronto, afuera, en ese parque donde ni una hoja se movía, explotó el gran alboroto. Eran los alarmistas de los teros, pertinaces, insistentes en un barullo que prolongaban más de la cuenta, pues estas aves ya son parte de nuestra familia tribunicia, al igual que los chalchas, las palomas, los carpinteros, los aguiluchos, los quitupís, las chascas y los horneros. Ah, y ahora también los implumes coyuyos. 
El hecho es que los teros de a poco se iban poniendo insoportables con la batahola y a tanto llegó el bochinche que recordé una creencia popular (no populista) del campo: “El grito de los teros anuncia visitas”. En pocas palabras, significa que extraños se acercan; buenos o malos, “vayuno a saber...”.
Y así fue que salí al parque para averiguar por qué la alarma de los teros. Al asomarme pude ver que no solo gritaban, sino que también con furia revoloteaban alrededor de un elegante aguilucho asentado en lo alto del tanque de agua. Desde allí oteaba el horizonte mientras ágilmente esquivaba cada embate de los teros, emperrados en echarlo cuanto antes del predio.
Casi un cuarto de hora aguantó valientemente el aguilucho el duro e insistente asedio de los teros, que con sus peligrosas picadas y rasantes vuelos mantenían al rapaz meta cabecear.
Como decía, unos quince minutos aguantó el gavilán el ataque de los teros que con sus alas arponadas, cada vez le pasaban más cerca de su plumífero cuerpo. Al final, cansado de la guerra aérea de los teros, el rapaz resolvió retirase del tanque mientras una escuadra de los alarmistas y furiosos teros lo escoltaban. 
Por esta vez los pichones que los teros escondían entre los pastos del parque se habían salvado del aguilucho o gavilán, pero el peligro seguirá latente hasta que los teritos aprendan el arte de la política: gritar en un lado y poner los huevos en otro... 

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