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El mundo de Trump, Bolsonaro y Europa

El escenario es volátil, pero el Mercosur, en 10 años, aportará el 50% de alimento del planeta.
Sabado, 03 de noviembre de 2018 00:20

"Para decidir cómo vamos a invertir, antes tenemos que ver como está funcionando el mundo", sentenció Gustavo Idígoras, académico en Estudios Agroalimentarios y consultor internacional en agro-negocios y bioenergías.

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"Para decidir cómo vamos a invertir, antes tenemos que ver como está funcionando el mundo", sentenció Gustavo Idígoras, académico en Estudios Agroalimentarios y consultor internacional en agro-negocios y bioenergías.

El mundo ofrece un panorama complejo, inestable, con una perspectiva de crecimiento de la demanda de alimentos pero con una guerra comercial de magnitud entre la creciente China de Yi Jinping y la imprevisible presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. Con una Unión Europea que necesita alimentos, pero quiere industrializarlos y donde proliferan barreras para arancelarias; la Europa de la que nos habló hace poco en Salta la embajadora Aude Maio-Coliche. Y con un Mercosur al que la ideologización chavista lo cerró a los acuerdos de libre comercio con el resto del mundo y lo dejó en terapia intensiva. Hoy está en etapa de recuperación, pero llevará más tiempo del deseable, porque es la pieza clave para el despegue regional.

Mercosur, convaleciente

Idigoras, como el subsecretario de la Cancillería para el Mercosur, Victorio Carpintieri, consideran que el bloque que hoy forman Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina estará en condiciones de imponer reglas porque en pocos años el mundo demandará 200 millones de toneladas más de carne por año y a nuestra región manejará el 50 por ciento de la oferta. "Los problemas alimentarios se van a multiplicar y hará falta un 40% más de cereales, 45% más de oleaginosas, 47% más de carne y 40% más de lácteos", señaló Idigoras. "El mundo desarrollado busca un granero, que le provea de materia prima para mantener su industria, y exige protección ambiental -trazabilidad-. Los grandes importadores son proteccionistas, pero el potencial del Mercosur le garantiza la posibilidad de acumular fuerza y fijar posiciones", agregó.

Este escenario obliga a pensar que en la última década, en el mundo se celebraron 465 acuerdos de libre comercio y el Mercosur optó por "vivir con lo nuestro".

Hoy el rumbo parece ser otro. Para Idigoras, el futuro es agroindustrial, exige diversificación de mercados y superar las barreras para-arancelarias y sanitarias.

Cumbre de Buenos Aires

Los expertos miran con atención el comportamiento de los presidentes de China y Estados Unidos. La guerra comercial entre ellos parece uno e los episodios más serios desde el fin de la segunda guerra. A fin de mes, en Puerto Madero, en el marco de la reunión del G 20, Trump y Yi Jinping deberían encontrarse y negociar.

¿Será posible?

La otra incógnita es Jair Bolsonaro. Según Carpintieri, las declaraciones del ministro Paulo Guedes parecieron descartar el bloque regional pero en realidad ratificaron la decisión de buscar una proyección internacional, más allá de lo regional. "Para nosotros, Brasil es una prioridad estratégica y no solo un socio comercial y no podemos apresurarnos a opinar", dijo el funcionario de la Cancillería.

Hay un aspecto inequívoco: en la región, y en Argentina, hay una cultura cerrada en la economía que prefiere no abrir el mercado. Para los expertos argentinos, la inserción en el exterior y la inversión externa directa son esenciales para el desarrollo. "El cierre produjo una brecha que nos perjudica", sostuvo.

Carpintieri reiteró la necesidad de acuerdos de libre comercio porque permiten sortear barreras que impondrán los compradores en un mundo donde no existen otras formas de libre comercio.

"El Mercosur necesita una discusión interna. Debe redefinir objetivos, acuerdos y estrategias; avanzar hacia el Océano Pacífico, negociar con Chile, Perú y Colombia. Debe modernizarse", añadió.

Con Europa

El acuerdo de libre comercio con Europa ocupó un lugar central el la exposición de Carpintieri.

Se trata de una negociación compleja sobre cupos, por ejemplo, en carne y etanol. También hay diferencias en los plazos de desgravación. También se suman cuestiones de propiedad intelectual que afectan a laboratorios y agroquímicos, y diferencias por la "denominación de origen" para productos como vinos, quesos para protegerlos.

Europa es un continente, aunque sea una unión, y hay diferencias también en su seno. Pero el Mercosur debe resolver las suyas.

La figura de Jair Bolsonaro es contradictoria. Su ministro de Economía, Guedes, es liberal, pero existe en el seno del oficialismo una fuerte presencia de la cultura desarrollista, defensora de industrias estratégicas. Brasil es la economía más poderosa del Mercosur y miembro del vacilante grupo Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), pero depende del bloque y Argentina confía en que las cargas se acomodarán más o menos pronto.

El cuidado ambiental no es cosa de brujas

Las exigencias comerciales no admiten mitos y teatralizaciones.

Salta tiene un potencial agroalimentario extraordinario. Las empresas rurales modernas generan empleo, pagan en blanco, cumplen con las normativas de preservación de bosques y acuíferos, y las de sanidad animal. Y si no lo hacen, son controlables. 

El ordenamiento territorial vigente es un absurdo. Ayer, las contradicciones políticas permitieron vislumbrar una explicación: los grupos ambientalistas dedican su vida al espectáculo y de ese modo logran transmitir un mensaje catastrófico. Mientras tanto, los finqueros serios no se muestran, no hablan, no generan empatía con la ciudadanía. Gana espacio de ese modo el pensamiento mágico. La conjetura de la que habló Del Solar le gana a la actividad productiva.

El ingenio San Isidro, tras la crisis, exporta actualmente azúcar orgánica de óptima calidad. Numerosas fincas generan empleo y calidad de vida, exportan directamente a Europa (a la difícil Europa) y deben soportar el asedio de “inspectores autoproclamados”.

Ayer se planteó en la Jornada la necesidad de que el campo “pierda la vergüenza”, es decir, se dé una estrategia para recuperar el reconocimiento de la gente. Ningún país agroexportador se convierte en potencia, pero la agroindustria es, para nosotros, el primer escalón.

 

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