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De artesanos y artesanías: orfebres y plateros

Sabado, 03 de febrero de 2018 00:00

Las artesanías fueron, en algunas partes de la América colonial española, un eficaz recurso de independencia social y económica para un segmento de la comunidad desfavorecido. En el Virreinato del Perú, los mulatos sacaban provecho de su habilidad para los oficios mecánicos (herrería, carpintería, etc.), y de la paralela aversión que sentían tanto blancos como indígenas hacia el trabajo manual. Estos artesanos mulatos ejercieron un virtual monopolio, lo que les permitió situarse como clase social, en un nivel superior al de los mismos mestizos. Se veía a los artesanos mulatos pasar por las calles de Lima satisfechos, bien comidos, vestidos con telas de plata y oro, a semejanza de los personajes de rango. La gran mayoría de lo que hoy llamaríamos "obreros calificados" eran en Lima, mulatos. Un viajero observó que "superiores a las labores mecánicas, y contrarios a ellas, tanto por orgullo como por indolencia, los españoles y los criollos blancuzcos se las dejan a sus súbditos pardos, que son industriosos en sus oficios como zapateros, sastres, barberos, taberneros, carpinteros y comerciantes minoristas".

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Las artesanías fueron, en algunas partes de la América colonial española, un eficaz recurso de independencia social y económica para un segmento de la comunidad desfavorecido. En el Virreinato del Perú, los mulatos sacaban provecho de su habilidad para los oficios mecánicos (herrería, carpintería, etc.), y de la paralela aversión que sentían tanto blancos como indígenas hacia el trabajo manual. Estos artesanos mulatos ejercieron un virtual monopolio, lo que les permitió situarse como clase social, en un nivel superior al de los mismos mestizos. Se veía a los artesanos mulatos pasar por las calles de Lima satisfechos, bien comidos, vestidos con telas de plata y oro, a semejanza de los personajes de rango. La gran mayoría de lo que hoy llamaríamos "obreros calificados" eran en Lima, mulatos. Un viajero observó que "superiores a las labores mecánicas, y contrarios a ellas, tanto por orgullo como por indolencia, los españoles y los criollos blancuzcos se las dejan a sus súbditos pardos, que son industriosos en sus oficios como zapateros, sastres, barberos, taberneros, carpinteros y comerciantes minoristas".

Como los plateros españoles e indígenas trabajaban juntos, surge el llamado estilo mestizo, que abarca objetos de muy distinta índole, tanto en plata como en oro. Buena parte de la demanda provenía de la Iglesia, que requería cruces, copones, incensarios y otros elementos para el rito.

Creación famosa de este arte en Nueva Granada fue la corona de Popayán, de oro macizo y adornada con la friolera de 435 esmeraldas. En esta región hubo especial interés en la platería religiosa: candelabros, custodias, cálices, patenas, atriles para el misal, crucifijos, lámparas para santuarios, cruces procesionales, campanilleros, floreros, relicarios y otras piezas que se ejecutaban en oro y en plata repujada. Los templos más opulentos lucían altares revestidos totalmente en plata.

En México, durante las procesiones a cielo abierto de la festividad de Corpus Christi y el Santo Entierro, se levantaban en las calles donde se alineaban los talleres, altares de plata adornados con joyas. Asimismo, la importancia de la conmemoración imponía el adorno de las carrozas con metales preciosos.

Portugal tuvo en Minas Gerais su tesoro americano. Desde 1550, año en que se descubrió allí oro, Ouro Preto fue creciendo como la ciudad más rica del siglo de los virreyes, donde se amalgamaban la fiebre del oro y el derroche. Tanto es así, que las negras esclavas, para la Fiesta del Rosario, iban a la iglesia con el pelo empolvado con oro y al entrar se ofrendaba a la Patrona de la parroquia.

También los caballos llevaban polvo de oro en las crines y en la cola, en los desfiles para las fiestas de Villa Rica, hacia mediados del siglo XVIII, mientras arrastraban carros alegóricos cargados de imágenes hechas en oro y adornadas con diamantes. Las iglesias no dejaban de exhibir adornos de oro y piedras preciosas.

Un foco importante de extracción y laboreo de metales fue el Alto Perú, y en especial la Villa Imperial de Potosí y su Cerro Rico ( en quechua Sumaj Orcko), en la que se situó la mina de plata más grande del mundo desde mediados del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII. De la riqueza de esta tierra da cuenta la tradición que relata que hasta las herraduras de los caballos eran de plata. La opulencia de esta tierra es descripta por Acarete du Biscay en su libro "Relación de un viaje al Río de la Plata" (1672, Thevenot):

"El pueblo bajo vive muy a sus anchas, pero son todos orgullosos y altivos y van siempre muy elegantes, ya sean en tisú de oro y plata, o de escarlata, o de seda con abundantes encajes de oro y plata. El menaje de sus casas es muy rico, porque generalmente son servidos en vajilla de plata".

Más adelante narra la procesión efectuada al Santísimo Sacramento, acompañado por toda la clerecía y el laicado: en el camino de una de estas iglesias, se había despojado del pavimento para la celebración y lo volvieron a pavimentar para la procesión con barras de plata, con las cuales estaba cubierto todo el trayecto. El altar donde la Eucaristía iba a ser depositada en la Iglesia de los Recoletos, estaba adornada con imágenes, vasos y planchas de oro y plata, perlas, diamantes y otras piedras preciosas que difícilmente alguien podría haber visto algo más rico, porque los ciudadanos llevaron allí las joyas más raras que tenían. Los extraordinarios gastos de todo este tiempo de regocijos fueron calculados en una suma que sobrepasaba las quinientas mil coronas.

Oro, plata y piedras preciosas eran elementos fundamentales en la ornamentación de las iglesias. Prevalecía entre los constructores y decoradores de iglesias el concepto de dar, en lo posible, "sensación de lujo". Las autoridades eclesiásticas los alentaban, ya que veían en la acumulación de materiales preciosos y relucientes no sólo la revelación tangible de la gloria divina, sino también el medio de volverla visible a los ojos del vulgo, que no dejaba de conmoverse.

El lujo de los altares, de los sagrarios y de los objetos de culto llegó a su apogeo a mediados del siglo XVII. En las iglesias de Lima y del Cuzco no se veían sino retablos enchapados en oro, azulejos sevillanos barnizados, candelabros de plata con caireles de cristal, espejos con marcos revestidos de piedras preciosas.

La plata se hallaba presente también en la joyería: collares, dijes, anillos, pendientes y los extraños y sugestivos tupos (pinches usados para sujetar el pelo o la ropa) de variadas formas, y algunos adornados con piedras preciosas. Podían ser redondos o en forma de cuchara, siempre muy trabajados y a veces con cadenillas.

Metal noble y maleable, la plata adornó también la montura de los criollos. Con ella se hicieron frenos, cabezadas, cabezales, riendas, estribos, espuelas, pretales, rebenques y tiradores.

Los plateros del Virreinato del Río de la Plata acusaron la influencia peruana y la europea. Para ingresar en su gremio (que tardó bastante en formarse) se requería tener la “sangre limpia”, ser “cristiano viejo”, hijo de buenos padres y libre de toda mala raza (lo que en otras palabras implicaba no tener parentesco judío), no ser “camorrero ni juntarse con gente baja” y demostrar “genio apacible y sosegado” y “buenas costumbres”.

Cumplidos estos requisitos era preciso someterse a dos exámenes: una prueba teórica, que consistía en responder a una serie de preguntas formuladas por el tribunal examinador, y una prueba práctica en la cual el aspirante debía labrar una pieza idéntica a aquella cuyo dibujo le era presentado, sacado al azar del libro de diseños de piezas de orfebrería. Si era aprobado, recibía la autorización para poner un taller o tienda.

En 1730, Buenos Aires contaba con más de treinta tiendas de platería. Eran contados los plateros que trabajaban el oro. Quienes lo hacían recibían el título de “Maestro platero y oribe”.

Entre los artesanos plateros había varias especialidades, como la de los tiradores o batihojas, que hacían láminas de plata a martillo, o los mazones, que repujaban y cincelaban; los demás eran plateros a secas. 

En 1790, mientras Córdoba se preparaba para celebrar la entronización de Carlos IV, los plateros trabajaban en una hechura insólita: nada menos que un arco de triunfo hecho exclusivamente con plata. 

Muy celebradas en nuestra provincia son los bellísimos trabajos en los que la plata, el oro y las piedras preciosas tienen una presencia importante: nos referimos a las imágenes del Señor y de la Virgen del Milagro. El origen del Cristo crucificado se remonta al año 1592, donación del obispo Francisco de Vitoria al pueblo de Salta y destinado a la Iglesia Matriz. La imagen de la Virgen del Rosario estaba destinada al convento de predicadores de la ciudad de Córdoba, hoy Convento de Santo Domingo. De estas apreciables imágenes parten rayos de plata, los que otorgan mayor esplendor a los santos patronos, contribuye a la majestad y exalta la devoción para júbilo de la feligresía salteña.

La coronación de las apreciadas imágenes se concretó el 13 de septiembre de 1902, por iniciativa y pedido del obispo de la Diócesis de Salta, monseñor Matías Linares y Sanzetenea. El papa León XIII concedió la coronación pontificia de las imágenes del Milagro. En presencia de altas autoridades de la iglesia venidas desde Roma, autoridades de la Nación y obispos argentinos se corona al Señor y a la Virgen del Milagro.

La legislación de los tiempos virreinales era previsora en lo que concernía al laboreo de metales de buena ley. La recopilación de leyes de los Reinos de las Indias mandada imprimir y publicar por la majestad católica del rey Don Carlos II, (Boix Editor, Impresor y Librero, calle de Carretas, Número 8, Madrid) prevé desde los títulos veinte y uno al veinte y cuatro una densa legislación, marco que regula desde la extracción, comercialización y control de los metales.

Otra normativa está referida a la pesquería, cita la ley primera que entre las riquezas que produce el mar y tierras de Indias, goza en gran estimación la pesquería y la abundancia de perlas, en virtud de la existencia de importantes ostrales, situados en la zona ecuatorial. Las perlas como así también las piedras preciosas eran otro insumo importante en el trabajo de los orfebres y cuya explotación y demanda se legislaba a través de cuarenta y ocho leyes contenidas en el título veinte y cinco del libro cuarto.

La Real Ordenanza para el establecimiento e instrucción de intendentes de Ejército y Provincia del año 1782, por orden de su majestad Carlos III, en su capítulo Causa de Policía, artículo 70, manda a los intendentes, tenientes y jueces subalternos, celar de continuo para que “no se vicien los preciosos metales que se producen en sus minas y lavaderos, haciendo a los expresados fines cuantas indagaciones y encargos regularen convenientes”. Así también el monarca, por medio de esta ordenanza, manda las “Visitas ordinarias de platerías con asistencia de escribano que dé fe de ellas y de sus resultados”.

Oro, plata, piedras preciosas y perlas, productos ricos, unas veces laborados para resaltar a la divinidad, otras empleados en beneficio de particulares, son el reflejo del arte de manos pródigas que reeditan ancestrales técnicas y que aún hoy representan la generosa entrega de las profundas entrañas de la tierra americana y de sus hábiles hijos.

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