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El FMI puede ser una solución o un agravante de los problemas

Domingo, 13 de mayo de 2018 00:00

El anuncio del retorno del país al financiamiento del Fondo Monetario Internacional produce escozor entre los argentinos. A lo largo de mucho tiempo, las sucesivas crisis económicas terminaron señalando al organismo como el responsable de nuestras desdichas. Para quienes desconfían de la globalización y de la economía capitalista, el FMI es el rostro del sometimiento del país al poder exterior.

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El anuncio del retorno del país al financiamiento del Fondo Monetario Internacional produce escozor entre los argentinos. A lo largo de mucho tiempo, las sucesivas crisis económicas terminaron señalando al organismo como el responsable de nuestras desdichas. Para quienes desconfían de la globalización y de la economía capitalista, el FMI es el rostro del sometimiento del país al poder exterior.

Pero los fantasmas del pasado no deben condicionar al presente.

Por definición, la función del FMI consiste en asegurar la estabilidad del sistema monetario internacional; es decir, "el sistema de pagos internacionales y tipos de cambio que permite a los países y a sus ciudadanos efectuar transacciones entre sí".

Por eso impone condiciones.

Para un país con déficit crónico (hoy tenemos 5% de déficit en el comercio exterior y 6% de déficit fiscal) y con inflación endémica, el auxilio de esta entidad puede ser un salvavidas de plomo, porque además de devolver el crédito puntualmente, hay que aceptar y cumplir severas condiciones de disciplina fiscal.

Hoy, el Gobierno nacional ha decidido gestionar un crédito al FMI y existen serias dudas si estará en condiciones de sostener la apuesta.

Los economistas más reconocidos coinciden en que estamos muy lejos de una crisis terminal. Pero todos se han visto sorprendidos por el anuncio y sobre las siempre inquietantes "condiciones" que se pudieran plantear. Y también advierten que, a lo largo de esta crisis, el gabinete ha mostrado desacuerdos y contradicciones, y que no ha sabido abrir el juego a la oposición. Un acuerdo con el FMI no necesita la aprobación del Congreso, pero el cumplimiento de los compromisos que se asuman exigirá leyes, entre ellas, el Presupuesto, que requieren acuerdo hoy por hoy, aparentemente difícil- con la oposición.

Las turbulencias de las últimas dos semanas surgieron del aumento de las tasas que dispuso la Reserva Federal de EEUU, las que impulsaron una suba generalizada del dólar cuyos efectos se hicieron sentir especialmente en nuestro país como resultado de la mayor vulnerabilidad financiera externa que atraviesa Argentina. Pero a esto se sumaron las vacilaciones para administrar la presión cambiaria. El Gobierno liquidó reservas, elevó la tasa para no devaluar, después devaluó y subió más la tasa para no perder reservas.

La opinión generalizada entre los expertos es que no había apuro para pagar el costo político que en la Argentina apareja recurrir al FMI.

Es imposible saber qué condiciones exigirá el organismo, aunque los economistas consideran que de ninguna manera el acuerdo servirá para garantizar el "gradualismo" en la reforma fiscal, sino todo lo contrario. De los últimos informes de Fondo Monetario Internacional sobre la situación argentina se desprende que el país deberá comprometerse a acelerar las reformas para bajar el déficit, reducir los gastos en áreas donde aumentaron sensiblemente en una década, entre ellas salarios, subsidios y jubilaciones; limitar al extremo la asistencia del Banco Central al Tesoro y avanzar con la reforma laboral.

Los compromisos que se asuman, necesariamente deberán ser cumplidos, pero sería inadmisible que se prometan recortes que alteren la paz social y la vida de la gente.

Con 30% de pobreza y un déficit de empleo genuino difícil de cuantificar, los gastos sociales no podrán eliminarse. Por eso, no habrá solución posible sin el mencionado acuerdo con la oposición, enmarcado en objetivos de interés nacional y social, y a largo plazo. El problema más complejo en estos días es político.

Los funcionarios internacionales aseguran que no saben cuál es su interlocutor, simplemente porque el área económica tiene demasiadas carteras y todas tienen desavenencias con el titular del Banco Central. Los economistas, a su vez, advierten que con ministros fuertes como lo fueron Juan Sorrouille, Domingo Cavallo y Roberto Lavagna, la economía encontró momentos de alivio, estabilidad y previsibilidad, que se esfumaron cuando estos fueron desplazados por razones políticas. Hoy el problema de fondo es que nadie sabe a ciencia cierta cuál es el rumbo económico, y tampoco nadie puede asegurar si existe decisión política para sostenerlo.

El gran desafío del presidente, hoy, es resolver los problemas económicos y fiscales, y con urgencia brindar gestos contundentes que saquen a la opinión pública del desconcierto y la desconfianza.

 

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