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La ambición y la frustración de la República

Jueves, 27 de septiembre de 2018 00:00

Otra vez el peronismo se victimiza y apuesta al fracaso del Gobierno. Y como del fracaso ajeno asomaría su oportunidad o, al menos, su avidez de poder, que es la esencia, la cualidad intrínseca y vital para su subsistencia, le adiciona la dimensión de la tragedia.

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Otra vez el peronismo se victimiza y apuesta al fracaso del Gobierno. Y como del fracaso ajeno asomaría su oportunidad o, al menos, su avidez de poder, que es la esencia, la cualidad intrínseca y vital para su subsistencia, le adiciona la dimensión de la tragedia.

Es que el peronismo no se concibe ni se proyecta a sí mismo, sino como exponente del poder.

Su carencia configura el sinsentido de su existencia, y esa privación del mando lo impulsa no solo a procurárselo y a mantenerlo, sino a acometer contra quien lo detente para despojárselo. La prueba de que está en su naturaleza no tolerar esa indigencia, lo revela el hecho de haber provocado la conclusión anticipada de gobiernos en cuanta oportunidad ejerció el poder un partido o coalición política no peronista.

De modo que esa apuesta al fracaso del Gobierno, que nuevamente propician hoy sus prosélitos, debe apreciarse, por un lado, como la práctica inevitable de su naturaleza y, en segundo lugar, le asigna a su arenga la endeblez de su juicio, y la sospecha de responder a su interés y no a un análisis imparcial y ecuánime de la acción de gobierno.

Luego de invocar el supuesto fracaso alegan la falta de credibilidad, con la pregunta que quieren escuchar en boca del pueblo: "¿Y ahora que viene?", con lo que procuran inocular el miedo. Artimaña que usaron ya en la anterior elección, presagiando la eliminación de los planes sociales si votaban a Cambiemos. Que por supuesto, no ocurrió.

Pero no limitan su oratoria a proclamar el fracaso, el miedo y la desesperanza, sino que impugnan la posibilidad de alternativas y delinean un trágico e inevitable "final de ciclo", que asignan a la actual gestión de gobierno. Y todo ello lo atribuyen a la soberbia y la impericia, traducidas en el "odio a la política" y la ignorancia en economía. Y también en pretender negar la realidad y el pasado. De lo que resulta que es falso que haya algo nuevo y que sean distintos los que anunciaron un cambio, esos ilusorios "salvadores de la patria".

¿Crítica o demolición?

Sin duda que no es aceptable hablar de fracaso, cuando se manifiesta la acción de un equipo de gobierno que, aun cuando nos parezca a algunos una especie de tanteo de medidas que se van disponiendo detrás de los hechos, en lugar de prevenir las consecuencias que ellos habrán de acarrear, no obstante se debaten en una lucha diaria por rehacer una situación económica calamitosa y reconstruir una estructura productiva que ha sido diezmada por el latrocinio más devastador que hayan sufrido las arcas públicas en toda la historia de la Nación.

Y esa contienda en lo inmediato, en medio de una pobreza que hiere a quien la sufre y angustia en la impotencia a quien prometió y hasta ahora no puede restaurarla, se despliega en un horizonte más dilatado, en la tarea de redimir a la República de una decadencia moral y una desintegración institucional que agravian y laceran la conciencia cívica del ciudadano íntegro.

Odio a la política

Si quieren, podrán llamar "impericia" al error, que es consustancial al ser humano, y "soberbia" a la insuficiencia de comunicación y de consenso. Pero no es honrado calificar de "odio a la política", a ese modo si se quiere torpe, tardío y hasta ingenuo de ejercer el gobierno. Claro que debe resultarles incomprensible, necio y hasta estúpido, a quienes son maestros consagrados de la picardía, la astucia, cuando no de la malicia en la intriga política, una impericia semejante, fácilmente atribuible a un odio a lo que ellos llaman "la política". De modo que no hay duda: el gobierno de tontos es un fracaso.

Difícil es, en cambio, comprender que se le atribuya al gobierno negarse a reconocer la realidad y el pasado. Porque siempre la realidad es, en gran parte, el fruto y la secuela del pasado. Pero, sobre todo, esta realidad sangrante e irritante que hoy vivimos es la herencia de un pasado reciente, que no solo se reconoce sino que se impone como un lastre pesado y agobiante, con grilletes que dificultan y paralizan todo esfuerzo por dar pasos hacia el futuro. Imposible negar ese pasado. Es la noche de los tiempos que oscurece nuestros días. Sería absurdo negar lo que se sufre.

Pero claro, la finalidad que se persigue no condice con un análisis neutral que parta de una observación desinteresada. Su objetivo es transferir lo que es carga propia a quien se quiere desprestigiar, para estar en mejor condición de competir con él. Y cuando el galardón es el poder, la acusación de fracaso ha de asumir la magnitud de la tragedia.

Desdichadamente, ha de admitirse un fracaso: la frustración de la República. Que no es faena de un gobierno, sino desenlace de la reincidencia de una raza política que exaltó la detentación del poder por sobre todos los intereses y la prosperidad de la Nación. Y debe reconocérseles que hay un "final de ciclo": estamos en la conclusión de esa frustración de la República.

 

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