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La economía enjaulada.

Viernes, 18 de octubre de 2019 00:00

En una nota anterior se describía la economía argentina desde la Organización Nacional hasta los golpes de estado de 1930 y especialmente el de 1943, que reemplazaron el funcionamiento de la economía de mercado abierta al mundo por un esquema cerrado con fuertes controles estatales que llevaron a la Argentina a una pérdida de dinamismo en su economía, lo que posibilitó que sus hermanas de América Latina la "pasaran", exhibiendo hoy mejores indicadores económicos y sociales que nuestro país.

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En una nota anterior se describía la economía argentina desde la Organización Nacional hasta los golpes de estado de 1930 y especialmente el de 1943, que reemplazaron el funcionamiento de la economía de mercado abierta al mundo por un esquema cerrado con fuertes controles estatales que llevaron a la Argentina a una pérdida de dinamismo en su economía, lo que posibilitó que sus hermanas de América Latina la "pasaran", exhibiendo hoy mejores indicadores económicos y sociales que nuestro país.

Puertas adentro

El reemplazo de la economía abierta por la sustitución de importaciones.

El "modelo" de economía abierta, tal como fue destacado en la nota anterior, se basaba en el intercambio de productos de base agropecuaria y con algún tipo de industrialización, por bienes finales, intermedios y de capital importados. Como también se enfatizó, este esquema le dio una formidable prosperidad a la Argentina, no exenta, naturalmente, de los problemas que compartían todas las economías adheridas a este sistema, originados principalmente en el hecho de que las crisis, al ser mundiales casi todas por la interconexión de las economías a través del comercio exterior, provocaban en todas partes caída de la producción y el empleo, originando tensiones sociales que, tanto en el mundo como en la Argentina, produjeron a veces severas consecuencias sociales. Los golpistas de 1943, simpatizantes de la Alemania nazi y la Italia fascista, adhiriendo a los enfoques económicos de estos países, consideraron que la Argentina debía reemplazar el "modelo" de economía abierta al comercio exterior, por una de tipo autosuficiente que produjera internamente lo que antes importaba, y al hacerlo así sustituiría sus importaciones con lo que las exportaciones ya no habrían de ser necesarias. Desafortunadamente, si bien no era muy complicado fabricar heladeras o calefactores, la cosa era muy diferente en relación a la sustitución de maquinaria, equipamiento e insumos para las nuevas industrias, todo lo cual debía igualmente importarse, pero ahora sin las exportaciones que proveían la "moneda" para pagarlas, obligando a la economía a paralizarse hasta tanto se dispusiera nuevamente de dólares devaluación mediante- para iniciar una nueva etapa de crecimiento, lo que generó, para desconcierto de los ideólogos del nuevo modelo, nuevamente la odiosa crisis, pero esta vez ya no "foránea" sino "nacional": la economía argentina de inspiración fascista ahora se "autoabastecía" de crisis porque ya no se necesitaba importarla. Adicionalmente, el gobierno golpista -y posteriormente, el gobierno constitucional de Perón- alentó fuertes subas de salarios, por encima de la productividad del trabajo, con vistas a crear poder de compra para adquirir los nuevos productos de la "industria nacional", altamente concentrada en Buenos Aires y algunos pocos lugares más, salarios que en buena parte se originaban en el sector público, lo que hizo crecer fuertemente el gasto del gobierno.

El huevo de la serpiente

Previsiblemente, la mayor demanda que enfrentaban las empresas y la falta de competencia internacional, provocaron subas de precios que, pese a durísimos controles ejercidos por el gobierno de Perón en la última etapa de su mandato, no consiguieron abatir del todo la inflación, muy asociada también al déficit fiscal que provocaron las nuevas medidas económicas, lo mismo que los elevados aumentos de salarios. Si bien existieron posteriormente experimentos exitosos aunque interrumpidos por nuevos golpes de estado- para salir del esquema económico de inflación y reducido crecimiento, de la mano de los gobiernos de Frondizi que buscó atenuar la dependencia de importaciones, y posteriormente de Illia que consiguió expandir las exportaciones añadiendo a las tradicionales otras de origen industrial, la economía argentina nunca salió de su esquema de economía cerrada, consecuentemente poco competitiva y expuesta por lo tanto a la inflación y parálisis por la carencia de moneda extranjera para equilibrar su balanza de pagos.

¿Fin de la decadencia?

Probablemente el intento más exitoso de abatir la inflación haya sido la Convertibilidad que, como es sabido, consistía en el famoso "1 a 1" del peso con el dólar y que le proporcionó a la Argentina 10 largos años de estabilidad cambiaria y reducida e incluso negativa inflación. Para muchos, el éxito de la Convertibilidad que exhibió además muchos fracasos, incluido el que terminó con ese esquema- se basaba en que, al atar el peso al dólar, aquél se presentaba como "confiable", lo que no ocurría en tanto esa conexión no existía o era impredecible.

Sin embargo, las razones del éxito eran mucho más sencillas y prosaicas: los precios no aumentaban simplemente porque no podían hacerlo, a la vez que estaban impedidos de moverse porque tan pronto los empresarios lo intentaban la demanda se corría automáticamente a los productos importados cuyos precios se mantenían estables, acorde con la inflación internacional prácticamente inexistente, siendo evidente que el elemento que hacía posible la competencia internacional con los productos domésticos era la eliminación de las prohibiciones a la importación junto con la reducción practicada a los aranceles.

Claramente, la Convertibilidad implicó costos sociales que se tradujeron en un fuerte aumento de la desocupación, lo que no supuso sin embargo costos políticos para el gobierno de entonces porque la desocupación afecta justamente a los que la sufren en tanto la inflación la padece el conjunto de la sociedad, a la vez que aquélla se puede paliar con un seguro de desempleo más allá de que el gobierno de entonces no lo practicó eficazmente- pero la inflación no tiene “seguros” ya que no hay forma de proteger a toda la sociedad de este flagelo.

La madre del borrego

Por cierto, resulta claro entonces que la principal respuesta al problema de la inflación es la apertura de la economía, lo que no significa que el déficit fiscal no sea una grave distorsión que hay que corregir, destacando que esta apertura para nada exige “convertibilidades” sino simplemente llevarla a cabo con un cronograma previsible pero inflexible en su cumplimiento y con precios libres en la medida en que la competencia se aplique, pero también con un razonable control hasta tanto la apertura de la economía alcance un nivel que haga innecesario tales controles. Sin duda, la inflación por sí sola no agota el conjunto de problemas de la economía argentina, pero es claramente su problema principal porque bloquea las inversiones y genera nuevas distorsiones tales como las elevadas tasas de interés, la caída de la producción, el desempleo creciente, etc. Se requiere además reconstruir el sistema institucional, con una justicia prescindente de los humores políticos, un Congreso que respete su propia integridad institucional por encima de su complacencia con el Ejecutivo de turno, y un federalismo que no se vea comprometido por “la billetera” nacional. No menos importante es una profunda reforma impositiva a tono con la necesaria independencia de las provincias respecto del poder central, a la vez que, dentro de las provincias, se requiere también practicar reformas que den vuelta de una vez las rémoras feudales que atrasan dos siglos en la Argentina. Por último, los partidos políticos se deben una autocrítica y se deben una transformación que, con una profunda vocación republicana, los reubique en su papel de usinas del pensamiento para ir delante y no detrás de los acontecimientos, al revés de lo que hoy se observa, ante una sociedad que está muchísimos pasos más allá de la dirigencia política en cuanto a la percepción de los problemas y la forma de expresarse para exigir soluciones.
 

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