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4 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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A caballo, uniendo la costa sur de Brasil con el norte de Salta

Tartagal fue un destino no deseado, pero al que la vida trajo al abuelo del intendente, don Miguel Jorge Mimessi.
Domingo, 22 de diciembre de 2019 00:20
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¿A quién se le ocurriría atravesar miles de kilómetros a caballo, desde la costa sur del Brasil hasta llegar a la banda norte del departamento Rivadavia en la provincia de Salta? Sencillamente a nadie. Con solo mirar las imágenes satelitales de Google Earth se tiene una idea, una dimensión de lo que eso significaría.

Una travesía imposible, interminable, cruzando una de las zonas más ricas pero a la vez más hostiles de América del Sur por su clima, sus distancias y su geografía. 

Y si eso resultaría arriesgado hoy, lo que habrá sido lidiar un siglo atrás con esos montes cerrados, esas selvas tropicales vírgenes del Brasil, Paraguay y Argentina. ¿Cómo atravesar esos ríos, sortear el peligro de los animales silvestres, encontrarse con los originarios y no morir en el intento? 

Pero hubo alguien que se animó, cruzó esos 3 mil kilómetros a caballo, porque no solo llegó desde las costas del Brasil hasta la localidad de Juan Solá, Estación Morillo, sino que su destino final, posterior a permanecer algún tiempo en esa zona que hoy denominamos el chaco salteño, fue el pueblo conocido por ese entonces como Manuela Pedraza.

El lugar donde nacieron sus cinco hijos, sus nietos, uno de los cuales, dicho sea de paso, es el nuevo intendente de Tartagal, la ciudad cabecera del departamento San Martín.

Ese aventurero, ese trotamundos nacido en el año 1900 en un pueblito del Líbano en el Medio Oriente, se llamó -al menos en América- Miguel Jorge Mimessi.

Y es que hay todo un tema con el apellido de los inmigrantes que al descender de los barcos ni por asomo hablaban español o portugués; el mito indica que el personal en los puertos a los que arribaban le ponían el nombre, el apellido que creían entenderles. El muchacho había nacido en un pueblo del Líbano que se llamaba Mimess, dato suficiente para que en el nuevo continente fuera “rebautizado” sin mucho trámite ni burocracia con un apellido al menos parecido.

Miguel Jorge Mimessi tenía 13 años, dos hermanos varones, Ángel y Wady, y una hermana mujer, Tamine, todos mayores que él. Con Ángel (17) abordó el barco que supuestamente los dejaría en América pero en el norte, en los Estados Unidos, porque allí, como muchos paisanos de quienes recibían una que otra noticia, encontrarían algo que en su tierra no tenían: paz y todas las posibilidades de trabajar, una suerte de tierra prometida para libaneses, árabes, sirios o palestinos.

El barco repleto de inmigrantes navegó casi 3 semanas pero en medio de la travesía Ángel se enfermó de disentería, una enfermedad propia de la precariedad en la que seguramente viajaban los inmigrantes más pobres. 

En Estados Unidos, al llegar al puerto las cosas se complicaron porque si algo los yanquis no querían era recibir enfermos que no solo no podrían trabajar duro sino que implicaban un peligro para sus poblaciones que seguro no gozaban de ningún servicio básico. Jorge y su hermano Ángel ni siquiera pudieron pisar tierra porque ni los dejaron bajar.

Destino o llámese como quiera, los muchachos se quedaron arriba del barco que seguía su travesía hacia Sudamérica y días más tarde avistaron Brasil.

Luego de una travesía increíble halló aquí su lugar en el mundo

Así, con decenas de historias como esta, se construyó la historia de Tartagal en general.

Uno de sus hijos que me confió la historia me contaba que su padre aprendió a leer y a escribir el español pero tenía un hablar pausado casi como los criollos de esa zona del Chaco salteño, o sea, era un libanés “bien chaqueño”. Parco y endurecido, los lugareños le decían “El Mudo” Mimessi. Con 20 años cumplidos se instaló en Tartagal donde se reencontró con su madre, que también había dejado El Líbano, quien llegaba con una beba de pocos meses. Puso una de las primeras carnicerías del pueblo a la que la llamó “Carnicería El Toro”, mientras seguía dedicándose al transporte de mercaderías y al comercio con Bolivia. 

A los 30 años se casó con María, una joven hija de inmigrantes sirios de una familia de 10 hermanos pero a quien todos la llamaban Emilia. Se hizo amigo del Dr. Vicente Arroyabe, con quien hablaban sobre todo de política mientras Emilia, silenciosa, bordaba prendas, sábanas y manteles y de sus manos pequeñas salían verdaderas obras de arte. 

Cómo habrán sido esas charlas con Arroyabe con quien seguramente recordaba entre tantas vivencias ese viaje desde El Líbano, la aventura casi imposible desde Brasil hasta el norte de Salta, sus miedos, sus ilusiones, sus esperanzas.

Pero “El Mudo” se llevó todo a la tumba aquel 15 de septiembre cuando murió a la edad de 76 años, seguramente recordando esa niñez con su hermana Tamine, con su hermano Wadi al que no volvió a ver o las aventuras con Ángel, con quien emprendieron esa travesía que lo dejó en Tartagal, su lugar en el mundo.

Mi gratitud por haberme confiado ese testimonio invalorable que reconstruye no solo la historia familiar sino también la historia de Tartagal y explica el sentir, la idiosincrasia y el porqué esta comunidad quiso tanto a Marío René “El Gato” Mimessi, quien ya no está, pero seguro se encontró con su padre al que respetaba y honraba como hacen los hombres de bien.

Don Jorge en una foto del siglo pasado.

Una tierra nueva, extraña y lejana a la suya

Azorados ojos fueron descubriendo la inmensidad de América.

No puedo evitar imaginármelos a ambos; Ángel aún convaleciente después de días de fiebre y malestar al ver la majestuosidad de esas costas, esa arena blanca, esos pequeños poblados de entonces ubicados a la distancia, debieron tomar tímidamente sus maletas, desandar la escalera del barco y mirar con ojos desorbitados ese lugar al que nunca habían imaginado llegar.

Si fue en verano, el calor debe haber sido casi similar al que soportaban en su aldea. Si fue en invierno seguro no fue tan duro, pero todo lo demás debió ser imposible de describir para ambos. Dónde durmieron, qué comieron, qué hicieron al llegar, cómo superaron la barrera casi infranqueable del idioma.

Pasó el tiempo -vaya a saberse cuántos meses o años- pero lo único cierto es que un día, a caballo, o habrá sido a lomo de mula, encararon otra travesía. 

Es de suponer que atravesaron el sur de Brasil, el Paraguay y en la Argentina bordearon el Bermejo y se internaron en el norte de Salta. Vivieron algún tiempo en Morillo, Fortín Belgrano y Resistencia, pequeños asentamientos que se extendían a lo largo del Bermejo trabajando en lo que podían. Miguel hizo transporte de mercaderías en mulas y tiempo después en un viejo camión; vendió cueros, animales, mercaderías, hizo trueques y en uno de esos viajes hacia el sur de Bolivia conoció Tartagal, en esa época solo una posta.

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