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La revolución menos esperada

Viernes, 06 de diciembre de 2019 00:00
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América Latina presenta cambios y gradual descomposición. Hace un tiempo formaba parte de una zona mundial de revolución inminente o posible que era contenida por el poder de los gobiernos, los partidos políticos y la posibilidad de las intervenciones militares. EEUU era el "protector y garante" del statu quo global y sostenedor de la frágil estabilidad. Los líderes de aquella liberación colonial, ya fallecidos, tenían un proyecto de emancipación, progreso y modernización encabezando movimientos de liberación radicales, revolucionarios y violentos. Se sostenía que el capitalismo sería enterrado por la superioridad conceptual y económica del socialismo. América Latina era la esperanza en la creencia de una revolución social que propusiera algo más que mejores leyes de seguridad social y aumento de los salarios reales; era una fusión de ideales con política.

La revolución boliviana de 1952 conocida como la Revolución Nacional fue una alianza de mineros y militares insurrectos que culmina con un golpe de estado en 1964. En Bolivia han sido condenados los militares que reprimieron la rebelión aymara y popular de 2003, el Octubre Negro, que terminó con decenas de muertos. La tormenta terminó con la renuncia de Gonzalo Sánchez de Losada, que fue sucedido por Carlos Mesa, el candidato opositor de estos días al renunciante Evo Morales. Los generales que no socorrieron a Morales son "golpistas". Sin embargo, buena parte de los simpatizantes de Morales se niegan a etiquetar del mismo modo a los que no socorrieron a Mesa. En aquel momento, el sublevado era Morales. Que, a diferencia de los sublevados de estos días, tampoco serían golpistas. El sistema democrático está amenazado, no tanto por la sedición militar tradicional, que lo volteaba desde afuera. El corrosivo ahora suele ser endógeno. Se trata de presidentes, elegidos de manera regular, que comienzan a apropiarse de los mecanismos de control que le establecen algún límite. Sobre todo los árbitros: la Corte y las agencias electorales. Esto es lo que protagonizó Morales en Bolivia. En toda América Latina grupos de jóvenes entusiastas se lanzaron a manifestarse bajo la bandera de Fidel, Trotsky o Mao. Durante largo tiempo no se tomó en cuenta y en serio la expectativa de una revolución social mediante la insurrección y las acciones de masas. Actualmente varios de los gobiernos de América Latina tienen que hacer frente súbita e inesperadamente a intentos revolucionarios a la vieja usanza que demuestran la debilidad de regímenes aparentemente consolidados. La rebelión no sólo se manifiesta en lo sociopolítico sino también en lo cultural. Pocas revoluciones se hacen desde abajo; la mayoría las llevan a cabo minorías de activistas organizados o son impuestas desde arriba por golpes militares o conquistas armadas; algunas son genuinamente populares. El mundo del tercer milenio no es un mundo de estados o sociedades estables. Los cambios actuales y futuros serán violentos y esos cambios, por ahora, resultan indefinidos y oscuros. Estamos en una situación de ruptura social que insinúa una crisis revolucionaria y se están dando las condiciones para el derrocamiento de regímenes que han perdido legitimidad o se han divorciado de la sociedad con una dosis elevada de violencia política y de cambios políticos violentos. Las reglas y las normas pierden universalidad y se transforman en procedimientos para invalidar o destruir al adversario. Bien dice Carlos Pagni (La Nación; 14/11/2019): El clima de inestabilidad que se ha instalado en América Latina ofrece la dificultad para interpretar lo que sucede. Lo más relevante es el volumen y la velocidad de la movilización social y la irrupción anárquica. No hay un negociador del otro lado y hay un ascenso vertiginoso de liderazgos imprevistos en una atmósfera de violencia que parece ilimitada. El motor político, radicalizado, detrás del vandalismo, no se deja detectar. Lo que emerge es un mundo marginado, mezclado con redes delincuenciales ligadas a un actor sin el cual es imposible explicar hoy la vida de América latina. Los militares se niegan a reprimir. La reticencia parece tener un mismo origen: es la respuesta de los uniformados ante el avance de la defensa de los derechos humanos en la dirigencia política y en la sensibilidad ciudadana.

 

 

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