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¿Juntos podemos?

Viernes, 01 de febrero de 2019 00:00

Transcurridas las tres cuartas partes del período actual de gobierno, y encarando ya las distintas fuerzas políticas la campaña electoral, es decir, ofreciéndose cada una como la mejor alternativa para un nuevo gobierno, sus propuestas adquieren un aspecto más negativo, que un positivo ofrecimiento de proyectos y lineamientos de gobierno.

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Transcurridas las tres cuartas partes del período actual de gobierno, y encarando ya las distintas fuerzas políticas la campaña electoral, es decir, ofreciéndose cada una como la mejor alternativa para un nuevo gobierno, sus propuestas adquieren un aspecto más negativo, que un positivo ofrecimiento de proyectos y lineamientos de gobierno.

Se apuesta más al fracaso del adversario que a sus propios planes de políticas públicas. Pareciera una carrera en la que no se pretende ganar, sino hacer perder al contrincante. A falta de méritos propios, se proclaman las fallas ajenas.

Azuzar fantasmas

Desde el oficialismo, por un lado, se afianza no sin fundamento una orientación cuyo objetivo es alertar sobre la riesgosa posibilidad del regreso a un sistema que arrasó con los principios republicanos, que habían conducido a la grandeza y el desarrollo de un país que se incorporó rápidamente a la nómina de los más avanzados de la tierra. Alentar ese temor, sigue siendo su principal argumento, entre los tropiezos de una administración que no pudo o no supo rehabilitar una economía diezmada por un latrocinio sin precedentes, ni tampoco comunicar ni mostrar realizaciones cumplidas que, por una parte, enmendaron un régimen de gestión delictivo, pero además constituyen avances reales en el acatamiento institucional, como en obras de infraestructura y en la apertura de relaciones comerciales, en un mundo que las registra y las resalta.

Apuesta al fracaso

Por su lado, la oposición, centralizada en un peronismo dividido y desconcertado, que no acierta a encaminar su ambición de poder, leitmotiv de su participación política, sin el cual no concibe su propia existencia, al extremo de no haber permitido la conclusión de ningún gobierno anterior de otro signo, sólo apuesta al fracaso del oficialismo, omitiendo en su acerba crítica, la referencia al infortunio en el que sumió al país en todo sentido y a una situación económica y social ruinosa. Una herencia imposible de encarrilar en un solo período de gobierno.

Una gran pregunta

En medio de este perfil de la controversia política, cabe preguntarse si es auténtica la proclamada pretensión de Mauricio Macri, de poner fin a una sucesión de décadas caracterizadas por una gestión pública deficiente, cuando no viciosa, orientada a saciar intereses personales o de facción, y emprender nuevamente el camino de grandeza y desarrollo, que acometió la nación en la época de su nacimiento institucional. Si acaso es genuino su propósito de renunciar a esas apetencias subalternas, con el patriotismo que hoy parece una virtud ciudadana ignota, con el apego a la verdad, a la honestidad, a la fidelidad institucional y con la apertura del país hacia el resto del mundo. Si constituye un auténtico sentimiento, o sólo una invocación electoral.

Si se confronta ese designio con su condición de empresario joven, pudiente, y afortunado, con el esfuerzo gigantesco que supone encarar semejante tarea, inmolando inexcusablemente condiciones de comodidad y una vida sosegada en familia, parece evidenciarse, en principio, la veracidad de tal resolución.

Encanto y desencanto

Pero he aquí una aspiración o proyecto que supone encarar modificaciones tan trascendentes en el modo de entender la política y en el estilo de gobernar, que ello adquiere la categoría de empresa gigantesca, en la que ha de contarse con la adhesión y la participación de la mayoría de los ciudadanos. Parece sobrentendido en la repetida frase del presidente: "juntos podemos".

Pero esa adhesión, habrá de resultar entorpecida por dos fuerzas, que se resistirán o dudarán, al menos, para avenirse a participar en esa dificultosa y pesada carga, plagada de sacrificios y de expectativas de ilusoria verosimilitud. Los que fueron seducidos con prebendas y dádivas sin cargo ni contraprestación alguna, como gratuita recompensa al favor electoral, asumirán una negativa rotunda, fundamentada en la pérdida del privilegio de una vida regalada, repugnante al sacrificio. Por su parte, quienes secundaron con su voto la promesa de un cambio y el rechazo al autoritarismo y al escandaloso latrocinio de los bienes públicos, se han visto decepcionados en sus expectativas. Y por mérito de una endeble condición de la paciencia, por parte de un pueblo escarmentado por sinnúmero de promesas incumplidas, la convocatoria a un nuevo esfuerzo y a ofrendar su participación, en una empresa que parece ofrecer sólo la garantía de la esperanza, lo somete al dilema entre el temor al retroceso o a una nueva decepción.

De modo que, aún admitida la autenticidad del propósito que guía a Mauricio Macri, de devolver al país el esplendor que gozó en otros tiempos, es incuestionable el cúmulo de dificultades que habrá de sortear para que sea compartida su convicción de que "juntos sí se puede".

Macri y Maquiavelo

Ya lo afirmaba un conocedor eximio del mundo político, identificado con el sistema republicano, que escribió hace cinco siglos: "Debe tenerse en cuenta que no hay cosa más difícil de realizar, ni de más dudoso éxito, ni de mayor peligro para manejarla, que el ponerse al frente de grandes innovaciones, porque quien lo hace tiene por enemigos a quienes vivían bien bajo el orden anterior, y sólo encuentra tímidos defensores entre los favorecidos con el nuevo, timidez producida en parte por miedo a los adversarios, que tienen de su lado las antiguas leyes, y en parte por la incredulidad de los hombres, que no se convencen de que una cosa nueva es buena hasta que no se la demuestra la experiencia. De aquí procede que los adversarios de las innovaciones forman un partido para combatirlas en ocasión propicia, y los que las defienden lo hacen flojamente, de suerte que ambas partes de consuno las amenazan". (Nicolás Maquiavelo, en "El Príncipe", Capítulo VI)

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