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“Los fotógrafos nunca les gustamos al poder porque, con nuestro trabajo, los incomodamos”

Entrevista con Walter Astrada, reportero gráfico.
Domingo, 24 de febrero de 2019 00:35

Walter Astrada llegó en una motocicleta gigante que copó una vereda angosta de la calle San Juan, primera cuadra. Ese vehículo negro, ancho tiene el polvo de miles de kilómetros recorridos y lleva cientos de tarjetas de memoria llenas con fotografías que fueron iluminando el camino. 
Astrada es un porteño cuarentón. Más allá de su trayectoria y sus tres premios World Press Photo, tiene miles de experiencias y amigos que al fin lograron que visite Salta. Tras una charla y un taller, hubo tiempo para una entrevista con El Tribuno.

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Walter Astrada llegó en una motocicleta gigante que copó una vereda angosta de la calle San Juan, primera cuadra. Ese vehículo negro, ancho tiene el polvo de miles de kilómetros recorridos y lleva cientos de tarjetas de memoria llenas con fotografías que fueron iluminando el camino. 
Astrada es un porteño cuarentón. Más allá de su trayectoria y sus tres premios World Press Photo, tiene miles de experiencias y amigos que al fin lograron que visite Salta. Tras una charla y un taller, hubo tiempo para una entrevista con El Tribuno.

Los acontecimientos del miércoles, en Buenos Aires, donde reprimieron y detuvieron a dos fotógrafos hace que la pregunta obligada sea sobre esos sucesos...

Los fotógrafos nunca les gustamos al poder. Y en cierta forma eso está bien que sea así porque significa que, con nuestro trabajo, los incomodamos. Si sos amigo del poder ya estás complicado porque no estás haciendo tu trabajo. Como periodista es lo mismo. Eso trae riesgos, pero lo malo es que creo que estamos en un Estado completamente policial y entonces lo del miércoles más que una idea de castigo por la foto es una bajada de línea sobre lo que les va a pasar a los fotógrafos si siguen haciendo su trabajo; es un mensaje. No tiene ningún sentido encerrar a alguien porque hace cuatro fotos en la calle si no querés dar un mensaje. Es un mensaje medio mafioso.

Argentina es un país con una larga tradición de fotógrafos comprometidos, más en tiempos difíciles...
La historia argentina es muy densa. Los fotógrafos fueron documentando eso desde hace años. Hay un libro, una recopilación que se llama En Blanco y Negro, que es la historia argentina a partir del “Cordobazo”, a través de diferentes fotógrafos, que fueron juntando en el día a día, que no fueron publicadas en tiempos de la dictadura y que luego salió todo junto. La historia está fotografiada, el tema es que no es de un solo fotógrafo, sino que hay varios y son varios los momentos por lo que es muy difícil que un fotógrafo esté a lo largo de toda la historia.

¿Es por eso que se dice que hay que hacer un plus en el trabajo?
Yo creo que, si no, se pierde el porqué de este trabajo. El nuestro es tratar de fotografiar lo que el poder no quiere que todos vean. Estamos hablando de todas formas de poder: económico, político o religioso. Yo decidí ser fotógrafo por eso. Hasta hoy creo que es una herramienta muy potente; por eso también está la idea de controlar más.

¿Cuándo decidiste ser fotógrafo?
A los 13 años lo decidí, pero tenía que terminar el secundario si no mi viejo me rompía la cabeza. Cuando lo terminé, hice un curso en TEA y otro en ARGRA y luego de 6 meses obtuve una pasantía para trabajar en La Nación. Sin embargo yo seguía haciendo mi portfolio y seguía buscando trabajo en otro lado. Ahí trabajé dos años, pero en el diario no hacía lo que yo quería. En los diarios se hace lo que el diario necesita. Además era La Nación, aunque en esos tiempos había una línea pero no tan marcada. 

¿Y cuándo se te ocurrió la idea de dar vueltas por el mundo?

Ríe. En 2010, tenía unos 35 años y ya no estaba verde. Ya había trabajado en varios países, en varios trabajos, tenía un proyecto de violencia contra las mujeres; ya había contado un montón de historias. La idea fue la de tomarme unas vacaciones, porque trabajaba muchísimo. Yo estaba en Haití cubriendo la cuestión del cólera, las elecciones y el aniversario del terremoto. Y, para moverme, había un chico que me transportaba en una moto. Yo por las dudas le pedí que me enseñara, me dio un par de clases y descubrí un mundo nuevo.
Ese mismo día decidí hacer mi próximas vacaciones en moto. No tenía nada y entones comencé a armar todo. En el medio yo estaba concluyendo varios proyectos y no pude ponerme en serio con la moto, el carnet, casco y todo hasta 2012. 
Por falta de tiempo, pero aún no podía salir de Barcelona, que era donde vivía. Finalmente, concluyó todo en 2014 y me rompo los ligamentos. Me tuve que operar y tras la rehabilitación recién salí de mis vacaciones en 2015. 

¿Y hasta cuándo seguirá?

Hasta que la moto aguante. Hasta que me alcance el dinero, porque yo voy trabajando en el medio, me voy autogenerando.
Para eso sirve mi trabajo anterior. Al taller no viene gente por mi viaje sino por mis trabajos. Lo que ayuda a viajar es todo mi bagaje laboral anterior.

¿De qué se trata el taller?
Siempre donde me preguntaban cómo comenzar a realizar trabajos. Hace casi 10 años mientras trabajaba decidí que debía comenzar a dar charlas o enseñar lo que sabía. Una editora me dijo que era aún muy joven para dar clases, que aprovechara para trabajar y hacer docencia luego. Muchas veces los que dan clases no trabajan o no trabajaron. En periodismo lo mismo. Todo se queda en lo teórico y hay muy poca práctica. Entonces me parecía que si iba dando talleres mientras trabajaba podía ir dando la realidad que iba experimentando a los talleres en donde los voy dando. Ahora es eso. Ya no estoy tanto en el trabajo editorial pero voy haciendo un proyecto al mismo tiempo. También hay cosas del proceso actual que son buenas para compartir y otra cosa que incluyo es sobre lo que hay que tener para contar una historia. Va de todo un poco, como la vida misma. Por otro lado, y ante las complicaciones económicas actuales, entre todos se generan un ida y vuelta de acciones. En Argentina siempre con precios populares porque sé que la situación está muy complicada.

¿Se incluye su trabajo sobre violencia contra las mujeres?
El taller está basado en ese proyecto. Muchas cosas salen de ahí.

Es una problemática transversal...
Está presente en muchas cosas, en el día a día. Hay en todos los países. Se puede hacer en todo el mundo. En un momento decidí parar porque consideré que con lo que tenía ya era suficiente para mostrar. El taller genera eso de sacar lo que estaba oculto. Ahora quizás menos porque desde hace unos cinco años se hizo mucho más visible. Hoy el tema sale siempre. 

Pero no es fácil contar historias que van hasta lo más íntimo...
Lo que hago hincapié siempre es que para hacer un buen proyecto se necesita tiempo. Tiempo para que la gente se afloje, se relaje y te dé acceso. Estás pidiéndole a alguien que sufrió violaciones, golpes, maltratos durante años, que de pronto te cuente su vida. Si lo hacés apurado no tiene sentido. En Noruega, que es mucho más cerrado, yo me juntaba con mujeres que aceptaban ser entrevistadas, hablaban un día, quedábamos otro día, otro día y tal vez a los 5 días, si está todos bien hacíamos la foto. No es en el mismo momento todo. 

El trabajo es más producción... 
Es que para mí hacer fotos es lo más fácil. Estás en frente de algo y hacés la foto. A eso cualquiera lo puede hacer. Lo complicado es tener la paciencia, la perseverancia para que las personas te dejen entrar en su vida, te la cuenten y encima que te dejen fotografiarla. Imposible hacer esos temas en dos minutos. En otro taller en donde editamos proyectos vienen fotógrafos con trabajos realizados en un día y ahí empezamos de 0. Un proyecto no son 4 fotos. Es un desarrollo y no se hace en un día. Hasta los proyectos de conflictos sociales se hacen en un día, puede haber un hecho un día, pero no deja de ser un hecho aislado.

Volvemos entonces al tema de la represión del miércoles...
Sí, es un hecho puntual pero tiene un desarrollo. Si vas para atrás llegás hasta las últimas elecciones.

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