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Femicidios y feminicidios

Viernes, 08 de marzo de 2019 00:00

La lucha por la igualdad de género posee una larga historia de conquistas, desde las sufragistas hasta la literatura escrita por mujeres, la realidad del voto femenino, los justos reclamos de trabajadoras y obreras, y no pocas veces la respuesta cruel y represora de una sociedad patriarcal de rígidas jerarquías.

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La lucha por la igualdad de género posee una larga historia de conquistas, desde las sufragistas hasta la literatura escrita por mujeres, la realidad del voto femenino, los justos reclamos de trabajadoras y obreras, y no pocas veces la respuesta cruel y represora de una sociedad patriarcal de rígidas jerarquías.

En 2011 la República Argentina y Francia se vieron conmovidas por el asesinato de dos turistas francesas: Cassandre Bouvier, de 29 años, y Houria Moumni, de 22, ambas universitarias, desaparecidas y halladas al cabo de dos semanas en el lugar llamado El Mirador, en la Quebrada de San Lorenzo, villa veraniega situada a unos 10 kilómetros de nuestra ciudad de Salta. Las víctimas habían sido golpeadas, violadas y finalmente baleadas con armas calibre 22.

El odio

El ensañamiento feroz con los cuerpos de las jóvenes turistas muestra las características que lo definen como una forma de crimen "exclusivamente" dirigido hacia las mujeres, de odio contra la mujer, a la que se sitúa en el lugar de objeto, un lugar inhumano.

En este caso puntual, ese lugar de "cosa" se configura por la coincidencia de factores sociales, culturales e ideológicos de gran contenido machista, violencia de género y misoginia, en consonancia con un marco de impunidad e indiferencia del Estado. No se trata de un "femicidio" en el que un hombre mata a una mujer por celos, odio o pasión, sino algo que denuncia un entramado de prácticas antropológicas y sociales complejas, un acto que, unido a caracteres psíquicos y patológicos específicos, arroja esta clase de horrores: los feminicidios.

De este modo, puede diferenciarse femicidio de feminicidio, términos que aparecen como sinónimo pero que estrictamente no lo son.

Las antropólogas y teóricas de género Marcela Lagard y Rita Segato han señalado que el feminicidio es la denominación más adecuada para señalar los crímenes sistémicos que tienen que ver con el exterminio o genocidio de mujeres. Esta no es una cuestión meramente léxica sino que implica una diferencia de conceptos y referentes.

En el caso que nos ocupa, puede y debe hablarse de feminicidio, con todos los ingredientes de estos hechos aberrantes, hechos de profundas connotaciones sociales, culturales, ideológicas e institucionales.

Los asesinos de Cassandre y Houria no pueden compararse al celoso Otelo, perdidamente enamorado de Desdémona, ni a los protagonistas de algunas letras de canciones populares como "La López Pereyra", donde la voz poética (el femicida) evoca a la amada muerta desde la culpa. El temible Barba Azul del cuento infantil recogido y reelaborado por Charles Perrault muestra el accionar excepcional y sádico cuando no psicótico de un hombre impune por el poder que otorga la riqueza y la prosapia.

El ataque, el ultraje y luego la muerte a la que fueron sometidas las turistas francesas está más cerca del comportamiento de los vengativos y sanguinarios aqueos que después de sitiar e invadir Troya raptaron, violaron y mataron a sus mujeres, o a los feminicidios en masa en ciertas comunidades hispanoamericanas como Ciudad Juárez, o de tribus rivales y enemigas.

Mía, o de nadie

Un entorno social y político contextualiza este crimen. Por eso es preferible hablar de feminicidio y no de femicidio.

Al respecto, dice el escritor y psicoanalista Antonio Ramón Gutiérrez: "Serás mía o serás de nadie", es común que digan los hombres violentos a sus novias o esposas un tiempo antes de cometer el femicidio. "Serás mía o serás de nadie", como si acaso fuera posible poseer a una mujer o que una mujer pudiera ser realmente de alguien.

Nunca lo será, no obstante las promesas actuales de posesión. Pueden existir sí muchas relaciones sexuales, encuentros y desencuentros amorosos, vínculos más estables o menos estables, pero, como dice el psicoanalista Jacques Lacan: "no hay relación sexual", es decir, correspondencia absoluta entre los sexos, equivalencia, posesión del otro. La no aceptación, por parte del hombre, del hecho de que "no hay relación sexual" (aunque pueda haber muchas relaciones sexuales), suele terminar hoy en el asesinato.

Lo que está en el horizonte no son los ideales ni las representaciones psíquicas del objeto, sino la relación directa, no mediatizada con ese objeto que debe ser poseído a cualquier precio, irrestrictamente y sin pérdida alguna. Dicho en palabras más sencillas: existe ahora una cierta imposibilidad para representarnos las cosas, cierta dificultad para utilizar la dimensión metafórica del lenguaje y crear una historia, un relato, una fantasía que nos permita hacer más soportable la frustración y tolerar la pérdida.

Además, hay violencia ahí donde la palabra pierde su eficacia y lo simbólico fracasa en su función de mediación y pacificación.

Da la impresión de que el lenguaje comenzara a perder su dimensión metafórica y deviniera hoy en un mero sistema de signos iconográficos que se utilizan para señalar las cosas circundantes, a la manera de los íconos de las computadoras, sin un valor de representación.

El aumento exponencial de la violencia es, en definitiva, consustancial a la declinación de la función pacificadora de la palabra y a la dificultad actual para el alojamiento del sujeto en el Otro.

La intrusa

En el cuento "La intrusa" de Jorge Luis Borges (El informe de Brodie, 1970), el crimen de la pobre y degradada Juliana Burgos, a quien los hermanos Nilsen, criollos en cuya sangre perviven "Dinamarca e Irlanda, de las que nunca oirían hablar", habían rescatado del prostíbulo, es la salida al conflicto y rivalidad que se plantea entre los dos gauchos, que se disputan la posesión del cuerpo de la mujer.

La “solución” monstruosa al enfrentamiento de los Nilsen consiste en exterminar a “la intrusa”, la mujer-objeto, devenida en obstáculo de la fraternidad masculina, del acuerdo viril. Rivales en la pasión, los hermanos coinciden en llevar adelante el horrendo crimen de la triste Juliana Burgos. Uno de ellos la mata y el otro se convierte en consciente cómplice. En una descripción y parlamento de una concisión arrolladora y dramática, que solamente pueden ser producidos por la alta y precisa escritura de Borges, dice el narrador:
“Orillaron el pajonal. Cristián tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro:
A trabajar, hermano. Después nos ayudarán los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus pilchas. Ya no hará más perjuicios.”
Como Juliana Burgos, en los cuentos borgeanos, aparecen otras mujeres- objeto como la Lujanera en “Hombre de la esquina rosada” e “Historia de Rosendo Juárez”, sujetos femeninos puestos al nivel del caballo y el apero en “El muerto”, de cautivas sin nombre como en “La noche de los dones”, o pago y ofrenda en un medio casi bárbaro como en “El evangelio según Marcos”, textualización de las cautivas de la literatura gauchesca y de las “minas” codiciadas por los guapos y orilleros en una sociedad machista. Mujeres a menudo sin nombre, humilladas y maltratadas, trofeos del coraje viril y los hábiles puñales.
En una sociedad regida aún por las relaciones amo-esclavo, de niños y criados, pareciera ser que el crimen de las turistas francesas en San Lorenzo, viene a refrendar la constitución del feminicidio en su forma más acabada y brutal. 

 

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