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“El nuestro es un país exótico; si seguimos así, seremos un país sin porvenir”

Lunes, 20 de mayo de 2019 02:37

La “grieta” es la polarización, agónica, entre posiciones políticas instalada en la Argentina. Su origen puede rastrearse en la implosión de los partidos políticos en 2001 a la que siguió la estrategia maniquea de Néstor Kirchner. El macrismo no deja de ser el resultado de esa conmoción política. El profesor Jorge Ossona, docente de Historia Económica y Social de la Universidad de Buenos Aires y un investigador de la realidad social del Conurbano, advierte sobre una reconfiguración social que se desarrolla, en forma traumática, desde hace décadas, al ritmo del retroceso económico, el déficit fiscal y la omnipresencia de la inflación.

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La “grieta” es la polarización, agónica, entre posiciones políticas instalada en la Argentina. Su origen puede rastrearse en la implosión de los partidos políticos en 2001 a la que siguió la estrategia maniquea de Néstor Kirchner. El macrismo no deja de ser el resultado de esa conmoción política. El profesor Jorge Ossona, docente de Historia Económica y Social de la Universidad de Buenos Aires y un investigador de la realidad social del Conurbano, advierte sobre una reconfiguración social que se desarrolla, en forma traumática, desde hace décadas, al ritmo del retroceso económico, el déficit fiscal y la omnipresencia de la inflación.

¿Cómo interpreta usted la muy mencionada “grieta?
La grieta es el producto oportunista de esa versión tan particular y de última generación del peronismo que es el kirchnerismo. El maniqueísmo es, por lo demás, un componente por antonomasia de los fenómenos autoritarios como el fascismo, el castrismo, el chavismo y la izquierda autoritaria en general.

¿Cómo se gestó?
Kirchner fue un político muy atento al estallido de las fuerzas tradicionales tras la crisis de 2001. Durante la década precedente la izquierda populista venía enhebrando un relato que asociaba la lucha por los derechos humanos con aquella en contra del denominado neoliberalismo. Según esa narrativa, y a la manera de un paradigma maléfico, este había dominado a la política económica de los sucesivos gobiernos sin solución de continuidad desde 1976. Kirchner advirtió que ese texto le había resultado didácticamente muy útil a la izquierda populista para explicar el desenlace de 2001. No era de todos modos su convicción ideológica profunda, salvo cierta militancia juvenil, como lo prueba que en los 90 él había sido uno de los más fieles adherente a la política de Domingo Cavallo.

En algunas ocasiones, usted ha otorgado un sitio muy especial a la crisis con el campo, en 2008.
Allí entra en escena un sector que ellos desconocían, un nuevo campo producto de la revolución tecnológica comenzada a principios de 60 y consolidada en los 90, que sepultó a los viejos actores de los ciclos rurales; quedaron sepultados aunque no la memoria atizada en vastos sectores de la sociedad como mito. Los sorprende porque tanto los políticos como los intelectuales del kirchnerismo intentaron interpretarlo en línea con lo anterior: el neoliberalismo era la ideología de la vieja oligarquía y de los nuevos poderes económicos concentrados y globalizados. Y consiguientemente la resistencia social a la resolución 125 no era sino un golpe oligárquico y neoliberal que sustituía a los tanques por las cosechadoras. Su origen en una lejana petroprovincia influyó bastante en esta percepción. Ahí también comienzan los ataques al periodismo profesional imputado de darle excesiva cobertura a la rebelión. Un enemigo que resulto perfecto para alentar a las militancias radicalizadas por su visibilidad y para lo que se contaba con el perimido arsenal ideológico del marxismo de la escuela de Frankfurt. Toda esta condensación empezó a visibilizarse durante los Festejos del Bicentenario y luego durante las exequias del propio Kirchner.

¿Por qué los sorprendió la reacción frente a la imposición de nuevas retenciones?
La resolución 125 precipitó a las rutas a ese nuevo mundo rural en las cuencas agrarias de la Pampa Húmeda e incluso de sus enclaves en el interior. Ni más ni menos que los hijos de una nueva etapa tecnológica, que nada tenían que ver con los “terratenientes” de la literatura clásica. Cristina, una gran comunicadora, terminó de darle forma a “la grieta” entre otras cosas porque a diferencia de su esposo se convenció de su propio relato convirtiéndose en su profeta: están “ellos” (los ricos, los neoliberales, los capitalistas) y “nosotros”, el pueblo. O más bien su representación kirchnerista; la nueva vanguardia del movimiento nacional. Su virulencia ideológica prendió menos en la nueva pobreza que en fragmentos de las clases medias progresistas; sobre todo en sus hijos que a veces convencieron a sus padres. Un fenómeno sociológico que aguarda ser estudiado y que también se asocia por diversos vasos comunicantes con la ruptura de 2001.

Hay otras grietas.
Sin duda la social, que es la más dramática.

Y sorprende la poca relevancia, casi la indiferencia del discurso público frente a los informes coincidentes sobre el deterioro social y laboral de cuatro décadas.
El proceso de deterioro no fue continuo. Arranca desde el último proyecto de desarrollo más o menos coherente esbozado por el Perón de los 50 al que le terminó de dar forma Frondizi y que apuntaba a una modernización profunda del país. Y, en su último tramo hacia fines de los 60 apostaba a superar la política de sustitución de exportaciones por una apertura económica progresiva al mundo. Pero esa discusión quedo truca por las pasiones políticas de los 70.

¿Y cómo se observa ese proceso?
Hubo desde entonces momentos de recuperación sucedidos por caídas brutales; como el Plan Austral, al que luego siguió la hiperinflación; la convertibilidad, que sufrió un cimbronazo con el efecto Tequila, luego se recuperó hasta la recesión de 1998 y devaluación del Real en 1999, culminación de una serie de crisis imprevistas de los nuevos emergentes, entre los que nos contábamos. Después del 2001, el crecimiento de la primera década con sus precios extraordinarios de la soja, que se estancaron abruptamente hacia sus postrimerías. Durante todo este proceso socioeconómico hubo gente que se cayó del mapa y algunos que lograron sobrevivir e incluso ascender. Pero son más los que se cayeron.

Es decir, se insinúa una reconfiguración social.
Hay una enorme heterogeneidad entre quienes lo lograron aun en las clases trabajadoras preservarse y aun recuperar posiciones perdidas y los que descendieron. Minorías a la que, insisto, hay que prestarle atención. Durante la recuperación de los 2000, por caso, emerge una suerte de clase media baja que logra reformalizarse, mejorar y que fue desarrollando una actitud cultural meritocrática distante respecto del asistencialismo de supervivencia de la nueva pobreza circundante. Este fenómeno, que ha sido estudiado por investigadores como Juan Carlos Torre y Rodrigo Zarazaga, ha generado una ruptura en las bases sociales del peronismo y plantea el interrogante sobre si desde los años 10 no estará atravesando con retraso un proceso subrepticio análogo al de otras colectividades políticas. Da la impresión de que se fue abriendo una grieta sociológica, profunda, que se dirime precisamente entre dos peronismos: el de la “pampa gringa” y sus extensiones modernas en el interior, y el de la pobreza concentrada y profunda de los conurbanos sobe todo el bonaerense postindustrial- donde campea el kirchnerismo merced a sus políticas asistenciales perfeccionadas. 

¿La frustración no ha creado escepticismo con respecto a las instituciones y en la racionalidad moderna? Hay una especie de sincretismo histórico en las posiciones de la militancia progresista...
De nuevo, volvamos al conflicto con el campo como referencia de un giro drástico del kirchnerismo. A las banderas del progresismo populista oportunamente agitadas para explicar el cataclismo social les sumaron las del viejo revisionismo histórico. Una melange en la que sus audaces intelectuales alinearon antojadizamente Moreno, Belgrano, Dorrego, Rosas, Yrigoyen, Perón, Kirchner. Un discurso que conjugaba al antiimperialismo de los 60 y los 70 con el indigenismo, el pobrismo, el feminismo y las minorías sexuales y la denuncia a los medios y al capitalismo global. Todo precipito en un relato no precisamente corroborado por el estilo de vida y el consumo ostentoso de sus referentes empezando por la familia de su jefa. Un folclore discursivo bastante a la medida del cinismo de nuestras clases dirigentes contemporáneas.

Daría la impresión de que la idea de Nación y la idea de izquierda están en crisis, como lo están los partidos políticos. ¿Cómo se puede estar, sucesivamente, con Menem y con Kirchner?
Esa es otra discusión, que atiende a la naturaleza básica del peronismo que al decir de Luis A. Romero, “es siempre el mismo y siempre diferente a la vez”. Ahí conviven Firmenich, como López Rega, Menem, Duhalde y Kirchner cuyo común denominador es su concepción del mando la “conducción” que mucho abreva en sus orígenes militares, una vaga idea corporativa de sociedad de inspiración clerical, y la romántica y autoritaria unidad espiritual del pueblo.

La grieta enfrenta la antinomia donde Macri encarna todo lo contrario del kirchnerismo. ¿Ve posible un avance hacia un capitalismo moderno?
Macri también es un precipitado de fenómenos abiertos con la crisis del 2001. Capitalizo en favor de PRO y, luego, de Cambiemos la detonación de las fuerzas tradicionales. El interrogante a dilucidar es si estamos ante la génesis de una nueva expresión política o en medio de un tránsito más fluido de identidades que superaran al propio macrismo y al propio peronismo en los próximos años. Reflejos de movimientos telúricos que se están sustanciando en las profundidades de una sociedad que muta a un ritmo tan vertiginoso como resbaladizo para la mirada del cientista social.

¿Transiciones y nuevos sincretismos?
Macri, el macrismo y Cambiemos, es la síntesis de varias cosas. Un partido con perfil liberal, pero distinto a liberalismo estrechamente de mercado tradicional; con vocación de poder, que gana apoyos inesperados de sectores progresistas no populistas y peronistas. en su interior campea la heterogeneidad: no son, por caso, lo mismo Macri que María Eugenia Vidal. Me cuesta ubicarlo a Macri. Lo que está claro es que el suyo es el gobierno que trasplantó CEOS al estado que, a su vez, no son lo mismo que los empresarios...
 

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