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Borges y la feminidad

Domingo, 25 de agosto de 2019 00:00

En los textos borgeanos puede rastrearse cierta disposición masculina respecto del erotismo y la sexualidad que Freud analiza en escritos donde señala las razones por las cuales los hombres se sienten atraídos por mujeres comprometidas y a menudo de dudosa moral, mientras que no experimentan la misma seducción ante mujeres demasiado virtuosas.

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En los textos borgeanos puede rastrearse cierta disposición masculina respecto del erotismo y la sexualidad que Freud analiza en escritos donde señala las razones por las cuales los hombres se sienten atraídos por mujeres comprometidas y a menudo de dudosa moral, mientras que no experimentan la misma seducción ante mujeres demasiado virtuosas.

La mujer virtuosa evoca la figura materna, ya que reúne las notas necesarias de buena madre y esposa, por lo que el erotismo poco se enciende ante esa perspectiva o, si así ocurre, surge la censura culposa. En cambio, la mujer de conducta ligera provoca la pasión, precisamente por aquello de que "se ama donde no se desea y se desea donde no se ama".

La mujer idealizada

En "El Aleph", el narrador-personaje (Borges) encuentra el verdadero rostro de Beatriz, no en el Paraíso Terrenal como en el caso de Dante que contempla las luces divinas en el semblante de Beatriz Portinari, sino en el espacio inexplicable del Aleph (la totalidad) en el sótano de una vieja casa de Buenos Aires, y descubre la obscena realidad de lo que fue-y es Beatriz Viterbo, Beatriz Elena Viterbo: sus desdenes, egoísmos, perversiones y deslealtades. Pareciera que solamente en la muerte se contempla íntegramente al "otro", siempre evanescente, siempre en huida, siempre disimulado detrás del ropaje y de ese ropaje terrible que los existencialistas han señalado: el ropaje del cuerpo. De este modo, la mujer idealizada, angelical y sublime, encuentra su dimensión humana y mortal en la mágica visión del Aleph.

Rutinario y obsesivo, el Borges personaje y narrador, ha rehuido durante toda su vida aquello que lo aterra: la relación sexual. Ha dedicado su vida a la devoción por una Beatriz que no conocía y que solamente conocerá en la muerte, lo que implica otro imposible, el imposible que para Borges (en la ficción y en su poética) es el lenguaje.

También en "El Zahir" (El Aleph, 1949), el narrador borgeano (mixtura entre el Borges de carne y hueso y el Borges ficcional) evoca la feminidad siempre evanescente en una figura contradictoria y amada, inasible a los ojos masculinos, cuyos rasgos nos recuerdan a la triste Beatriz Viterbo: Teodelina Villar, descendiente de viejas y acomodadas familias. Teodelina ejercitaba todas las metamorfosis posibles para "huir de sí misma", insatisfecha criatura como Emma Bovary, "buscaba lo absoluto como Flaubert, pero lo absoluto en lo momentáneo" (1996:83), dice el narrador-Borges, alternaba su vida de modelo en revistas y avisos publicitarios que su padre tuvo que aceptar a causa de la ruina familiar, con la arrogancia de un pasado de esplendores y juventud (en pocas líneas Borges alude al tema clásico "vanidad de vanidades" del Eclesiastés que recreará Jorge Manrique en las celebérrimas coplas). La alusión a Flaubert y por extensión a Madame Bovary, muestra la angustia y la desazón de la histérica, encarnada en Teodelina Villar, víctima de su confusión, condenada a sufrir por un deseo acuciante que la ahoga y destruye lo que la rodea en una carrera sin tregua, en un teatro que le consume la vida misma, deseosa de saber lo que los demás no saben, deseosa de preguntar, deseosa de destituir a los amos, demandante de amor.

Teodelina Villar, condicionada por la trágica decadencia de su familia, "cometió el solecismo de morir en pleno Barrio Sur" (1996:84), dejando detrás de sí el recuerdo de la elegancia, la soberbia y el dinero, dilapidados y perdidos en una vida de apariencias y frivolidades que termina, inexorablemente, en amargura. Borges - narrador confiesa que estuvo enamorado de esa mujer, movido por esa rara pasión argentina: el snobismo.

En El hacedor (1960), hay un breve relato con nombre de mujer, nombre y apellido: "Delia Elena San Marco", donde se repite el narrador borgeano. Esta vez, el diálogo y la sugerida relación amorosa, se interrumpe por la muerte y una calle tumultuosa de Buenos Aires, se convierte en el triste Aqueronte que separará la ribera de la vida de la ribera de la muerte. Delia Elena San Marco, nombre que evoca explícitamente a Beatriz Elena Viterbo, constituye con ésta, un paralelo que puede enunciarse así: Beatriz Elena Viterbo / Delia Elena San Marco.

Beatriz - Delia son las dos muertas amadas por Borges, parecen ser en realidad una sola, interceptadas por esa Elena, poética, terrenal y celeste, mujeres perdidas y halladas, una, en la magia imposible de describir y narrar del Aleph, la otra, en la esperanza de la eternidad de las almas, en la platónica vida del espíritu, liberado para siempre de la carne.

En "La sonrisa de Beatriz", en Nueve ensayos dantescos (1982), Borges afirma la condición angélica de ciertas mujeres, motivadoras de las grandes empresas que los hombres llevan adelante, mujeres divinizadas, intermediarias entre lo humano y lo divino, constituidas y concebidas a imagen de la Virgen María, cuya mirada, sonrisa, bondad y gentileza elevan el alma hacia lo absoluto.

Esa mujer idealizada, pura, es la dama inmarcesible del "dolce stil nuovo" italiano, molde retórico y filosófico en el que Dante vierte su Vita Nuova. Mujer - ángel, Beatriz es quien guiará al poeta en el Paraíso Terrestre y en los nueve cielos. La más alta poesía de occidente va de la mano de esta mujer.

Entre las mujeres idealizadas, el escritor no solo situará las figuras veneradas de su madre, Leonor Acevedo de Borges y sus abuelas (por el lado materno, la abuela heredera de viejas familias patricias, Leonor Suárez y por el lado paterno, la inglesa Fanny Haslam que tanto influyera en su formación), sino también la de la hermana Norah Borges y las amigas intelectuales y de alta posición social que siempre lo rodearon como lo muestra el poema “Elvira de Alvear” de El hacedor (1960).

La mujer idealizada, en la literatura argentina, también ha sido descripta por un escritor de la misma generación de Borges: Leopoldo Marechal, quien en su “Cuaderno de tapas azules” de Adán Buenosayres (1948) describe la búsqueda de una mujer celeste, intermediaria con el mundo platónico. 

La mujer degradada

La contracara de las mujeres idealizadas aparece en la escritura borgeana a través de unívocos y contundentes trazos en cuentos como “Hombre de la esquina rosada” (Historia universal de la infamia, 1935), “El muerto” (El Aleph, 1949), “La intrusa”, “Historia de Rosendo Juárez”, “El otro duelo”, “El evangelio según Marcos” (El informe de Brodie, 1970) y “La noche de los dones”(El libro de arena, 1975), donde la mujer se convierte en botín de guerra, en mero objeto de placer, en instrumento de cambio. En “El muerto”, Otálora usurpa el lugar del otro, porque la mujer como el apero y el caballo son propiedad del otro. Mujeres del arrabal, trofeos del coraje, como la Lujanera y la Casilda en “Hombre de la esquina rosada” e “Historia de Rosendo Juárez”, sometidas a la triste condición de esclavas del placer masculino como la infeliz Juliana Burgos de “La intrusa”, sacrificada en aras de la amistad y fraternidad viril o la cautiva de “La noche de los dones”, donde un jovencito encuentra las claves del amor y la violencia en un prostíbulo demasiado renombrado porque un cuchillero célebre lo hizo famoso.

Estas mujeres se ubican en el lugar del inferior, del que no comprende, del que debe obediencia o servicio, lugar sin derechos y sin palabra, mujer-objeto de la rivalidad bárbara, del odio ciego de dos hombres, como la Serviliana en “El otro duelo”. En “El evangelio según Marcos”, la joven, hija y hermana de los taciturnos Gutres, gauchos troperos, descendientes de escoceses mezclados con indios y que habían perdido la lengua de sus antepasados y aun el castellano, pues casi no hablaban, le ofrece al forastero, al hombre culto de la ciudad, su virginidad, en una ceremonia de silencio y estupor. Degradadas y cosificadas, estas figuras femeninas representan la antítesis de las damas idealizadas; son pobres e ignorantes, mestizas o indias, hundidas en la chatura y la crueldad de la llanura o del suburbio. El amor está ausente: “Un hombre que piensa más de cinco minutos seguidos en una mujer no es un hombre sino un marica” (1998: 36), leemos en “Historia de Rosendo Juárez”. Sin embargo, solamente con una mujer degradada es posible el encuentro sexual, de lo contrario, ese acto se suspende en la retórica y el rito del amor cortés, atajo para retardar o evitar la cópula, como en “El Zahir” o en “El Aleph”, donde la muerte viene a cumplir su función de barrera, de impedimento total para la relación carnal, coartada de la doble elección de objeto en el hombre.

La excepción: Emma Zunz

En el universo de la ficción borgeana, hay un personaje femenino especial, capaz de venganza y crimen, Emma Zunz, en el cuento homónimo. Emma es una joven judía, cerebral y fría y que lleva adelante una trama que tiene que ver con el tabú de la virginidad, es hija de inmigrantes, es una obrera, es moderna, representa a una clase nueva en la Argentina. Emma Zunz no encaja en los modelos tradicionales, es una verdadera protagonista de novela, conflictiva y compleja.

Emma Zunz urde su venganza con una inteligencia que asombra por su poder de cálculo. Su fragilidad femenina solo puede esgrimir un arma: el arma de la venganza por la muerte del padre y en este punto, se encuentra el fantasma del amor del padre y la madre, del terror a “eso “que su padre le ha hecho a su madre. Por los oscuros pasadizos del deseo, Emma venga algo de la feminidad ultrajada en el acto sexual. Venga a las mujeres y a su madre. Se venga ella misma del abandono del padre, de su amor desmedido hacia él que le impone una culpa y un resarcimiento. Parricidio y Edipo enlazados en lo que Freud llama el “tabú de la virginidad”, virginidad que Emma ofrenda en un acto de venganza suprema.

¿Cómo surge este personaje entonces entre los previsibles y arquetípicos personajes borgeanos? Borges confiesa que el “argumento espléndido” de ese cuento y por lo tanto la profunda psicología de lo femenino le fue dado por una mujer, Cecilia Ingenieros, explicando de algún modo la excepcionalidad de Emma en el entramado de su escritura y sus fantasmas.

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