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Andrés Muschietti: “Siempre quise generar historias y lograr asustarme a mí mismo”

“IT Capítulo Dos” se estrena hoy en todos los cines del país. Se trata de la secuela del director argentino Andrés Muschietti, que fue suceso de público a nivel mundial en 2017, aclamada por las críticas y que se convirtió en la película de terror más taquillera de la historia. 
Jueves, 05 de septiembre de 2019 09:31

 

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Marina Cavalletti 
El Tribuno



El miedo se renueva y se intensifica, generando expectativas en los cultores del género. En ese contexto, dialogamos con Muschietti sobre un film que sorprenderá a todos.
¿Qué implicó para vos hacer esta secuela, en comparación con la primera película?
Nunca lo pensé como una secuela, sino más bien como una segunda parte. En el libro también son dos partes y están muy relacionadas intrínsecamente y no hay una parte sin la otra. Son dos miradas de los mismos eventos, la misma historia desde dos puntos distintos. Y es curioso cómo la vida real está muy relacionada con esas dos etapas, porque yo leí el libro cuando tenía casi la misma edad que los pibes, y te relacionás con eventos, emociones y personajes de una manera distinta a la que te relacionás cuando tenés cuarenta años. Lo volví a leer a los cuarenta cuando empezamos a encarar IT y claro, mi memoria me decía ciertas cosas, con emociones, pero de una manera completamente distinta. Con la experiencia de vida tiene un sentido un poco más profundo.
Entendés mucho mejor el libro y finalmente te das cuenta de que es una carta de amor a la infancia que habla de la necesidad de mantener vivo a ese niño que alguna vez fuiste. Es una historia fascinante. Pero claro, cuando tenés 14 no te interesa como cuando tenés 40.
En cuanto al elenco, ¿leer el libro era una condición para el papel?
No era una condición, aunque todos se lo tomaron muy en serio y lo leyeron. James McAvoy sobre todo, que lo había leído de chico. Jessica Chastain lo leyó después de haber visto la primera película. Tengo una muy buena relación con James Ransone, que interpreta a Eddie, que creo que es el caso que tiene más similitud con su versión de niño no solo físicamente, sino que además tiene una energía, una mente y una manera de comportarse que son como la misma persona. El mismo nivel de neurosis, piensan y hablan muy rápido, son muy inteligentes e hiperactivos, y esa ansiedad que hace que necesiten relajarse. Para mí fue indiscutible. A James lo conocía porque tenemos una amiga en común, y cuando fui a una fiesta y lo vi siendo el centro de atención en un sillón, no tuve dudas. Podría estar hablando todo el día de él, es un libro abierto, pasó por muchas cosas, tiene un pasado de adicción del que se recuperó porque hace ya quince años que está sobrio y sabe mucho de personajes rotos, así que fue casi una especie de terapeuta.
¿Qué te parece que perfeccionaste como director?
En el capítulo uno yo estaba en medio de un proceso. Para comparártelo, “Mamá” fue mi primera película, y yo siempre dibujé storyboards y me ganaba la vida así, aparte de hacer cortos y demás. Entonces, iba al set con todos los dibujitos hechos la noche anterior y hacía todo lo que podía antes de filmar, pero la verdad es que es imposible dibujarte toda la película. Pero cada noche, antes de ir al set, dibujaba la escena y era muy importante que los planos fueran esos y que los actores hagan exactamente lo que estaba dibujado. Y ahí hay fricciones, porque los actores no quieren sentirse marionetas, y eso pasa cuando tenés una visión muy fuerte. Como sucede con Hitchcock, que es un poco el paradigma de un director al que no le importa lo que los actores piensan, aunque tuvo problemas con eso.
La verdad es que tenés que estar atento, ese es el crecimiento. Hoy en día todavía llego al set con mis storyboards dibujados plano a plano, pero con la diferencia de que estoy abierto a los cambios, que en la primera vez no pasaba. No es que estoy abierto a cualquier cosa, estoy abierto a ver lo que pasa, y si lo que pasa mejora la escena de alguna manera o viene un actor y me dice “estuve pensando y la verdad es que mi personaje no se tomaría un whisky en este momento”, le presto atención. Definitivamente estoy más abierto a modificaciones de la geografía, que es lo contrario a Hitchcock en realidad.
¿Cuál fue la influencia de Stephen King?
Con todo el respeto del mundo y con todo lo que lo admiro, uno para dirigir tiene que volcar su visión. Mi adaptación es una visión interna que no está construida ni por las expectativas del público ni por lo que te dice el escritor. El estudio te da esa oportunidad solo porque tenés una experiencia y una visión emocional. Así que King sabe muy bien y conoce muy bien eso. No es lo mismo que cuando fue “El resplandor” y él estaba indignado porque decía que le habían hecho mierda la obra. Estos 30 años que pasaron le hicieron entender que la adaptación es otra cosa.
¿En qué momento de tu vida te diste cuenta de que podías asustar a la gente?
En realidad nunca pensé en eso, siempre quise asustarme a mí mismo, como cuando hice “Mamá”. Mientras estaba en la escuela de cine hice un par de cortos de miedo, pero no pensaba tanto en la audiencia, quería más que nada asustarme a mí, lo cual es imposible. Porque lo primero que se te viene a la mente te puede asustar, pero después en la producción el proceso está fragmentado. En el proceso de “Mamá” yo estaba pensando en algo que me diera impacto, pero es la gente la que no sabe lo que va a pasar. Como cuando ella está en el fondo del pasillo y de repente se acerca a gran velocidad, lo ves en la reacción de la gente.
Bueno, y se refleja en el récord histórico en la primera parte de IT... ¿Eso fue sorpresivo también?
No teníamos ni la intención. Me daba un poco de vergüenza incluso cuando empezamos a sumar números y a compararla con “El Exorcista”.
¿Generó presión hacer una segunda parte que tuviera el mismo éxito?
No, cero, la verdad que ninguna presión. De nuevo, la presión era conmigo mismo para ver hasta dónde podía llegar con la calidad de la película.
¿Quedaron muchas cosas fuera?
Nada esencial. El guión es de 160 páginas, la película terminó durando cuatro horas en el primer corte y de ahí empezó el refinamiento. Ahí es cuando me di cuenta de que la película mejoraba y mejoraba como experiencia. ¿Por qué no sacamos esta escena y esta?”. Le dije que no, pero le propuse ir sacando un minuto de acá, uno de allá, un segundo de ahí. Con todos esos cortos chiquititos, la película se redujo siete minutos y nadie se dio cuenta. Ni yo.

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