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El cementerio de Cerrillos, entre  el cólera y el coronavirus

En el siglo XIX, la epidemia de cólera puso en crisis al primer cementerio del pueblo. Ahora se repite la historia. 
Domingo, 25 de octubre de 2020 02:20

Cuando a fines del siglo XIX se produjo en Salta la epidemia de cólera, en Cerrillos, don Serapio Gallegos, párroco e intendente (era un cargo equivalente), tomó una drástica medida: clausuró el primer cementerio y erigió otro lejos del poblado, en la falda de uno de los cerros aledaños. Según una tradición oral del pueblo, el predio donde Gallegos levantó el nuevo cementerio fue donado por la familia Velarde, uno de cuyos miembros, Julio, llegó a ser intendente de la localidad.
El hecho es que la primitiva y pequeña necrópolis, al momento de su clausura, ya tenía unos cien años. Ocupaba la parte posterior del oratorio de San José, a un costado de la casona de don José Iradis, donante de todas esas tierras y promotor de la creación del pueblo.
Pero Serapio Gallegos, antes de disponer la clausura del primitivo cementerio, tomó las precauciones del caso. Eligió el faldeo de una lomada, ubicada en la banda este del cauce de un acequión, que para el verano corría caudaloso de sur a norte, pegado contra los cerros. Esa zanja, cuyo desnivel aún se puede observar en la avenida San José, llegó a tener entre 70 y 80 metros de ancho, y colectaba las aguas pluviales que bajaban desde el sur.
Luego, Gallegos se ocupó de cerrar el futuro camposanto de casi dos hectáreas. Levantó una tapia perimetral de adobe de casi tres metros de altura y que aún resiste el paso del tiempo. La forma del recinto era un cuadrado casi perfecto con dos aperturas: una al sur y otra mirando al poniente. La primera, destinada al ingreso de personas y cortejos a pulso, tenía un portoncito de hierro forjado. En cuanto a la apertura del oeste, estaba destinada al ingreso de los carros municipales y se cerraba con una tranquera. 
Se calcula que la construcción duró aproximadamente un año, ya que en los alrededores hubo que hacer tres cortadas de adobes, lugares que permanecieron visibles hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. Pero además de los trabajos de albañilería, se abrió una calle desde la ruta nacional (excamino real) hasta el campo santo, vía de algo más de medio kilómetro y que hasta mediados del siglo XX era llamada “Camino del Cementerio”.

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Cuando a fines del siglo XIX se produjo en Salta la epidemia de cólera, en Cerrillos, don Serapio Gallegos, párroco e intendente (era un cargo equivalente), tomó una drástica medida: clausuró el primer cementerio y erigió otro lejos del poblado, en la falda de uno de los cerros aledaños. Según una tradición oral del pueblo, el predio donde Gallegos levantó el nuevo cementerio fue donado por la familia Velarde, uno de cuyos miembros, Julio, llegó a ser intendente de la localidad.
El hecho es que la primitiva y pequeña necrópolis, al momento de su clausura, ya tenía unos cien años. Ocupaba la parte posterior del oratorio de San José, a un costado de la casona de don José Iradis, donante de todas esas tierras y promotor de la creación del pueblo.
Pero Serapio Gallegos, antes de disponer la clausura del primitivo cementerio, tomó las precauciones del caso. Eligió el faldeo de una lomada, ubicada en la banda este del cauce de un acequión, que para el verano corría caudaloso de sur a norte, pegado contra los cerros. Esa zanja, cuyo desnivel aún se puede observar en la avenida San José, llegó a tener entre 70 y 80 metros de ancho, y colectaba las aguas pluviales que bajaban desde el sur.
Luego, Gallegos se ocupó de cerrar el futuro camposanto de casi dos hectáreas. Levantó una tapia perimetral de adobe de casi tres metros de altura y que aún resiste el paso del tiempo. La forma del recinto era un cuadrado casi perfecto con dos aperturas: una al sur y otra mirando al poniente. La primera, destinada al ingreso de personas y cortejos a pulso, tenía un portoncito de hierro forjado. En cuanto a la apertura del oeste, estaba destinada al ingreso de los carros municipales y se cerraba con una tranquera. 
Se calcula que la construcción duró aproximadamente un año, ya que en los alrededores hubo que hacer tres cortadas de adobes, lugares que permanecieron visibles hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. Pero además de los trabajos de albañilería, se abrió una calle desde la ruta nacional (excamino real) hasta el campo santo, vía de algo más de medio kilómetro y que hasta mediados del siglo XX era llamada “Camino del Cementerio”.

La oposición

Pero el proyecto del nuevo cementerio no contó con el beneplácito de todos los cerrillanos. Por el contrario, pese a que había evidentes razones sanitarias que aconsejaban que las sepulturas estén alejadas del pueblo por el cólera, muchos se pusieron en contra. Es que por entonces no se concebía un camposanto lejos de un templo y en eso los cerrillanos no eran la excepción, pese que quien llevaba adelante la iniciativa era un sacerdote.
No obstante, Gallegos, además de cura e intendente, era un idóneo sanitarista que estaba colaborando muy estrechamente en el hospital temporario para coléricos, instalado en la vieja iglesia de La Viña, en la ciudad de Salta.
Uno de los que no aceptó la mudanza del camposanto fue el comerciante don Mariano Alemán. Y a tanto llegó su oposición que resolvió que, al momento de muerte, se lo sepultase en el mausoleo que él mismo hizo construir sobre un morro contiguo al cementerio que rehusaba utilizar. Y lo hizo, ladrillo por ladrillo, en una de las propiedades de la familia Velarde. Los detalles constructivos de su mausoleo fueron explicitados en un libro de doña María Esther Baisac, docente que vivía en Cerrillos.
Y al igual que don Mariano Alemán, hubo muchos otros que se opusieron al proyecto, pero al final, incluso el tozudo Alemán, todos fueron a parar con sus huesos al “cementerio del cerro”. Así lo comenzó a llamar la gente para diferenciarlo del “cementerio de la iglesia”.
Finalmente, cuando por gestiones de Serapio Gallegos, en 1890 comenzó a construirse el penúltimo templo en honor a San José, la cabecera de esa obra invadió gran parte del primitivo cementerio. Ante ello, los restos extraídos en la excavación de los cimientos fueron retirados y trasladados al cementerio del cerro, al igual que sus respectivas cruces. Las de hierro forjado permanecieron mucho tiempo apoyadas en la tapia perimetral del nuevo camposanto hasta que comenzaron “misteriosamente” a desaparecer.
Por muchos años, el cementerio del cerro careció de covachas o nichos. Ante ello, algunas familias del pueblo construyeron mausoleos y túmulos de material crudo o cocido. Hasta mitad del siglo pasado solo había tres mausoleos construidos sobre su calle central: el de Juan Macaferri, el de la familia Sueldo y el de la familia Macluf. Y entre los cinco o seis túmulos también sobre la callejuela principal, estaba el del matrimonio Tejadas y Chávez, erigido en los años 40. Lo curioso de esta sepultura era que tenía una placa de mármol que decía: “Aquí yacen los restos de doña Azucena Tejadas y don Félix Chávez”, pero ambos difuntos aún andaban por las calles del pueblo “vivitos y coleando”. Ella, dedicada a hacer riquísimas empanadas al horno, y él, vendiéndolas diariamente con un canasto a cuesta.

Agua y nichos

Cuando en 1913 llegó el servicio de agua corriente a Cerrillos, la red de distribución se extendió hasta el cementerio del cerro, donde quedó habilitado un grifo. En las afueras, Obras Sanitarias de la Nación, en su plan de lucha contra el paludismo, canalizó con laja y cemento la acequia que pasaba por el costado y por detrás del camposanto. Además, construyó un puente que aún está sobre el viejo camino de acceso. Por fin, en la década siguiente (1920) se construyó la primera galería de nichos en la pared norte y en los años 40, su primera ampliación.

Frontispicio

En 1950, el cementerio del cerro sufrió arquitectónicamente un importante cambio en el frente. En la gestión del intendente José Luis Borelli, el viejo portoncito de hierro forjado fue reemplazado por un frontispicio y atrio. En tanto, la primitiva tapia de adobe en el sector sur fue sustituida por una pared escalonada de material cocido y revoque. Se prolongó el camino de acceso hasta alcanzar el mausoleo abandonado de don Mariano Alemán, el cual, luego de refaccionado, se transformó en la gruta de San José, inaugurada en abril de 1951.
Por su parte, el viejo camino al cementerio cambió de denominación y pasó a ser avenida San José, contando con alumbrado público, que se extendió desde la calle Güemes hasta la gruta. De esa forma, llega la luz eléctrica al cementerio. Un último dato: el añejo portoncito de acceso fue instalado en la puerta de la gruta que aún resguarda la imagen de San José, patrono del pueblo.
Y aquí cabe destacar un gesto. Para erigir dicha gruta y el camino de acceso, el intendente Borelli contó con la autorización de la señorita Laura Velarde Mors, propietaria de los predios aledaños al cementerio, como también del cerro donde está el oratorio. 
Desde 1952 y hasta los años 90, el camposanto permaneció sin mayores cambios, salvo la construcción de nuevas galerías de nichos. 

Ampliaciones y litigios

Fue en una de las gestiones del intendente Rubén Corimayo que se encaró la ampliación del cementerio. El avance perimetral fue sobre el sector oeste, que permitió ganar unos seis mil metros cuadrados. Esto trajo dos problemas: la obstrucción parcial de la acequia de desagüe pluvial y un litigio con los herederos de doña Laura Velarde Mors. Años después, los mismos herederos donaron a la comuna local una fracción de un terreno aledaño para que se construyera una sala municipal de velatorios.
En 2007, estos terrenos que hoy son la piedra del escándalo en Cerrillos fueron expropiados por una ley de la Provincia. Esto dio lugar a que nuevamente los herederos de doña Laura Velarde Mors manifestaran su disconformidad. Entre tanto, la Municipalidad de Cerrillos resolvió por estos días sepultar en ese predio los cuerpos de los fallecidos por el COVID-19. Quedan muchos interrogantes al respecto, preguntas que seguramente se dilucidarán en los próximos días. En tanto una reflexión viene al caso. Este cementerio nació a fines del siglo XIX cuando apareció la terrible epidemia del cólera, que se cobró miles de víctimas. Ahora, a 130 años de aquel triste suceso, una pandemia pone a nuestro camposanto al borde de su clausura. Y hay que admitir, esto no es nuevo, pues la falta de espacio ya lleva dos o tres décadas. Y viene al caso una reflexión de un diputado de La Poma, allá por los años 40. Al referirse al cementerio de su pueblo derruido por el terremoto de 1930, fundamentó su pedido de mejoras diciendo en el recinto de leyes lo siguiente: “Por falta de cerco, los animales pastean en el cementerio! Señor presidente, no es vida lo que pasan los muertos en el ce    menterio de La Poma...!”.
 

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