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Trabaja para que ningún niño sufra discriminación

Federico Mangione, cirujano pediátrico
Domingo, 15 de marzo de 2020 01:27

Desde que Federico Mangione asumió en la gerencia del Hospital Público Materno Infantil, en los primeros días de este año, trajo cierta intriga a muchos de los que indefectiblemente tienen que transitar el nosocomio de la zona de los cuarteles.

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Desde que Federico Mangione asumió en la gerencia del Hospital Público Materno Infantil, en los primeros días de este año, trajo cierta intriga a muchos de los que indefectiblemente tienen que transitar el nosocomio de la zona de los cuarteles.

El hombre es un reconocido cirujano pediátrico, especializado en cirugías reconstructiva en malformaciones en niñas y niños recién nacidos. Realiza esa compleja tarea desde hace casi 30 años, sin embargo pocos conocen cosas de su vida.

Para eso El Tribuno lo buscó tanto que encontró un poco de su tiempo disponible. Casi todo el día anda apurado por los pasillos del HPMI y el delantal se le convierte en una capa de superhéroe con tonada salteña. Todos lo saludan al pasar y atropella las puertas, lo paran las enfermeras por las novedades, los colegas le cuentan cosas del mundo médico y muchos lo cargan con el fútbol.

Es un 9 de área. Grande el hombre, pero cuando comienza a contar su historia se vuelve niño y regresa a su Villa Las Rosas, a jugar en la calle, a tomar mate cocido por las tardes como casi todos los de su generación.

El doctor Mangione tiene 51 años y pertenece a una raza especial de niños que se crió sin repelente ni crema para el sol. Tampoco había bullying, o por lo menos no existía el nombre.

Hoy, a la distancia se sienta y reflexiona; va más allá de sus interpretaciones.

“Yo vivía en una casa de barrio que por entonces podía calificarse como clase media, pero era pobre; no tenía muchas cosas que otros niños sí tenían. Yo iba al colegio Salesiano y no tenía algunas cosas. Entonces me comenzaban a desplazar, no me invitaban a jugar al fútbol, me hacían a un lado. Y eso para mí era doloroso. Con el tiempo nos dimos cuenta de la tragedia que es el bullying. Y ahí yo me di cuenta que me discriminaban por pobre”, dijo y se hizo un silencio que dejó callado hasta los informes que estaban llegando.

Federico se crió con todos sus hermanos más grandes. Con Salvador Gustavo, el “Turi”; José y Teresita. Los dos changos vinculados siempre al trabajo de prensa y la hermana, a la docencia.

Su papá falleció cuando Federico tenía 7 años y su mamá tuvo que comenzar a parar la olla. Ahí se le acaban las bromas al doctor, cuando habla de su mamá Manuela Bravo. No se atreve ni a decir que se llamaba como la cantante. El respeto hacia ese ser se le nota en los ojos.

Como no aguantaba la situación en el Salesiano, se pasó en la secundaria a la Técnica II y ahí cambió todo. Salvo dos o tres cositas referidas a lo académico porque él ya tenía en claro que quería ser médico, pero no se hallaba en los talleres de la Einstein. Así fue que pasó al Colegio Nacional y fue su mejor época de escolaridad. El recuerdo lo llevó a las clases del “Cuchi” Leguizamón y al promedio de altas calificaciones que obtenía.

Egresó con 17 años y siendo casi un niño decidió irse a estudiar Medicina a la Universidad Nacional de Córdoba.

En el capítulo “Pensión de estudiantes” es cuando el doctor se quiebra en mil pedazos.

En el colectivo que se tomó para ir a Córdoba a inscribirse conoció a un chango salteño que le abrió las puertas de la ciudad. En las 10 horas de viaje se hizo amigo eterno de Gustavo Echazú que por esos tiempos ya estudiaba Derecho. El flamante amigo lo llevó a su casa porque Federico no conocía nada de La Docta. Como todo estudiante, allí vivió al límite con una cofradía de muchachos que se sacrificaban por el esfuerzo de los padres. Para el caso de Federico, su mamá es como un golpe de recuerdos todos juntos que llega desde la nada misma y lo parte en dos porque no estaba preparado para eso.

“Mi mamá me mandaba las encomiendas con comidas y cosas que juntaba con lo que podía. Se privaba de muchas cosas para yo estudie. Y dentro en una caja de Zucoa me mandaba plata y en la carta que enviaba me decía que ahí iba el chocolate que tanto me gustaba...”, y no puede decir más, se quiebra, se cae, se dobla del intenso recuerdo y llora como un niño. Ese hombre grande, gigante salteño, queda chiquito ante lo abnegado de su madre para que llegue su hijo a lo que es hoy.

Mucho tiempo estuvo viviendo en un departamento de 3 dormitorios con otros 6 salteños. Él dormía con Sebastián Dib Ashur y tiene todos buenos recuerdos.

Luego pasó al barrio Observatorio Meteorológico siendo ya un estudiante avanzado, pero siempre “seco”. Se hizo popular como “Fedito” porque se trataba de un barrio con prevalencia de adultos mayores, entonces salía a ver cómo estaban los adultos mayores, les tomaba la presión, los orientaba en sus dolencias y los prevenía. Entonces todas las mujeres grandes le preparaban tartas, tortas, platos de comidas tipo viandas. Hasta el sodero le tenía alguna consideración y alguna vez llegó a deberle 150 sifones de soda.

Allí también conoció a Cecilia Bolati, una cordobesa, que ni bien Federico se recibió se casaron. El doctor sólo tenía 24 años.

La luna de miel duró poco y ya tuvieron la primera nena que hizo durísima la residencia. El hombre sólo dormía dos horas por día cuando podía.

Tuvieron en total tres hijas: Valentina, Florencia y Luciana, en ese orden.

“Yo debo agradecerle todo a mi esposa porque ella sabía cómo iba a ser mi vida laboral. A pesar de eso siempre fuimos muy unidos y gracias a eso, yo llego a tener luego las posibilidades académicas y laborales que las puedo tomar gracias a ella”, dijo el ahora gerente.

Tras la residencia obtuvo una beca para desempeñarse en el Hospital General de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez, de Buenos Aires, en donde trabajó codo a codo con el prestigioso doctor Eduardo Acastello, en donde lo especializó en cirugías de alta complejidad.

Luego recibió capacitaciones en Brasil, Francia y España en diferentes especialidades referidas a la reconstrucción de las vías respiratorias, cirugías plásticas, reconstrucciones torácicas, reemplazos de esófago, etc.

Sus intervenciones, de algún modo extraño, llevan el signo de resolver problemas graves de los niños. Como a Yanira, de 6 años, que tomó soda cáustica, por lo que le practicó un reemplazo de esófago y que luego de 8 meses come de todo. Así vuelven las historias en las vidas de las personas, como un gran espiral, en donde por sus sufrir el bullying ahora se dedica a mejorarle la vida a los niños para que no sufran nunca una burla, acoso ni discriminación.

La mejor atención

En los pasillos del HPMI comentan sobre el vehículo que tiene el doctor, vieja “chata” del 2012 que entra a cualquier barrio. Porque resulta que Mangione conoce el nombre de todos sus pequeños pacientes y no sólo eso: les hace a muchos la visita médica en la casa. Entonces tiene que tener una buena camioneta que entre a todas las calles de todos los barrios haya llovido, helado o granizado.

Sobre su designación como gerente del HPMI contó una perlita. “Cuando me convocó el gobernador me puso como condición sólo una cosa, que le ponga mucho amor”, dijo.

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