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La pandemia cambiará al mundo, y a Salta

Miércoles, 18 de marzo de 2020 00:00
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La confirmación del primer caso de coronavirus en Salta no es una sorpresa. Desde hace varias semanas el COVID-19 viene demostrando que no es un microorganismo lejano, desarrollado por un murciélago y desplegado como epidemia en la lejana China, justamente, en las antípodas de Salta.

Es una pandemia. Y a las pandemias las frenan los políticos cuando escuchan a los científicos y a los técnicos, y cuando tienen a su cargo funcionarios con experiencia como sanitaristas.

Hace 28 años el cólera causó estragos desde el puerto de Callao, en Perú, hasta Bolivia y Paraguay. En Salta se detuvo en el norte provincial y tuvo efectos mucho más benignos en las ciudades con cobertura cloacal. Las cloacas son estrategia sanitaria, pero están bajo tierra y no se ven. No dan mucho lugar para las fotos glamorosas.

Tampoco es muy redituable asignar fondos del Estado para designar centenares de agentes sanitarios que monitoreen a los sectores de riesgo día a día. Pero esa es la forma para evitar que se mueran los niños de áreas vulnerables.

No es cuestión de ideología, sino de sentido común, y de ética.

La guerra del siglo XXI

No es posible predecir cuál va a ser el desenlace de esta pandemia. Un virus mutante no encuentra anticuerpos que lo frenen. Y no hay vacuna. El freno es el aislamiento.

Es muy probable que cuando la pesadilla pase, cuando todos volvamos a "la normalidad", esa "normalidad" sea diferente. Una provincia donde todavía la superstición guía muchas decisiones y no es posible instalar antenas para celulares, tal el caso de Salta, no podrá eludir la corriente mundial que se impulsará con la experiencia del "home working" y las "classroom", es decir el trabajo y el estudio desde el hogar.

La guerra comercial entre EEUU y China es la pugna por la supremacía tecnológica, el control de las comunicaciones cien veces más veloces que las actuales, del desarrollo de los robots y los vehículos autónomos.

De nuestra capacidad para incorporarnos al siglo XXI dependerá la suerte de la provincia en los próximos diez años.

Por lo pronto, el coronavirus está presente entre nosotros.

Aunque cuesta entender y aceptar esta realidad, nos toca vivir una situación de emergencia que altera nuestros hábitos, nuestros vínculos y hasta nuestro sistema de creencias básicas.

El riesgo que entraña este virus mutante consiste en que un pico de la pandemia puede generar el colapso del sistema de salud, tal como ocurrió en Italia y en España.

El atraso tecnológico

Esto puede suceder en cualquier parte del país, con mayor riesgo en aquellas ciudades más pobladas y con circulación más activa de personas. La Argentina entera está hoy amenazada y tiene una vulnerabilidad: solo el Instituto Malbrán maneja la tecnología adecuada para el COVID-19.

No es solo el problema de si llegan o no los reactivos, cuya disponibilidad está condicionada porque la pandemia tomó al país por sorpresa (como al mundo) y tardó demasiado en caer en la cuenta de que este virus no es como el Ébola, mucho más mortífero pero de transmisión más controlable, ni como las otras versiones del coronavirus. Vivimos en un país atrasado en tecnología. Los avances logrados en el último medio siglo en desarrollos nucleares, en genética animal y vegetal, en minería y en agroquímicos son descalificados y atacados por sectas urbanas, encorsetadadas en visiones de los años 40 y susceptibles a los nuevos tabúes de estos tiempos.

La tecnología demuestra sus virtudes: Corea del Sur y Singapur neutralizaron rápidamente sus brotes; China reaccionó tarde, acumula más de 3.000 muertos, pero también puso freno a la expansión del virus. Son países en los que la universidad, el sistema educativo y las políticas científicas están orientadas a la modernización absoluta del sistema productivo y administrativo.

Irán, Italia y España chocaron contra una realidad dolorosa: la desinversión en el servicio de Salud Pública convirtió al COVID 19 en una catástrofe.

Y lo mismo ocurre en Estados Unidos, cuyo presidente, Donald Trump, se esmeró en desmontar el sistema creado por Barack Obama para prevenir una epidemia impensada, luego de la pésima experiencia del Ébola.

Trump y nuestro vecino Jair Bolsonaro no son los ejemplos a seguir en este tema. Minimizar o sobredimensionar un fenómeno sanitario es nefasto.

Nuestra autocrítica

Salta necesita revisar sus políticas en ambos aspectos, el sanitario y el tecnológico. Porque la realidad concreta es que, salvo algunos intentos de las dos facultades de ingeniería valiosos, pero sin respaldo oficial todavía, la "mentalidad tecnológica" se reduce a grupos pequeños de jóvenes.

No se trata de fascinarse con las novedades, sino de pensar el gobierno, la producción y la educación desde la perspectiva del conocimiento.

Y porque no existe en la provincia una política continua que sostenga al sistema de Atención Primaria de la Salud ni prevea la disponibilidad de recursos suficientes para emergencias como estas. No existen políticas de Estado, en ningún rubro. Es hora de que empiece a haberlas.

Hoy es imprescindible la cuarentena para evitar que el virus circule. Pero si los tres poderes y la dirigencia (política, empresaria y académica) no se toman en serio que gobernar es priorizar la calidad de vida de la sociedad y mirar hacia el futuro, las futuras pestes, de cualquier tipo, seguirán avanzando sin freno por esta parte del mundo.

 

 

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