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La pandemia y la infancia vulnerable

Miércoles, 01 de julio de 2020 02:14

En Argentina, alrededor de 2 de cada 10 menores viven en hogares que pueden ser caracterizados como estructuralmente pobres. La gravedad de la situación puede evaluarse por la cantidad de vulneraciones que enfrenta una niña, niño o adolescente. La cantidad de niñas y niños que no enfrentan ningún tipo de riesgo es muy baja en Argentina: 8,6%. El resto de la población menor de 18 años enfrenta algún tipo de vulnerabilidad. También es bajo el número de aquellos que enfrenta seis vulnerabilidades conjuntas: 2,9%. 

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En Argentina, alrededor de 2 de cada 10 menores viven en hogares que pueden ser caracterizados como estructuralmente pobres. La gravedad de la situación puede evaluarse por la cantidad de vulneraciones que enfrenta una niña, niño o adolescente. La cantidad de niñas y niños que no enfrentan ningún tipo de riesgo es muy baja en Argentina: 8,6%. El resto de la población menor de 18 años enfrenta algún tipo de vulnerabilidad. También es bajo el número de aquellos que enfrenta seis vulnerabilidades conjuntas: 2,9%. 


Claramente, la vulnerabilidad proveniente del mercado de trabajo es la que tiene el peso mayor.
Las condiciones sociales y económicas preexistentes convierten a niñas y niños del país en población de riesgo ante la pandemia. Por los indicadores examinados, más de la mitad de niñas y niños estarían en condiciones de vulnerabilidad social. Se trata de más de 6,7 millones de menores de 18 años. Esta cifra es aún más elevada cuando se toman en cuenta la acción conjunta de todas las dimensiones consideradas en este documento.

Pandemia y pobreza

Una pandemia (o una epidemia) actúa sobre el bienestar de la población a través de diversos canales. 
En algunos casos de manera directa impactando sobre la salud de algún miembro activo de los hogares y reduciendo su capacidad de generación de ingresos y, por lo tanto, deteriorando su nivel de bienestar. Pero hay otras vías, más bien indirectas, igualmente importantes. La fase de contención de cualquier pandemia o epidemia (que incluye aislamiento, cuarentena y cierre de escuelas) tiene un efecto recesivo sobre la actividad económica, lo que se traduce en un empeoramiento del mercado laboral y de las finanzas públicas, entre otras dimensiones económicas, y que terminan impactando en el bienestar de los hogares y de las personas que allí residen.
Las niñas y los niños que están al cuidado de las personas mayores afectadas se ven perjudicadas/os por estos motivos también. Pero a éstas/os se suman los efectos de la imposibilidad de asistir a la escuela. 
Según los últimos datos disponibles de las estadísticas del Ministerio de Educación, en la Argentina son aproximadamente 10.491.524 las niñas y los niños que asisten a la escuela a los niveles primario y secundario. Esto equivale a un 79,6% de la población menor de 18 años.
El efecto que estos factores pueden ejercer sobre el bienestar va a depender de condiciones de vulnerabilidad preexistentes, algunas de los cuales son muy específicas y puntuales, y otras muchas que no pueden ser observados con la información disponible en encuestas a hogares.

Vulnerabilidad preexistente 

Así como el nuevo coronavirus provoca mortalidad en las personas mayores por ciertas condiciones de salud preexistentes (hipertensión, diabetes y obesidad, principalmente), las condiciones sociales preexistentes pueden impactar en el bienestar de la población. En el caso de las niñas y niños las condiciones sociales preexistentes provienen de su situación individual (la asistencia a la escuela, por ejemplo), de la situación de la persona adulta responsable de su cuidado, o del hogar en el que reside.
Por su parte, los mecanismos o canales a través de los cuales esto se hace posible pueden ser directos e indirectos. Los directos, dañando la salud de la población; los indirectos, a través de las medidas que debe tomar el gobierno para hacer frente a la pandemia. Los efectos de los impactos sobre el bienestar podrían ser mitigados a través de acciones de política pública concretas, muchas veces usando los programas de protección social vigentes, que contrarresten las pérdidas de bienestar.
La enfermedad o muerte de un perceptor de ingreso del hogar, provocada por acción del virus deriva en caída de ingresos, pérdida de días de trabajo o de empleo.
 Las medidas gubernamentales que están motivadas por la necesidad de contención (y/o mitigación) de una pandemia o una epidemia y que, indefectiblemente, debe implementar un gobierno pueden derivar en la caída de la actividad económica agregada y sus efectos sobre el empleo y sobre los ingresos de la población.

Un escenario frágil 

Las niñas, niños y adolescentes enfrentan riesgos diversos ante la pandemia de COVID-19, principalmente cuando residen en hogares cuya jefa de hogar o persona de referencia es una mujer. El porcentaje de niñas y niños en situación de vulnerabilidad preexistente con los indicadores usados va desde el 28% al 63% en el conjunto de hogares y del 30 al 72% en los hogares cuya jefa es una mujer.
Para los hogares en general, la vulnerabilidad más alta se detecta por pobreza multidimensional y la más baja por Necesidades Básicas Insatisfechas. En los hogares con jefatura femenina la vulnerabilidad mayor proviene del mercado de trabajo y la más baja, también, como en el caso anterior, de los hogares pobres por pobreza estructural (NBI).
Más de la mitad de niñas y niños residen en hogares cuya jefa de hogar o persona de referencia tiene una probabilidad positiva de fallecer. La probabilidad de morir se hace positiva a partir de los 40 años de edad. Entre un 56% y un 58% de las niñas y niños de Argentina residen en hogares con algún tipo de riesgo de experimentar mortalidad de su PR. Igualmente, las proporciones mencionadas se reducen marcadamente conforme aumenta la edad de la persona adulta de referencia.
Las niñas y niños que están en riesgo por tipo de hogar superan el 40% en general, pero los que tienen una mujer como PR superan el 60%. 

Esto es así porque la proporción de menores en hogares monoparentales con jefatura femenina más que duplica al promedio. El riesgo en este caso es económico y de cuidado. Si la madre trabaja, ellos se deben quedar solas/os; si la madre dedica su tiempo al cuidado, los ingresos del hogar pueden caer y poner en riesgo el sustento material del hogar. A nivel del conjunto, alrededor de 1,5 millones de menores se encuentran en esta situación (mono-parentalidad con jefatura femenina).

Geografía y pobreza 

Más de la mitad de niñas y niños residen en hogares cuya/o jefa/e no tiene trabajo o experimenta precariedad en el mercado laboral. El porcentaje supera el 70% cuando se trata de una jefa mujer. Se trata de un riesgo que proviene ya sea de la estabilidad ocupacional y de ingresos. La posibilidad de interrumpir su participación en el mercado de trabajo o de percibir ingresos de manera irregular aumenta la probabilidad de pobreza monetaria y aún no monetaria, si esto hace que no sea posible hacer frente a costos de alquiler, por ejemplo, y tanga que migrar su residencia a hogares extensos.
La mitad de las niñas y niños del país residen en hogares que declaran haber vivido de la ayuda de organizaciones diversas, principalmente del Estado. Esta ayuda incluye no solamente dinero, sino mercaderías, ropa, alimentos, etc. y no solamente del Estado sino de otras instituciones: familiares, vecinos u otras personas que no viven en este hogar.
Alrededor de 2 de cada 10 niñas y niños viven en hogares que pueden ser caracterizados como estructuralmente pobres. 
Nótese que este indicador está captando población menor de 18 años que vive en condición de hacinamiento, en viviendas precarias a juzgar por el material con el que está construida, en viviendas en las que falta baño, si tienen baño carecen de descarga de agua; o en vivienda sin acceso al agua potable para beber; e incluye también indicadores de asistencia a la escuela. Todos estos factores obstaculizan las acciones preventivas sugeridas por los organismos de salud que tienen por misión la contención de la pandemia.
Nótese la distribución territorial de este fenómeno. La mayor cantidad de niñas y niños estructuralmente pobres se concentra en las zonas con mayor población, pero la mayor proporción en las zonas tradicionalmente pobres del país: noroeste y nordeste, y en departamentos de provincias del sur del país.
Más de la mitad de niñas y niños viven en hogares con ingresos insuficientes. La escasez de recursos monetarios impacta sobre todas las dimensiones del bienestar: posibilidad de educarse, de disponer de medicamentos, de alimentarse adecuadamente, etc. Además, esto muestra que a pesar de la gran cobertura de los programas de protección social vigentes y de la focalización precisa que presentan, no resultan suficientes para contribuir a cubrir los presupuestos familiares. Estas cifras podrían aumentar debido a la conexión existente entre hogares monoparentales y problemas relacionados con el mercado laboral, principalmente.

Agenda urgente

Quedan para futuras indagaciones evaluar el efecto de la inasistencia a la escuela, según recursos disponibles en el hogar. La conectividad a internet y la disponibilidad de dispositivo de acceso (computadoras en el hogar) es clave en este sentido. El punto de partida de esta indagación es una idea intuitiva que se considera cierta: el efecto negativo del aislamiento puede verse en parte mitigado si las niñas y niños tienen acceso a estas alternativas. En este sentido, la falta de conectividad y de medios para acceder a la conectividad se presenta como una vulnerabilidad ante la actual crisis sanitaria.
Una evidencia aún preliminar da cuenta que en el quintil más bajo de los ingresos familiares el 75% de las/os niñas/os no tienen computadoras en sus casas y el 36% no tiene acceso a internet. Las cifras contrastan fuertemente con las que arrojan niñas y niños del quintil 5: 5% en el primer caso, 2% en el segundo.
 

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