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15 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Mundo en crisis, pandemia y solidaridad

Miércoles, 22 de julio de 2020 02:03

La pandemia del COVID-19 será recordada en la historia como una de las disrupciones mundiales más repentinas y conmocionantes a la vez.

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La pandemia del COVID-19 será recordada en la historia como una de las disrupciones mundiales más repentinas y conmocionantes a la vez.

Todas las agendas comparten una idéntica prioridad: el COVID-19. Pero, más allá de la emergencia, continúan pendientes los grandes problemas globales.

El COVID-19 llegó a un planeta poblado y urbanizado como nunca en su historia. Más de la mitad vive en ciudades, ahí donde el contagio es más probable. La actual población mundial se desplaza en grandes contingentes y rápidamente. En 2018 el turismo fue récord (1.400 millones de viajeros). Ellos fueron los grandes mensajeros del virus.

Esta pandemia afecta especialmente a los adultos mayores, en un mundo que envejece: en 2019, hubo más gente mayor de 65 años que menor de 5 por primera vez en la Historia.

El COVID-19 irrumpió además en sociedades, economías y gobiernos endeudados y debilitados por la recesión heredada de la crisis de 2008, agravada por una guerra comercial. El actual frenazo masivo eclipsó la Depresión económica de los años 30.

La debilidad del sistema multilateral se acentuó cuando cada Estado comenzó a responder a la emergencia con sus propias fórmulas, incluso cerrando fronteras.

Respuestas

Dos aspectos centrales que determinaron esas respuestas nacionales. El primero es la característica más condicionante de nuestra época: la desigualdad. Los países más pudientes hicieron valer el peso de sus economías para enfrentar al virus: en salud, con recursos sanitarios; en economía, con recursos financieros; en la tecnología, con recursos de prevención.

Los países con menos recursos, en cambio, pagarán altos costos, económico o social, en dinero o en víctimas, según las prioridades establecidas por sus líderes y las desventajas estructurales casi condenatorias para sus sociedades. Podemos pensar en África, pero también en América Latina.

Nuestra región fue un ejemplo patente de cómo sus deficientes condiciones socio económicas y sanitarias "preexistentes" recortaron sus posibilidades de enfrentar la pandemia y condicionarán fuertemente la recuperación general.

Tal desigualdad se acentuará y alimentará mayores conflictos a nivel global y local en el futuro post COVID-19 si no se generalizan políticas públicas que reduzcan la brecha. Es una tendencia del capitalismo actual que a largo plazo vuelve insostenible cualquier sistema internacional y político, con o sin pandemias.

El otro aspecto para detenerse es el de la cooperación internacional.

La pandemia coincidió con un momento muy bajo del multilateralismo que vimos nacer en la Posguerra, que dio origen a la ONU y que estableció ciertas reglas de juego. Lo que se conoce como el "orden liberal". Hoy, ese ya antiguo orden ha quedado desplazado por un "desorden multipolar", con guerras comerciales, rupturas de acuerdos de desarme y, frente a la pandemia, ataques a las propia organizaciones multilaterales.

Ese desorden global, donde del G-7 o G-20 vamos yendo hacia un G-Cero, ya nos había descalibrado las brújulas después de la crisis financiera de 2008. Ahora, no sabemos qué es lo que hay adelante: navegamos con brújulas antiguas en un mar de aguas sin cartografiar.

Se ha abierto un gran debate sobre globalización y desglobalización. Unos vaticinan que la pandemia acelerará un frenazo de la globalización y vislumbran el inicio de una era de todos contra todos.

Otras miradas nos sugieren que experimentamos sólo una pausa en un proceso imparable de interconexión productiva y social que comenzó mucho antes que en los 90, que superó otras crisis y que, aunque la globalización adquiera otras formas, jamás volveremos al mundo de fronteras fijas y naciones aisladas.

Es muy pronto para emitir veredictos, con tantos interrogantes en juego. Pero en esa incertidumbre, el multilateralismo sigue siendo un valor por reivindicar, una herramienta necesaria, sin importar hacia qué orden se decanta el mundo.

En regiones como la nuestra, conviene valorar intereses y ventajas comunes y hacerlos valer con una estrategia conjunta ante el mundo, reconociendo diferencias, aceptando incluso que no hay una única modalidad de asociación, que la integración es un ideal a seguir. Nadie se salva solo, tampoco en América Latina.

Separados somos más débiles. Y todo indica que de agudizarse la disputa comercial y por el control tecnológico entre grandes potencias y bloques, América Latina será escenario de esa disputa.

Debemos revalorizar el multilateralismo, aunque necesite reformas. Como la democracia, es imperfecto, pero no se creó nada mejor. Como país y como región, es nuestro mejor espa cio posible de negociación.

 

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