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El corazón y el recuerdo de Merceditas

Domingo, 23 de agosto de 2020 01:46

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Mercedes Tomasa de San Martín y Escalada de Balcarce recuerda:

Tosía mucho, a veces se inclinaba por el dolor, quizás a causa de su úlcera. Pero no bien se recuperaba, pedía algún libro.

-La piel de zapa -me dijo una tarde- Léeme, hija, por favor, este libro de Balzac, con quien compartí tantas tertulias en casa de Alejandro Aguado.

Le leí entonces unas páginas y se durmió. La muerte de Aguado fue un duro golpe para él, una muerte así, de repente. Todos recordaremos ese día, cuando llegó la triste noticia. Pensar que mi padre iba a ir a España con su amigo...

Cuánto tiempo ha pasado. Nos fuimos de Grand-Bourg para venir a Boulogne-sur-Mer, que está cerca del mar que él ama y que pintó en sus cuadros. Tormentas, cielos y nubes. ¿Por qué fuiste militar, padre? Podrías haber sido un gran artista. Amabas la música, la pintura, la literatura, amabas la naturaleza, tu huerta, tu jardín...

Por suerte conseguimos con María Mercedes y Josefa Dominga que posara para el daguerrotipo. Su retrato, las generaciones que siguen tendrán su retrato. Lo colocamos junto a la miniatura de mi madre y la de Simón Bolívar en su cuarto.

(...)

-No volveré a Buenos Aires -me confesó una vez- sí iría a Mendoza, a mi chacra, a descansar mis huesos para siempre, miraría los viñedos y las higueras como los poetas virgilianos. También me gusta Tucumán, a pesar de los tiempos difíciles que pasé allá por la improvisación que veía, enfermo y contrariado por un ejército indisciplinado y dividido; pero me gusta Tucumán, Mercedes, iría, en verdad, a vivir en Tucumán. Pero de algo estoy seguro: quiero que mi corazón descanse en la Argentina, en el cementerio de La Recoleta, junto a Remedios. Digo el corazón porque es el símbolo de la pasión y de los ideales.

Así me dijo, pero yo sabía que él amaba también a Lima, esa ciudad parecida a las ciudades españolas, con sus corridas de toros, sus balcones andaluces y sus serenatas. Pero llena de intrigas. Ay, padre mío, en lo profundo del alma yo sabía que de veras amabas a París, sus cafés, sus avenidas, su invierno a menudo cruel pero que te recordaba otros inviernos, los de Mendoza y los de Chile, junto al fuego. Sé que amabas el mundo hogareño de tus rosas, tus dalias, tu carpintería, tus perros y tus carruajes, hasta que vinimos a Boulogne-sur-Mer y tuviste que viajar en tren hacia París, esa ciudad de luces, decías.

-Tuve que dejar Buenos Aires, mi vida corría peligro allá. Y Buenos Aires desairó a todo el continente y a Bolívar.

Bolívar, siempre Bolívar, en sus recuerdos. No se habían vuelto a ver, pero a pesar de las cartas, a pesar de los dichos, yo sé que mi padre le tenía aprecio a Simón Bolívar.

Mientras tanto su salud se deterioraba, a pesar de su alta voluntad y su espíritu siempre listo y atento. En los últimos tiempos había que ayudarlo a subir las escaleras porque se agitaba.

-Es la cercanía de la muerte- nos había dicho.

(...)

Durante una tarde en la que le leía un pasaje de Balzac, me pidió que le acercara el retrato de Bolívar. Así lo hice. Entonces me dijo:

-Este hombre es el más grande que tuvo la América del Sud. El que más dio de sí mismo y el que más la padeció. Cuando lo vi en Guayaquil advertí realmente lo que pasaba por su alma. Iba hacia la gloria pero también hacia la anarquía y la ingratitud. Los pueblos de América son incomprensibles. Yo sabía que nos llevarían a la tumba. Se lo anticipé para evitar males mayores. Si él hubiera aceptado mi ofrecimiento, yo hubiera peleado bajo sus órdenes y la guerra hubiese terminado rápido, con menos bajas y menos desencuentros entre los mismos revolucionarios y entre los militares extranjeros: los franceses que seguían mis órdenes y los ingleses que lo seguían a él. Seguramente se hubieran ahorrado cientos de vida y se hubiese evitado el asesinato de Sucre, las intrigas de Torre Tagle, de Riva Agero, la dispersión de los oficiales... Simón me obsequió su retrato cuando nos despedimos en el malecón de Guayaquil y yo le regalé un caballo de paso, una escopeta y dos pistolas.

Después Lafond publicó la carta de Lima y Sarmiento la difundió. En esa carta le escribo a Bolívar y le explico la situación. Después de Guayaquil sentí la necesidad de profundizar el diálogo, de manera escrita, o sea para siempre. Hubo muchas otras cartas, a Alvarado, a Miller, a Guido, a O'Higgins, a todos los amigos de América. Todos las buscan y las leen. ¿Pero, hija, qué es una carta? Uno piensa en el que la recibe, uno trata de no herir, hay que trabajar con cierto estilo para no ofender al otro con dichos vulgares, porque la letra queda y las palabras vuelan. Y a veces la escritura no resulta fiel a nuestros pensamientos. Uno escribe para el otro, a veces las cartas terminan siendo diplomáticas, remotas... ¿Por qué los historiadores se afanan tanto por las cartas? Yo quería a Bolívar y lo admiraba como él me admiraba a mí; pero se empeñaron en mostrarnos rivales. Tal vez no nos entendimos. Yo vi en sus ojos el fin, si se puede ver, no solamente el fin de él como persona, acosado, perseguido, traicionado, sino vi el fin del Ejército Libertador sumido en la anarquía.

-Padre -no recuerde cosas tristes- le dije. El continente alguna vez resurgirá.

-Como un Ave Fénix, quizás. Las guerras entre hermanos no se detienen, la anarquía tampoco. Rosas por un lado, las provincias por el otro, Buenos Aires altiva y el continente alejado.

Padre, no se agite -le rogué- tengamos esperanzas.

El me tomó la mano y me la besó

-Mercedes, hija del alma, la más inteligente de todas y la más generosa. Gracias por ser la persona que más comprende al general San Martín.

En los últimos días había tenido fuertes dolores de estómago. Se alivió con una dosis de opio. Entonces me dijo:

-C'est l' orage qui mŠne au port

Los puertos y el mar. El mar, siempre el mar y el puerto ansiado y definitivo.

Poeta querido, padre, artista de tormentas y cielos, capitán de la más extraordinaria flota libertaria del sur, capitán de los barcos que portaban las banderas de la libertad en un mundo donde todavía imperaban los tiranos.

El mar, su mar, desde la juventud, capitán de goletas y fragatas, de bergantines y corbetas, de destructores y acorazados. Allá va su ejército por el mar, por el mar de Chile, por las costas del Perú y lo saludan los indios y criollos que serán liberados de los virreyes.

El día de su fallecimiento pareció sentir una ligera mejoría y a pesar de la fiebre, me pidió que le leyera los diarios en mi habitación. Se agitaba, palidecía. 

-Es la fatiga de la muerte- me dijo.

El fin estaba cerca. Sereno. Sin espadas y sin batallas, sin sables, sin balas y sin gritos de dolor, murió en mi lecho. Había elegido una muerte distinta de la de sus camaradas, muertes violentas, duras, sudamericanas, como alguna vez me dijo con amargura. Allá iban, perseguidos, asesinados, suicidados, exiliados, Bolívar, Monteagudo, Sucre, Lavalle, Crámer, Brandsen, Pringles, Luzuriaga, Necochea, O’Higgins, Arenales, Bouchard... 

Después le hizo señas a Mariano para que lo llevara a su habitación. No quería que yo, su hija, viera el momento fatal, el más cierto que todos portamos desde que nacemos y que nos lleva a caminar hacia él, seguros de que algún día, lo encontraremos y vendrá hacia nosotros. 

Partió de nuestro lado a las tres de la tarde. Era un 17 de agosto. Al día siguiente falleció su amigo Honoré de Balzac, el mismo día en que mi tía María Elena cumplía sus años, María Elena, la única hermana de mi padre y a quien le otorga una pensión en su testamento, a ella y a su hija Petronila, porque en su alma de hombre fuerte había un espacio para nosotras, las débiles mujeres. 

Era agosto, mi mes, porque yo nací en agosto, un 24 de agosto, fecha en que explotó el Vesubio, y fue la Noche Triste de San Bartolomé que tiñe todavía de dolor y lágrimas la historia de Francia, como me contaba él, que tenía la mejor y más prodigiosa memoria del mundo y relataba la historia, la ciencia, la leyenda, la literatura...

Agosto, de Augustus, el primer emperador de Roma.

-Así es, Mercedes, hija querida, agosto, el mes del emperador Augustus, cuando tú naciste en Mendoza me dice su voz desde un lugar ignoto y añorado: la eternidad.

 *Fragmento de ”Guayaquil. la traición de Buenos Aires”, novela inédita de Liliana Bellone 

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