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La pandemia sigue y hay que vacunarse y cuidarse

Domingo, 31 de enero de 2021 02:21

El Gobierno nacional extendió por un mes más el distanciamiento social, preventivo y obligatorio (Dispo), una disciplina que, necesariamente, deberá ser asumida por la ciudadanía dado que la pandemia COVID-19 no solo no está superada sino que su futura evolución es incierta. El balance de los diez meses de cuarentena en la Argentina es desalentador. Sin embargo, es de reconocer que, hasta ahora, en ningún distrito se llegó a saturar la capacidad de los servicios específicos de terapia intensiva.

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El Gobierno nacional extendió por un mes más el distanciamiento social, preventivo y obligatorio (Dispo), una disciplina que, necesariamente, deberá ser asumida por la ciudadanía dado que la pandemia COVID-19 no solo no está superada sino que su futura evolución es incierta. El balance de los diez meses de cuarentena en la Argentina es desalentador. Sin embargo, es de reconocer que, hasta ahora, en ningún distrito se llegó a saturar la capacidad de los servicios específicos de terapia intensiva.

La desorientación de los gobernantes, en cambio, se evidencia en las sobreactuaciones -como las políticas autoritarias y violentas denunciadas en Formosa- o las contradicciones en los anuncios. Las autoridades no deben hablar de más ni de menos, sino lo justo y necesario. La promesa formal del Presidente de tener diez millones de vacunados a fines de febrero no se está cumpliendo y eso se debe a que no tomaron en cuenta algunos criterios epidemiológicos elementales.

En primer lugar, debieron evitar la politización en plena pandemia, con ataques injustificables a la administración de la ciudad de Buenos Aires. Para enfrentar solidariamente al coronavirus hace falta ejemplaridad de parte de las autoridades, ya que el sacrificio que se exige a la población es muy grande.

La apuesta a la vacuna no puede ser motivo de una carrera electoral, sino un objetivo científicamente fundado. El virus va a detener su marcha cuando la vacunación sea masiva, pero para planificar las campañas deben tenerse en cuenta varios factores; en primer lugar, la posibilidad real de disponer de las dosis necesarias; el Ministerio de Salud de la Nación debió prever que el desarrollo de una vacuna segura demanda mucho tiempo, porque se trabaja con microorganismos proteicos desconocidos hasta ahora, frente a los cuales se ensaya con distintos abordajes químicos y genéticos. En el mundo faltan muchísimas vacunas y las pocas disponibles están mal distribuidas. La pandemia produjo uno de los impactos económicos más grandes en la historia del capitalismo; era de esperar, entonces, una frenética carrera científica y comercial de los laboratorios. La estamos viendo. A ese apuro de las empresas se sumaron los intereses geopolíticos de los gobiernos de muchos países, empeñados en ganar influencia y garantizar la vacunación de su población. No debería sorprendernos.

Los discursos contradictorios y las evidentes preferencias políticas que se observaron en nuestro país llevaron a embanderamientos nefastos a favor o en contra de determinadas marcas.

Sin arriesgar fechas, las autoridades deberían haber generado confianza en que las vacunas que se aplicarán, cualquiera sea su marca, contarán con todas las certificaciones del caso. Y que al país llegarían todas las que se pudieran conseguir.

La aceptación de una vacuna siempre es traumática. La antivariólica de Edward Jenner, a fines del siglo XVIII recién fue aceptada cuando Napoleón ordenó vacunar a todos sus soldados; Luis Pasteur dedicó diez años a probar la antirrábica en conejos antes de vacunar a un niño; en los años cincuenta, el icónico Elvis Presley se aplicó en público la vacuna Salk contra la poliomielitis para alentar a los adolescentes, que se resistían a recibirla. La parálisis infantil fue devastadora en casi todo el mundo de posguerra y la carrera por la vacuna entre Jonas Salk y Albert Sabin tuvo ribetes de competencia parecidos a los actuales.

El manejo de las políticas sanitarias requiere convicción y adhesión. Las rencillas enrarecen aún más un clima conflictivo creado por los movimientos antivacuna, que tienden a desacreditar a la medicina en general, con presidentes que minimizan el riesgo de la COVID-19, o con Nicolás Maduro, que promociona un mejunje doméstico atribuyéndole el carácter de "goticas mágicas".

A un poco más de un año de haber sido detectado el nuevo coronavirus, es necesario asumir que la "nueva normalidad" seguirá imponiendo sacrificios y que los gobernantes deben actuar con seriedad en esta y en todas las áreas de la política sanitaria del país, porque con el crecimiento de la pobreza y la caída de la economía las peores deficiencias suelen aparecer en la salud pública.

 

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