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Pirotecnia presidencial desde el Congreso y en pandemia

Martes, 02 de marzo de 2021 02:25

El discurso que Alberto Fernández leyó ayer en el Congreso puede leerse en varias claves. La más notoria es la falta de respuestas tranquilizantes acerca de algunas cuestiones que son prioritarias para la ciudadanía. En primer lugar omitió decir cómo se desarrollará en adelante el plan de vacunación contra el coronavirus; el tema no es menor, no por el escándalo del vacunatorio que funcionó en el ministerio de Salud sino porque el país es uno de los más lentos del mundo para aplicar las vacunas que consigue. El plan oficial preveía vacunar primero a los médicos, enfermeras y asistentes en contacto con enfermos, a los mayores de 80 años y luego a los mayores de 65, a policías y a los habitantes de barrios vulnerables. Un esquema pensado con criterios sanitarios y no meramente humanitarios. En grandes distritos del país, sin embargo, están vacunando discrecionalmente, empezando por los jóvenes militantes, y, a los demás, con un orden desvinculado de criterios sanitarios y ajustado al lugar que ocupan en la lista.

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El discurso que Alberto Fernández leyó ayer en el Congreso puede leerse en varias claves. La más notoria es la falta de respuestas tranquilizantes acerca de algunas cuestiones que son prioritarias para la ciudadanía. En primer lugar omitió decir cómo se desarrollará en adelante el plan de vacunación contra el coronavirus; el tema no es menor, no por el escándalo del vacunatorio que funcionó en el ministerio de Salud sino porque el país es uno de los más lentos del mundo para aplicar las vacunas que consigue. El plan oficial preveía vacunar primero a los médicos, enfermeras y asistentes en contacto con enfermos, a los mayores de 80 años y luego a los mayores de 65, a policías y a los habitantes de barrios vulnerables. Un esquema pensado con criterios sanitarios y no meramente humanitarios. En grandes distritos del país, sin embargo, están vacunando discrecionalmente, empezando por los jóvenes militantes, y, a los demás, con un orden desvinculado de criterios sanitarios y ajustado al lugar que ocupan en la lista.

Tampoco mostró un proyecto consistente para hacer frente a la grieta educativa, social y digital que deja el COVID 19.

Inseguridad y femicidios

Los femicidios y la violencia contra las mujeres han recrudecido y multiplicado con la pandemia. Es uno de los flancos débiles de su titubeante gobierno. Fernández eludió toda responsabilidad propia, acusó a los jueces, y pasó por alto las leyes abolicionistas que rigen en el país, y especialmente, la ausencia de políticas preventivas, que son responsabilidad de los gobiernos. También omitió hablar de la inseguridad cotidiana en los barrios, alimentada por políticas predispuestas a criminalizar a víctimas y policías y a victimizar a los delincuentes. Y disfrazó la omisión con argumentos etéreos.

Sin diagnóstico ni pronóstico

En los casi 15 meses que Fernández lleva en la presidencia el país tuvo una inflación de casi el 40% a pesar del derrumbe de la economía, mayor al 10% y uno de los peores en América latina. En ese lapso, la pobreza creció al 45 % y según organizaciones sindicales y sociales cercanas al oficialismo hay unos cinco millones de personas sin trabajo.

Es decir, el país está en una situación parecida a la de 2002, con un PBI per capita similar al de 1974, y la inversión de 2020, inferior al 10% del PBI.

En el Congreso, el presidente atribuyó la debacle a su antecesor, Mauricio Macri, y a la pandemia. Sostuvo que el principal problema es la inflación y que debe afrontarse con acuerdos sociales. En realidad, la inflación es un grave problema porque el peso no tiene respaldo en divisas y tratar de resolverlo emitiendo billetes al ritmo con que se hizo en 2020 solo lo profundiza. La inflación es un problema multicausal, como dijo el presidente, pero ¿por qué es para nosotros más grave que para el resto? ¿Por qué el kirchnerismo tuvo que distorsionar los datos del Indec para disimularla? ¿Por qué no la resolvió nadie en los 19 años transcurridos desde la caída de Fernando de la Rúa?

Como si se tratara de un documental de cualquiera de las últimas ocho décadas, Fernández habló de volver a las antiguas políticas de sustitución de importaciones, prometió ajustar el precio de las tarifas a la evolución de los salarios - como si la energía no tuviera costos -, y acusó a las empresas por los precios, como si YPF no tuviera nada que ver en los combustibles y el Estado, con la carga tributaria de la "mesa de los argentinos".

El mercado electoral

Finalmente, el presidente habló del "país federal". Alberto Fernández participó de varios de los gobiernos que, desde hace tres décadas, fueron desmantelando los servicios ferroviarios de carga, en beneficio de automotrices y transportistas. La economía se concentra día a día en la región central del país, que genera agrodólares. Y el interés político está puesto en el voto del conurbano.

La idea de desarrollo económico basado en las pequeñas empresas, en el subsidio a las producciones no competitivas y al consumo de los sectores populares muestra un horizonte que probablemente halague al Instituto Patria. Pero no resuelve el problema de la inversión productiva. Al gobierno nacional -a este y a sus antecesores- no le importa el país federal. Ayer, Fernández inauguró el año electoral y habló para la militancia. No habló como presidente, sino como jefe de campaña.

Y el discurso tuvo ese sello: describir una catástrofe - que es más grave que lo que él contó-, acusar al enemigo del pueblo, es decir, la oposición, la prensa, la Justicia, los grandes empresarios, y presentarse como redentor. Ahí se inspira su comparación con los próceres de la Independencia y con Perón en el terremoto de San Juan, en enero de 1944.

La ciencia política analiza, con esos parámetros, a los gobiernos populistas de derecha o de izquierda, que proliferan desde hace tiempo en distintos países y tienen como ejemplos a Donald Trump, a Alberto Fujimori y a Venezuela (esperanzada con Hugo Chávez y destruida después de 22 años de chavismo).

El discurso de Fernández estuvo dirigido a una militancia que cree en esos paradigmas.

También, a Cristina Fernández: su descomunal ataque a la Suprema Corte parecería la compensación por lo que Alberto no se anima a hacer: pedir al Congreso la amnistía que le recomendó Raúl Zaffaroni, quien piensa que es la única posibilidad de salvarla de una condena. Pero ese es un costo que ni Fernández ni muchos legisladores propios o cercanos quieren afrontar.

Ayer Fernández acusó de "pirotecnia verbal" a la oposición, mientras la agraviaba a cada minuto. Amenazó con una investigación penal contra Macri por la deuda, mientras prometía renegociar con el FMI, que sería de ese modo un co-

imputado. Reprochó a la Corte "falta de espíritu republicano" y elogió a un juez militante por una causa contra un fiscal que se volvió antipático.

Estas fragilidades conceptuales son preocupantes para el país. Porque el "populismo" es un término malgastado y desgastado, pero si esa es la opción del presidente, debería saber que el modelo necesita un líder y un mito. Lo que se escuchó ayer suena a pasado y a fábula; y a la vista no hay ningún líder, ni un rumbo.

 

 

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