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Menos ideología y más sensatez ante la pobreza y el desempleo

Sabado, 10 de abril de 2021 02:11

Hoy las actuales políticas públicas sobre la economía y la necesidad que crezca nuestra producción (PBI), desde lo político y académico están muy discutidas, concretamente se cuestionan y se discuten las actuales medidas tomadas y las que debería tomar el Estado, con dos corrientes de pensamiento distintas.

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Hoy las actuales políticas públicas sobre la economía y la necesidad que crezca nuestra producción (PBI), desde lo político y académico están muy discutidas, concretamente se cuestionan y se discuten las actuales medidas tomadas y las que debería tomar el Estado, con dos corrientes de pensamiento distintas.

Por un lado, los que entienden que se debe priorizar redistribuir la riqueza, y en la vereda del frente los que entienden que se debe procurar que el producto interno crezca en el actual contexto de tres años de recesión y diez de estancamiento que atraviesa nuestra economía

Los que defienden la redistribución de la riqueza opinan que la producción actual es suficiente para que no haya pobreza en la Argentina, obviamente una teoría pro-redistributiva, que coincide con el pensamiento y la práctica de varios políticos del oficialismo; en cambio otros analistas entienden que no se puede distribuir sin antes hacer crecer la torta que se quiere repartir, haciendo una clara alusión a que se debe buscar incrementar los niveles de producción, teoría que fue adoptada por el pensamiento económico liberal que en muchos puntos de análisis identifica a sectores de la oposición política.

La diputada Fernanda Vallejos, cercana a la vicepresidenta, opinó y fijó su postura sobre este tema diciendo que "un simple cálculo del PBI por habitante demuestra que la producción actual es suficiente para que ninguna persona sufra la pobreza". En su tesis, el problema es distributivo: a unos pocos les sobra lo que a demasiados les falta y resolverlo sería una solución a la crisis humanitaria que plantea la pandemia.

Ante este pensamiento distintos economistas, alineados o no con diferentes sectores políticos hicieron saber su opinión; así, la discusión se planteó en base a dos posturas:

a) Redistribuir la riqueza actual,

b) Priorizar hacer crecer el PBI

En sí mismos, estos dos criterios no son incompatibles, pero la discusión se da en fijar prioridades para crecer. Si hacerlo redistribuyendo o si primero será necesario hacer crecer la torta (producción) para una mayor distribución.

Todos coincidimos que la economía debe crecer, pero las opiniones se desencuentran en la forma como debe hacerse.

Los que piensan que hay que distribuir para crecer, están haciendo clara alusión a una re-distribución que, hipotéticamente, aumentará el consumo y creará demanda, que es la que define el crecimiento de las ventas; y, enfrente, están los que entienden que primero hay que hacer crecer la producción (torta) a través de la oferta para que la economía se expanda.

Pero el crecimiento no se produce por arte de magia. De lo contrario, bastaría con imprimir billetes para convertirnos en potencia económica. Pero el pensamiento adolescente suele concluir en desilusiones.

Crecer, por supuesto, nos permitirá salir del conflicto permanente. Para lograrlo, será necesario tener una macroeconomía ordenada. Hoy, la Argentina es el país macroeconómicamente más inestable, solo superado por algunas naciones que atraviesan profundas transiciones estructurales.

Se trata de una meta que requiere involucrar a todos, gobierno, políticos, empresarios, sindicatos, organizaciones intermedias y hasta libres pensadores de la sociedad, para poder crecer durante varios años, sirviéndonos de experiencia los vaivenes que tuvimos en los últimos tiempos que no nos permitió mejorar los ingresos de todos los argentinos.

Si entendemos que la economía no sirve si no está al servicio del hombre, estos análisis no tendrían sentido, ya que si crece la desigualdad y la pobreza, el humor y los conflictos sociales también lo harán.

Y el crecimiento tiene una condición: un marco de estabilidad jurídica y seriedad política que nuestro país no exhibe, y por eso espanta a las inversiones de capital.

Es interesante mencionar la opinión del ministro de Economía, Martín Guzmán, cuando se le consultó si con crecimiento económico se bajara la pobreza; sostuvo que es un eslogan y no está bien; que el crecimiento debe ser compartido y debe haber una acción fuerte del Estado, una definición de reglas de juego claras para que la distribución de los frutos del crecimiento sea equitativa. Tiene que haber políticas sociales de inclusión activa, (educación profesional, estímulo a la inversión y generación de puestos de trabajo) para que haya trabajo decente para todos.

Repartir los fondos del Estado solo se tradujo, hasta ahora, en aumento del gasto, caída del PBI y multiplicación de la pobreza. Basta ver los balances de las últimas dos décadas.

El gobierno debe ejercer adecuadamente su función en la estabilización y en la redistribución de un crecimiento económico federal, inclusivo y sostenible; sabemos que es difícil hacerlo en un marco de sabana corta o de depresión, pero con el crecimiento de la economía se van resolviendo la mayoría de los problemas sociales y las presiones disminuyen, pero para ello necesitamos políticas que mejore la calidad de vida de todos los ciudadanos.

El debate que se está dando en nuestro país respecto al vínculo entre crecimiento y redistribución es bastante claro, concretamente lo que necesitamos saber si la redistribución genera un proceso de crecimiento, pensando que, si solo redistribuimos sin crecimiento, el reparto llega enseguida a su límite.

No se trata de sacarle a los que más tienen para darles a los que tienen menos; hoy en Argentina no tenemos un nivel de ingresos para poder vivir con lo que se tiene, necesitamos crecer con inversiones, generar puestos de trabajos genuinos y aumentar las exportaciones, entre los objetivos más importantes.

Subsidios y pobreza

Cuando analizamos la redistribución, lo primero que pensamos es en la cantidad de subsidios que el gobierno permanentemente está implementando pudiéndolos dividir en económicos y sociales. Los económicos son los que se usan para mantener congelados los precios de algunos servicios como electricidad, gas o el transporte.

Los sociales, algunos imprescindibles, como la AUH, y otros lógicos, como el programa ATP que se suspendió.
Lo cierto es que existen muchos subsidios que explican una parte importante del déficit fiscal. La concepción ideológica que lleva a pensar que cuando el Estado paga subsidios, no los paga nadie, es un error. Por ejemplo, si no se paga el transporte por su valor real, lo termina pagando la sociedad con algún mecanismo ya sea inflación, presión tributaria, endeudamiento u otra variable contemplada en la macroeconomía que además aumenta la pobreza. 
¿Quiénes son los beneficiarios de los subsidios a las tarifas energéticas? Los que tienen piletas climatizadas y gran número de acondicionadores de aire. Es decir, los sectores de mayores ingresos. Y esos subsidios son financiados con IVA y otros impuestos al consumo, que terminan encareciendo la canasta básica por la inflación.
No hay que divinizar el reparto ni satanizar al capital.
Desde hace más de treinta años, Argentina ha generado un bajo crecimiento, inferior al resto de nuestros vecinos, y no solo no pudo superar la pobreza, sino que el número de pobres e indigentes aumentó más acá que en el resto de la región. 
No podemos seguir discutiendo el origen de la inflación, echarle la culpa al Fondo Monetario Internacional (FMI) o debatir si es mejor una economía de mercado, un Estado que absorba todo o un sendero más moderado. Debemos, debemos discutir el rumbo de nuestra economía y ponernos de acuerdo en el diagnostico para elegir los instrumentos para lograr un equilibrio económico y social con políticas que perduren en el tiempo; es decir políticas de Estado. Es hora de mirar para adelante.
Además de la pérdida de vidas humanas y la poca coordinación de políticas económicas, la pandemia está influyendo negativamente en las decisiones de gobierno, ya que induce a pensar que las políticas intervencionistas están nuevamente en vigencia en todo el mundo y que las laxas políticas fiscales y monetarias sirven para garantizar el crecimiento de la demanda y la generación de fuentes de trabajo genuino.
La prudencia y la responsabilidad social obligan a buscar un sabio camino, el de la moderación y el realismo, puestos al servicio de la construcción de una economía que esté al servicio del hombre. 
Vayamos pensando

- Julio Moreno es empresario, exdocente de la UCASAL y diputado provincial por Ahora Patria
 

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