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Dirigencia política en la era del vacío

Viernes, 30 de abril de 2021 00:00

El Gobierno fracasa porque no hay aspiración de grandeza sino de riqueza.

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El Gobierno fracasa porque no hay aspiración de grandeza sino de riqueza.

Un breve repaso a la biografía de los funcionarios dará cuenta de sus orígenes populares, de sus tiempos de limitaciones económicas y de vecino común.

Pero alcanzar la función pública, particularmente en los altos cargos, pareciera provocar una confusión que los induce a pensar que han pasado a formar parte de cierta aristocracia, aunque la ausencia de nobles sentimientos en estos individuos no les alcanza más que para integrar una nueva forma de oligarquía.

Una oligarquía, por su condición de forma corrupta de gobierno, asumirá necesariamente prácticas corruptas, porque sus individuos no conocen la cuestión de clase sino que intentan formar una. Así es como se forman estos consorcios políticos donde todos, sin distinción de ideales ni ideologías, terminan por ejemplo- habitando los mismos barrios privados en zonas exclusivas. Extraña paradoja donde el de izquierda termine viviendo como un burgués y el neoliberal se avecina con el que le manda a quemar cubiertas en las calles. Como se ve, allí no hay grandeza sino sólo riqueza.

Estas "neooligarquías" carecen del cultivo de la instrucción. En su mayoría las forman sujetos avenidos por el mero ejercicio del poder. De allí que estos gobiernos hilen periodos de fracaso tras fracaso, porque al no tener razón de Estado, este Estado termina siendo su razón, que es tan pequeña como el círculo gobernante que resulta.

Se instala entonces la mediocridad como medida de todas las cosas, y el mediocre, por un carácter de defensa propia, es soberbio. Por eso, los gobernantes tienden a rodearse de ministros, secretarios y asesores de poca monta intelectual, porque temen al que sabe más. El saber ajeno los desequilibra. Cuando en realidad, si tuvieran grandeza se rodearían de los mejores elementos de la sociedad en todas sus materias para salvar esa mediocridad. Pero no, prefieren el rezago formado por amigos.

El pueblo es el que termina sufriendo el costo social de la mediocridad gobernante. Categorías como la educación y la salud, determinantes para el futuro de una sociedad se hallan en manos de seres obtusos, que pretenden gobernar sus espacios con el imperio del voluntarismo teocrático antes que por el uso de la razón científica. Por eso los pueblos terminan agobiados y menesterosos, porque la necedad de sus dirigentes los convierte en siervos de la gleba en lugar de ciudadanos de un mundo que ha ingresado en la era de la robótica. La ausencia de Dios en el gobierno es tan mala como la presencia sobreabundante. Un Estado gobernado por ateos no tiene destino, como tampoco lo tiene aquel donde sus hombres tienen la sesera en lugar de llena de neuronas ocupadas por la Hostia. La medida es el "justo medio de la prudencia" que recomienda Aristóteles.

 

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