¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

21°
16 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Ni blanco ni negro: ­color grieta!...

Viernes, 10 de septiembre de 2021 02:40

Banquinas y colores. En varias notas anteriores se hizo referencia a que los argentinos transitamos por las banquinas en lugar de hacerlo por la carretera principal, como lo hacen la casi totalidad de las economías del mundo ("­las banquinas son argentinas!" ...).

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Banquinas y colores. En varias notas anteriores se hizo referencia a que los argentinos transitamos por las banquinas en lugar de hacerlo por la carretera principal, como lo hacen la casi totalidad de las economías del mundo ("­las banquinas son argentinas!" ...).

Otra forma de decir lo mismo, es planteando que nos inclinamos por el color blanco algunos, y por el color negro otros, dejando en el medio un fecundo espacio de grieta, que podría ser hora de rellenarla de una vez, habida cuenta de que el tránsito por los colores extremos no nos ha dado más resultado que el recurrente reemplazo de unos por otros, sin poder avanzar desde largas décadas atrás.

Sin perjuicio de intentar, desde estas líneas, sugerir algunas ideas para buscar la forma de un nuevo tránsito más provechoso incursionando por los colores "grises", no está de más efectuar un repaso de por qué los colores lóbregos (aunque uno de ellos sea blanco) no son las banquinas adecuadas para recuperar el terreno perdido y mejorar las condiciones de vida de la sociedad.

El color blanco

Desde la "banquina blanca" se plantea que la forma de resolver los problemas que acarrean el elevado déficit fiscal, la inflación, el desequilibrio externo y otros, es "el ajuste", que aunque se evite darle este nombre, sería "la solución" a nuestros males: reducir el gasto público y la emisión monetaria, porque "lo que el gobierno no va a gastar, las empresas lo reemplazarán con nuevas inversiones".

Por otra parte, cuando tímidamente se advierte a los economistas que proponen estas soluciones que los despidos generalizados o la pauperización de los jubilados que se necesita efectuar para bajar el gasto público generará desocupación y caída del consumo, la respuesta es que si se reduce el consumo "necesariamente" va a aumentar el ahorro, ya que las alternativas de uso del ingreso (una vez pagados los impuestos) son solamente esas dos.

Por supuesto, si el economista encargado de defender estas ideas "superadoras" es algo fundamentalista, simplemente nos contestaría, enfurecido y despectivamente: "­keynesiano tenía que ser!..."

En la práctica

Puestas en práctica estas ideas u otras parecidas, sin duda menos energúmenas y supuestamente más sensatas, como la reducción del déficit por la vía de un sinceramiento de las tarifas, el reemplazo de la emisión directa de dinero por el endeudamiento externo para financiar el déficit fiscal, el ahorro de los costos de la corrupción en la obra pública y algunos gastos de gobierno prescindibles, una vez que se advierte que pese al esfuerzo fiscal que logra una sustancial baja del déficit, la inflación no cede (por el contrario), el temor entonces de que el endeudamiento externo resulte a tasas más elevadas y difícil de ser honrado (el temido "default"), lleva a "los agentes económicos" -muchos de ellos los propios bancos rebosantes de pesos que no pueden prestar porque las elevadas tasas de interés que inducen a los ahorristas a efectuar depósitos tornan al mismo tiempo prohibitivos los créditos- a comprar dólares "por las dudas".

Como es sabido, el resultado de estas políticas es una disparada del dólar, seguida de otra de los precios ("espérenme que los alcanzo"...) y a renglón seguido, elecciones de por medio, el reemplazo del gobierno "ajustador" por otro que va a llenarnos la heladera, abaratar el asado y hacernos de una buena vez felices los cua ... renta y cinco millones...

El problema, desafortunadamente, es que este nuevo gobierno "keynesiano", o, más rigurosamente, perteneciente a la "banquina del frente", o color negro, que más apropiadamente es simplemente "populista", carece absolutamente de toda idea de cómo se organiza la economía, contando solamente con "el rechazo a los ajustes" como programa de gobierno y aplicando las herramientas de política económica del "vamos viendo", mientras cuela lo mismo el ajuste por la ventana.

El "color grieta"

Raúl Alfonsín decía que no aceptaba las soluciones extremas y la división de la sociedad en banquinas: "no me vengan con vereditas", sostenía, en alusión al mensaje de entonces de Carlos Menem, quien hacía referencia a "estar en la vereda de enfrente" respecto a "viejas políticas" y proponer un mensaje "moderno" a la sociedad.

Alfonsín, en cambio, ofrecía transitar el ancho campo de las calles en vez de las "vereditas", en alusión a la necesidad de buscar caminos de reencuentro y de síntesis como forma de superar los problemas estructurales: la crónica inflación y sus secuelas de estancamiento de la economía, desempleo y pobreza en aumento. ¿Cuál sería ese "camino del medio" entre las arraigadas, endémicas y enfermizas banquinas?

Debería ser evidente, por una parte, que "la banquina del ajuste" no conduce a ninguna parte, no sólo por los resultados traumáticos que ha provocado todas las veces que se la ha transitado, sino porque contiene inconsistencias internas contundentes que ya las había señalado Keynes hace casi 100 años, más allá de que algunos economistas energúmenos lo tilden de ignorante e intrascendente, en una actitud que los psicólogos denominan "proyección": atribuir a otros lo que es uno mismo.

En efecto, que el gobierno gaste menos no equivale a que las empresas inviertan más: menos gasto son menos ingresos para los despedidos o jubilados que se han pauperizado, o sea, menos ventas de las empresas; luego, menos producción e inversión. 
Otro tanto ocurre con las familias: los despidos representan menos ingresos y por eso se consume menos, no porque se decida ahorrar más. Además, las familias no solo consumen y ahorran, sino que también conservan efectivo si no hay inflación, o dólares si la moneda propia no inspira confianza (por eso, los norteamericanos, que sí tienen confianza en su moneda, ¡también conservan dólares en efectivo!). 
La solución entonces, la ofrece el mandato bíblico: “ganar el pan con el sudor de tu frente”; no, ganarlo (quienes no trabajan) con el sudor de “otra” fuente (los que trabajan), como propone el populismo banquina Negra, ni tampoco no poder ganarlo, porque nos han despedido del trabajo, como propone la banquina Blanca.
Evidentemente, la forma de superar el desempleo es creando trabajo a través de inversiones genuinas manteniendo el consumo. 
El déficit fiscal se cierra generando más exportaciones al cobrar menos retenciones por unidad, pero que posibilitan mayores ingresos fiscales por ventas más elevadas; el déficit externo también se aliviaría por este mecanismo unido a la liberación de los cepos: es cierto que los viajes de los argentinos al exterior consumen divisas, pero no es menos cierto que, a la recíproca, los extranjeros que ingresen, que son más que nosotros y de mayor poder adquisitivo, equilibrarán con creces este drenaje. 
Sin duda, aplicar imaginación y ciencia aporta mejores soluciones que la soberbia agresiva en Economía, y por supuesto, que la ignorancia supina de los populistas.
Es hora de que advirtamos que, aunque la inflación y otros muchos problemas lastiman a la mayoría, es evidente que las soluciones genuinas perjudican a quienes las han boicoteado todas las veces que se han intentado. 
Es hora pues de unirnos para torcer esta larga historia de decadencia nacional.

 

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD