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14 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Nuestro gran desafío: más democracia y más desarrollo

Sabado, 31 de diciembre de 2022 01:29

Comienza 2023, el año en que se cumplirán cuatro décadas desde el restablecimiento del sistema democrático. Un ciclo inédito de continuidad en el Estado de derecho en un país que durante 53 años había vivido una sucesión de dictaduras y democracias condicionadas, donde las Fuerzas Armadas ejercían un poder que la Constitución no les confiere. Medio siglo de autoritarismo y de relativización de la Ley, la Justicia y la pluralidad.

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Comienza 2023, el año en que se cumplirán cuatro décadas desde el restablecimiento del sistema democrático. Un ciclo inédito de continuidad en el Estado de derecho en un país que durante 53 años había vivido una sucesión de dictaduras y democracias condicionadas, donde las Fuerzas Armadas ejercían un poder que la Constitución no les confiere. Medio siglo de autoritarismo y de relativización de la Ley, la Justicia y la pluralidad.

Desde 1983 se votó cada dos años y las grandes crisis de gobernabilidad fueron resueltas dentro del marco institucional. Pero la democracia es mucho más que poder votar. Es una cultura del respeto por la libertad del otro, dentro de los límites que establece la Ley. Es un sistema de Gobierno donde nadie tiene el poder absoluto y todos aceptan los límites y el contralor institucional. Un sistema regido por el principio de la igualdad ante la ley y del respeto irrestricto a las obligaciones y la dignidad de la representación republicana.

Aquella herencia autoritaria ha perdurado en estos cuarenta años. Las enormes dificultades del país para construir un federalismo genuino, una economía equilibrada y una sociedad equitativa es atribuible a la escasez de liderazgos democráticos, con convicción republicana.

Los indicadores sociales y económicos con que cierran los primeros 22 años del siglo XXI son desalentadores. Eso no es atribuible a la democracia ni se resuelve con "mano dura". La frustración que debemos remontar para sostenernos como país libre y democrático se asocia con los malos hábitos de nuestra cultura política, practicados por las dirigencias y naturalizados entre la ciudadanía. Un país al margen de la Ley, como lo definió el jurista Carlos Nino, uno de los artífices del histórico juicio contra las juntas militares y contra toda forma de terrorismo.

Solo respetando la Ley sin claudicaciones podremos retomar el camino de la prosperidad, el que emprendieron muchas generaciones de argentinos desde la constitución del Estado nacional.

Este año nuevo, un año electoral, obliga a pensar en esos indicadores de pobreza, en el deterioro educativo, la degradación del empleo y del poder adquisitivo del salario, la exclusión progresiva de enormes sectores de la sociedad y el crecimiento del crimen organizado. En 1983, las consecuencias de la violencia autoritaria nos hicieron sentir que, como sociedad, estábamos tocando fondo. La crisis social actual también nos coloca en una situación límite.

En la sociedad se percibe el hartazgo con la política y un progresivo descreimiento de la democracia. El ciudadano no soporta más a una dirigencia engolosinada con sus privilegios y ya no cree en promesas, por halagüeñas que sean.

Pero a los argentinos, en general, no los atrae la anarquía, que es la destrucción del orden legal, ni los ideologismos detrás de los cuales se esconde un nuevo autoritarismo. Por cualquiera de esos senderos, nuestro país se encamina a convertirse en un Estado fallido. Las dictaduras militares nunca hicieron las revoluciones ni las restauraciones que prometían; todas fracasaron porque se sustentaban en pedestales de barro, ya que eran intrínsecamente anticonstitucionales. Sin embargo, esos autoritarismos anacrónicos reaparecen hoy en muchos países, en democracias desencantadas donde cunde la tentación por el aislamiento, la guerra y el despotismo. Esa regresión también nos amenaza y está latente entre nosotros. Nuestra esperanza está puesta en la posibilidad de un cambio, no de personas, sino de valores y expectativas.

Todo debe comenzar por la reconstrucción de los partidos políticos como base de la representación ciudadana, la ética pública, la consolidación de la independencia y los límites de los tres poderes del Estado. Por ese sendero será posible sostener la paz social, construir la seguridad jurídica y recuperar la calidad de vida, condiciones básicas para sumarnos a la dinámica del mundo contemporáneo y avanzar decididamente hacia el desarrollo humano.

 

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