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Es la educación, estúpido

Sabado, 19 de marzo de 2022 00:00

"Educar al soberano". Es la frase que se atribuye a Domingo F. Sarmiento, aquel gran estadista que vislumbró un país próspero a partir del cultivo incesante de esa materia gris que aguarda en estado virginal el abono fértil de la educación.

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"Educar al soberano". Es la frase que se atribuye a Domingo F. Sarmiento, aquel gran estadista que vislumbró un país próspero a partir del cultivo incesante de esa materia gris que aguarda en estado virginal el abono fértil de la educación.

"Trabajemos la patria en los niños", como diría el Dr. Joaquín Castellanos, no es sino la expresión de una misma idea. Es decir que a toda cosecha, precede el cultivo, y es esta tarea ardua labor de hortelano. Cultivar es labrar, es sembrar, regar y aporcar, es desbrozar y podar, en definitiva, valgan las metáforas para nuestros educadores, responsables de los frutos del huerto argentino. No es casual que "cultura" derive de "cultivo", palabra que lejos de pretender revelar la vulgar receta para el éxito social, o el arcano secreto para la superación personal, trasciende los acotados linderos de la egolatría para elevarse hacia una atmósfera amplia y generosa de la cual devienen nobles y desprevenidos gestos solidarios.

Es la educación el surco que abre las sementeras germinales de una civilización superior, reconociendo en todos los males su raíz primigenia, la ignorancia. Ya sostenía Sócrates "No hay hombres malos, sino ignorantes".

Ahora bien, cabe distinguir la educación como un proceso imprescindible en el cultivo de nuestra juventud de aquel otro proceso pedagógico: la instrucción.

La primera, si bien puede ser el objeto de nuestras instituciones educativas es impartida fundamentalmente desde nuestros hogares como desde la sociedad misma a partir de hábitos y costumbres sociales, en otras palabras desde la ejemplaridad.

La instrucción, en cambio, se concreta con la mera transmisión al educando de simple información o datos, ejercicio que prescinde de moralidad, por lo que conlleva el riesgo de incurrir en vicios de adoctrinamiento. Cabe tener presente esta distinción, ya que de una buena educación devienen buenas costumbres y las buenas costumbres hacen prescindibles las leyes.

No hay hombre libre sin valor moral; quien no lo posee es psicológicamente esclavo. "Hay que combatir el hambre y la ignorancia, porque el hambre se vende y la ignorancia se equivoca" (J.B. Alberdi).

Así la educación implica la libertad del ciudadano, y una sociedad que apuntala la formación de sus individuos accionando solamente la escueta polea de la instrucción, favorece la prevalencia de un aspecto técnico y utilitario por sobre el plano ético, responsable de la razón y sentido de aprendizaje en el individuo.

Así lo entienden las grandes naciones orientales, como Japón por ejemplo, que cristaliza su cultura de secular tradición a través de este irreemplazable proceso de enseñanza que es la educación. O como los inmigrantes chinos, que ponen sus hijos al cuidado de sus abuelos para garantizar la "transmisión directa" de su cultura a las generaciones nuevas, como trasvasando el viejo vino a nuevas ánforas.

Y qué decir de los países nórdicos, que erigen en el maestro el arquetipo social de ciudadano respetable y ejemplar, colocándolo en la preeminencia de tantos oficios por concebir esta tarea como honorable y por ende con enorme responsabilidad social.

Argentina, habiendo trastornado el ciclo educativo de nuestros niños a partir de sórdidos berrinches sindicales o tras absurdos y arbitrarios confinamientos, no solo privó de un derecho elemental a la juventud, sino que además detonó en esta población un sinfín de efectos colaterales al no advertir las bondades que propicia la escolarización.

Hoy la oquedad de aquellos irrecuperables períodos nos interpela con la mirada fugitiva del traicionado. Mientras tanto, desde estas latitudes celebramos una medida inmediata que toman países europeos como España para con los niños y jóvenes refugiados de Ucrania: su escolarización inmediata.

Por sus frutos conoceréis al árbol...

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