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Viaje al país del carnaval 

Viernes, 08 de abril de 2022 02:36

Hace unos años tuve la oportunidad de vivir un carnaval en el interior de Brasil, despoblado de turistas, en la ciudad minera (Mina Gerais) de Poço de Caldas, ubicada unos 265 km al norte de la capital paulista. 
Participé de esa fiesta como espectadora viendo cómo un grupo de gente feliz bailaba avanzando detrás de un carro alegórico en el que habían invertido horas de sueños y de trabajo para lucirse en esta jornada triunfal. 
Observé los grupos ansiosos antes de entrar al desfile: una adolescente con un niño a cuestas, una mujer corriendo detrás de un chiquillo que repartía banderitas de Brasil. Mujeres y hombres ataviados con disfraces; hombres y mujeres de edad avanzada, con brillos en los ojos recordando los buenos carnavales de su juventud. 
Este rito de inversión por excelencia que analiza Roberto Da Matta en su libro “De malandros, ritos y carnaval” genera la posibilidad de ser otro al menos por unas horas y sentir que uno puede serlo sin impedimentos. 
El antropólogo brasileño analiza entre otros ritos el del carnaval, el descontrol de esos días, la posibilidad de ser otro, el pobre siendo rey, la fea siendo linda, el rico disfrazado de mendigo, los hombres de mujeres y todo el mundo mostrándose sin importar si los abdominales están marcados, si se tienen kilos de más, o las cicatrices horrorosas de los días normales. Además del carnaval, el fútbol y la cocina son considerados parte de la cultura popular en Brasil. 

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Hace unos años tuve la oportunidad de vivir un carnaval en el interior de Brasil, despoblado de turistas, en la ciudad minera (Mina Gerais) de Poço de Caldas, ubicada unos 265 km al norte de la capital paulista. 
Participé de esa fiesta como espectadora viendo cómo un grupo de gente feliz bailaba avanzando detrás de un carro alegórico en el que habían invertido horas de sueños y de trabajo para lucirse en esta jornada triunfal. 
Observé los grupos ansiosos antes de entrar al desfile: una adolescente con un niño a cuestas, una mujer corriendo detrás de un chiquillo que repartía banderitas de Brasil. Mujeres y hombres ataviados con disfraces; hombres y mujeres de edad avanzada, con brillos en los ojos recordando los buenos carnavales de su juventud. 
Este rito de inversión por excelencia que analiza Roberto Da Matta en su libro “De malandros, ritos y carnaval” genera la posibilidad de ser otro al menos por unas horas y sentir que uno puede serlo sin impedimentos. 
El antropólogo brasileño analiza entre otros ritos el del carnaval, el descontrol de esos días, la posibilidad de ser otro, el pobre siendo rey, la fea siendo linda, el rico disfrazado de mendigo, los hombres de mujeres y todo el mundo mostrándose sin importar si los abdominales están marcados, si se tienen kilos de más, o las cicatrices horrorosas de los días normales. Además del carnaval, el fútbol y la cocina son considerados parte de la cultura popular en Brasil. 


Fue sorprendente ver cómo se movían aquellos cuerpos al son de la música, detrás de los carros gigantescos representando vivencias de la vida cotidiana que en el carnaval se transforman en algo monumental, exagerando la representación. 
Bailar, beber, reír, dejar fluctuar el instinto sin represión. Disfrutar al menos por unos días esa sensación de libertad, para volver luego al día a día y continuar reforzando los ritos que marcan las diferencias, esas que desaparecen por arte del carnaval. 
Sin ser el fastuoso carnaval de Río ni el de Bahía o el de Olinda, caracterizados como los más importantes de Brasil, el de Poço de Caldas me ofreció la posibilidad de vivirlo más de cerca, de entrecasa. Un carnaval de la gente para la gente; ni para los medios ni para los turistas. Igualmente sorprendente y fastuoso. 
Además de vivir el carnaval pude pasar unos días que me permitieron “comprobar” la generosidad por la que son conocidos lo habitantes de Minas Gerais y disfrutar de las aguas termales, que son el principal atractivo de Poço de Caldas, junto a sus paisajes bellísimos y la tranquilidad de esta ciudad minera que intenta captar la atención de aventureros y amantes de lo natural. 

 Un poco de historia

En el siglo XVII se descubrieron las primeras fuentes de aguas “raras” con propiedades curativas en lo que hoy es Poço de Caldas. En 1886 comenzó a funcionar en la ciudad la primera casa de baños para aliviar enfermedades cutáneas abasteciéndose de agua proveniente de la Fonte Dos Macacos. En tanto el juego de azar no era considerado ilegal en Brasil, Poço de Caldas crecía y crecía. En ella se daban cita personalidades de la época. Hoy se puede visitar el Palace Hotel, que conserva amoblada una habitación que usaba el expresidente brasileño Getulio Vargas, imitación de su suite en el Palacio Catete en Río de Janeiro, cuando la capital del país era el paraíso carioca. Además, testigo de la época de esplendor, la piscina térmica construida en un suntuoso salón climatizado con columnas de mármol de Carrara. 
Pasaron por el Palace Hotel la inolvidable Carmen Miranda, Rui Barbosa, Santos Dumont y el presidente Juscelino Kubitschek, aquel que impulsara y llevara a cabo el traslado de la capital del país a Brasilia. 
En 1946 la prohibición del juego en el país y el descubrimiento del antibiótico tuvieron un impacto negativo en la economía de la ciudad: las aguas termales, antes recetadas para tratar enfermedades, fueron reemplazadas por antibióticos. Pero la belleza de la ciudad no podía esconderse y pasó a ser destino casi obligado en Brasil para pasar allí la luna de miel. Así también cambiaron los visitantes de la ciudad, de fastuosos aristócratas a gente de clase media. 
Hoy, la ciudad de clima agradable y gente hospitalaria ofrece desde el llamado turismo de eventos, hasta de aventura, deporte y el llamado turismo religioso. 
 

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