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El domingo, Colombia elige entre dos populismos

Viernes, 17 de junio de 2022 02:23

La carrera presidencial colombiana luce muy apretada y, en cualquier caso, su desenlace preocupa: es un auténtico duelo entre dos hombres de orientación populista. Colombia tiene una democracia deficitaria, no se desconocen sus debilidades, pero también tiene en su haber cierta fortaleza institucional y tradición constitucional que la diferencian de una buena cantidad de países latinoamericanos y que le han permitido mantenerse a flote en una región atravesada por populismos que acusan su parentesco, así como evolucionar cuando otros sistemas se convertían en regímenes híbridos, se sumergían en el autoritarismo o directamente no han logrado alcanzar ni siquiera el estadio de democracia deficitaria.

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La carrera presidencial colombiana luce muy apretada y, en cualquier caso, su desenlace preocupa: es un auténtico duelo entre dos hombres de orientación populista. Colombia tiene una democracia deficitaria, no se desconocen sus debilidades, pero también tiene en su haber cierta fortaleza institucional y tradición constitucional que la diferencian de una buena cantidad de países latinoamericanos y que le han permitido mantenerse a flote en una región atravesada por populismos que acusan su parentesco, así como evolucionar cuando otros sistemas se convertían en regímenes híbridos, se sumergían en el autoritarismo o directamente no han logrado alcanzar ni siquiera el estadio de democracia deficitaria.

En los días previos a la primera cita electoral tuve ocasión de coorganizar y moderar un conversatorio en el Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga (ICP). El encuentro contó con las muy pertinentes participaciones de Loris Zanatta (Universidad de Bolonia), Gustavo Duncan (Universidad EAFIT), Malcom Deas (Universidad de Oxford) y Carlos Chacón (director académico del ICP), quienes aproximaron sus reflexiones y análisis respecto a la coyuntura electoral colombiana, el impacto del populismo en América Latina y los riesgos que entraña un gobierno de estas características para la estabilidad de la nación sudamericana.

En los días posteriores a la jornada electoral del 29 de mayo, dos análisis se ocuparon de ilustrar con gran precisión los antecedentes, el porqué de los resultados y los efectos que esta elección tendrá sobre el país. Por un lado, el analista internacional Andrés Oppenheimer refirió "el fin de una era en Colombia" y, por el otro, el investigador principal para América Latina del "think tank" Real Instituto Elcano, Carlos Malamud, observó que "Colombia gira hacia el populismo".

Oppenheimer y Malamud tienen razón: gane quien gane, Colombia tendrá un presidente populista que pondrá a prueba sus instituciones. Gustavo Petro era amigo del populista venezolano Hugo Chávez y le gusta la Cuba castrista; a Rodolfo Hernández le gusta el populista presidente salvadoreño Nayib Bukele. Hernández, quien ha enfrentado múltiples investigaciones disciplinarias en la Procuraduría y está imputado en la Fiscalía por corrupción, va a salvar y a sanear el país y se propone liberarlo de la corrupción; Petro va a redimir al pueblo y a establecer una suerte de paraíso en tierra colombiana.

Dos perfiles

Hay que decir, no obstante, que Petro es un político reconocido y con gran trayectoria, lleva cuatro años haciendo campaña, desde la pasada contienda de 2018 cuando fue derrotado por Iván Duque. Ahora podría ser derrotado por un recién llegado de 77 años. Hernández es un empresario del sector de la construcción, fue alcalde (entre 2016 y 2019) de la ciudad intermedia de Bucaramanga.

En sus expresiones soeces y en sus formas a veces brutales, evoca cierto aire a Donald Trump, pero este apenas es perceptible en la superficie.

Como cabe esperar, los populistas colombianos tienen mucho más en común con los populistas latinoamericanos, son familia, de ahí las afinidades, las simpatías, los parecidos.

El ingeniero Hernández, como todos le llaman, se negó a participar en debates con los demás candidatos y frente a la demasía de un Petro que alcanza el clímax en la plaza pública y que se funde con su pueblo en las multitudes y los abrazos, emerge un Hernández sin plaza, pero con TikTok y mucho movimiento en las redes sociales.

Hernández entró a disputar el terreno de la emotividad en el que tan bien se mueve el petrismo: enarbola la lucha contra la corrupción, desprecia a los partidos tradicionales, al establecimiento, sus instituciones y a sus élites. Además, tiene una agenda que incluye propuestas de corte socialdemócrata y progresista como el mismo Petro reconoce.

En ese sentido, sostiene el candidato Petro, Hernández tendría el qué, pero no el cómo, mientras que él, Petro, sería portador de las condiciones que se precisan para gobernar y generar cambios que realmente tengan el impacto esperado.

Tan convencido como necesitado, Gustavo Petro se animó a invitar a Rodolfo Hernández a alcanzar un gran acuerdo nacional, gane quien gane. Hernández afirma que irá solo hasta el final, pero que todos los votos son bienvenidos.

Números y resultados

La resolución 2.979 de 2022, emitida por el Consejo Nacional Electoral (CNE), confirmó que las mayores votaciones de la primera vuelta presidencial celebrada el 29 de mayo fueron las de Gustavo Francisco Petro y Francia Márquez, en representación del Pacto Histórico que reúne a las agrupaciones de izquierda, con 8.542.020 votos, equivalentes al 40,34% de la votación. Y, en segundo lugar, Rodolfo Hernández y Marelen Castillo, por el movimiento ciudadano Liga de Gobernantes Anticorrupción, con 5.965.531 votos, equivalentes al 28,17 % de la votación.

Transcurrida una semana de la primera vuelta presidencial, las encuestas daban empate técnico entre Petro (45,6%) y Hernández (47,6%), con una ligera desventaja para el Pacto Histórico y un porcentaje elevado para el voto en blanco, alrededor del 6,8%, que podría abarcar a quienes aún están indecisos.
Estaba claro, al término de la jornada electoral, que Petro no tenía demasiado margen de crecimiento, su apuesta desde siempre estuvo orientada a ganar en primera vuelta porque es consciente de que en segunda no lo tendrá fácil. Su militancia más radical se propuso desprestigiar la candidatura de Sergio Fajardo y esos esfuerzos sumados a los propios errores de la coalición centrista rindieron frutos. El petrismo también se encargó de que no quedara duda respecto a que Federico Gutiérrez, exalcalde de Medellín, era la continuidad en un país cansado que desde la elección anterior venía mostrando evidentes signos de agotamiento.

Ya no hay dudas: Colombia quiere probar algo nuevo, reclama cambio, incluso quiere degustar la ruptura y se aboca a la incertidumbre de las grandes promesas. ¿Quería populismo? ¡Votó a populistas! ¡Tendrá populismo!
En los últimos días, Petro ha sumado apoyos del desvertebrado centro y centro izquierda que votó a Fajardo y algunos apoyos de tendencia liberal y del ’neoliberalismo’ que desprecia y que se propone combatir. Hernández ha tenido mayor margen de crecimiento y, según sondeos, uno de cada siete electores de Gutiérrez estaría dispuesto a votar por Hernández. Sin embargo, los apoyos sumados tampoco han sido suficientes para marcar una distancia significativa respecto a Petro.
Por otra parte, no hay que perder de vista que, desde hace varios años, analistas han advertido los riesgos de una eventual presidencia de Gustavo Petro y del salto al vacío para la nación colombiana. El candidato de izquierdas es criticado por la inviabilidad de sus ideas, por el manifiesto deseo de destruir para crear y por su megalomanía. Todos estos atributos y características confirman su cercanía y afinidad con los otros populistas de América Latina. De hecho, se considera que el aprecio del candidato progresista por la democracia liberal es instrumental: es la vía electoral que legitimará su acceso al poder. Las advertencias, valga decir, han sido desestimadas por los militantes, simpatizantes y electores de Petro, aunque a veces referidas con enorme moderación por intelectuales de izquierda. Llama la atención, sin embargo, que tras el terremoto político que supuso la irrupción de Hernández como candidato con altas probabilidades de convertirse en el próximo presidente, en cuestión de pocas semanas, ahora ciertos sectores ilustrados, líderes de opinión, tanto la militancia intelectual del petrismo, como otros respetados académicos de izquierda e inclusive liberales, se muestran preocupados por la institucionalidad y las formas propias de las democracias liberales, hablan de los riesgos que representaría un eventual gobierno de Hernández y afirman y advierten el salto al vacío que representa este candidato. Otros columnistas y opinadores, electores de centro izquierda, liberales y centro derecha, hablan de elegir el mal menor para indicar que apoyarán a Hernández.
El petrismo hoy, como en la década anterior hiciera el uribismo (denominación que reciben los seguidores del expresidente Álvaro Uribe), viene instalando con éxito una suerte de fe que se torna fanática, tóxica y polarizante. El profeta hoy es Petro; ayer fue Uribe. Cada uno a su manera se ha sentido mesías y redentor. Los fieles de estos dos personajes han vivido y seguido con religiosidad a sus mesías y están convencidos de enarbolar la lucha del bien contra el mal, no admiten tibiezas, cuestionamientos, dudas, se han erigido en portadores y dueños de la verdad y de la Historia.
Curiosamente fue el candidato Petro quien incorporó y agitó la cuestión religiosa en la contienda y debate electoral, erigiéndose también en abanderado de la familia gracias a su alianza con agrupaciones y sectas religiosas. El populista de izquierdas le ha dicho a sus electores que es católico, incluso habló de “un pacto con el Jesús que prefiere a los pobres”. Lo hizo para diferenciarse del entonces precandidato de centro Alejandro Gaviria, exrector de la Universidad de los Andes, abiertamente ateo y liberal, y quien optó recientemente por apoyar a Petro.
En Colombia un 90% de la población dice ser creyente y el 80% se define como cristiana (mayoritariamente católica, pero también hay evangélicos y otras agrupaciones y ramificaciones del cristianismo). No hay que olvidar la cuestión de la secularización tardía de la sociedad y de la política. Colombia es un Estado laico, un país que sigue consagrado al Sagrado Corazón de Jesús y donde apenas el 1% de la población votaría a un candidato ateo. No en vano, tanto Petro como Hernández fueron los candidatos que acudieron al Vaticano en busca de la bendición papal, uno con la promesa de redimir a los pobres, salvar el planeta y pacificar el país; el otro con la promesa de expulsar a los ladrones del templo, digo, del gobierno.
 
 

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